miércoles, 24 de diciembre de 2008

Solo

Les dejo, en mi blog personal, el último textito del año.

Por aquello que alguien pase por acá.

http://johanbush.blogspot.com

Feliz navidá pue.



lunes, 22 de diciembre de 2008

Patines rosa

Mi abuelo era lo que se dice un viejo de verdad; entrado en años, pero además así le decían mis tíos; quienes no podían entender que a nosotros nos llevara al zoológico, a los juegos electrónicos, nos comprara chucherías y otras atenciones, pues a ellos, durante su niñez, no les había dado ni un caramelo.

Tenía doce años y la palabra enamorarse daba vueltas por primera vez en mi cabeza; por eso pensaba que esas vacaciones serían perfectas: mi madre prometió comprarme los patines rosa para mi cumpleaños y con la vecina, Alejandra, planificamos la forma perfecta de conquistar a Edgar, un chavo de nombre feo pero guapísimo, quien vivía al final de la cuadra, sus papás estaban peleando y decidieron no viajar este año, entonces tendría tres meses para lograr mi objetivo.

Las calles de la colonia estaban recién arregladas, así que podríamos patinar en el pavimento lisito, yo nunca lo había hecho, pero con patines nuevos sería fácil.

Durante todo septiembre Edgar había lucido sus habilidades en patines y patineta, junto con otros chicos de la cuadra; nosotras, en bicicleta, pasábamos cerca de ellos o los veíamos de lejos; estaba segura de poder atraerlo con los patines, que él me ayudaría a aprender, me tomaría por la cintura, yo simularía caer y me tomaría en sus brazos.

La escuela terminó y dos días después mis padres nos dieron la noticia: nos vamos a separar.

Aquello implicaba que mi madre se mudaría a la casa de mi abuelo, ell tenía el pretexto perfecto, pues quedaba más cerca de su trabajo; además no quería ni voltear a ver a mi padre. La situación me hacía llorar, no tanto por verlos separados, pues los gritos y peleas ya eran insoportables, por eso que se divorciaran era lo mejor; lo duro era dejar la cuadra, no vería más a Alejandra, mi fantasía con Edgar se volvía irrealizable, y tendría que vivir en ese barrio viejo, quien sabe cuanto tiempo. Me encerré a llorar.

Mi madre llegó a decirme que lo sentía mucho, a repetía que mi hermano y yo no teníamos la culpa, pedía que entendiera, mil razones más dio antes de mencionar que no podría comprarme los patines que me había ofrecido, tal vez para navidad.

Cuando nos fuimos de la colonia, la madre de Alejandra me dijo que podía llegar a dormir cuando quisiera, que su casa era mi casa. Ella lo hacía por cortesía, pero lo agradecí; yo sabía que no iba a volver al barrio.

Como no había nada que hacer en casa del abuelo, entonces me portaba mal. Salir a jugar era ver a esas niñas y niños tontos pegarle a la pelota. Aunque habían chicos interesantes, el barrio era bajo, eso era seguro.

Cinco días después me peleé con una niña de la cuadra, mi cara reflejaba las consecuencias. Mientras la abuela me revisaba la nariz, el abuelo llegó con una cajita y dijo: probátelos, eran de tu mamá.

En la caja resplandecían unos patines de metal, de esos que se ajustaban al zapato con unas correas de cuero, las ruedas, también de metal, hacían un ruido horrible; me puse roja solo de pensar como se verían, sentí vergüenza; pero la sonrisa del abuelo hacía suponer que él esperaba mi felicidad. Se los puse a los chapulines, inesperadamente quedaron perfectos; cuando intenté ponerme de pie me fui al suelo, los cojinetes estaban recién aceitados y se deslizaban con rapidez.

Pasada la vergüenza, me dispuse a utilizarlos, trataba repetidamente de avanzar por la acera, los patines funcionaban, pero yo no, así que cada tanto estaba sentada en el suelo. En una de esas, sentí la mano de alguien, me ofreció apoyo, mientras decía: si querés te ayudo a aprender, cuando subí la mirada encontré unos ojos azules y una sonrisa divertida. El chico, casi pelirrojo, poseedor de una mirada intensa, me ayudó a dar vueltas, me indicaba como apoyarme; así pasamos un buen rato, cuando ya casi oscurecía, nos sentamos en la banqueta y le escuché decir: puchis, esos patines son clásicos, están bien chileros, ya vas a ver que cuando uses los modernos te van a parecer de chiste. A partir de ese momento el barrio cambió de color, me pasaba la mañana pensando que por la tarde compartiría el tiempo con el chico guapo, amable, cariñoso y extraño.

Habían pasado dos semanas cuando, al fin, le pregunté su nombre: Andrés y no vivo por aquí, respondió. Me contó que su padre, médico él, tenía una clínica en el barrio, que estaba viniendo por las tardes, que sus padres se estaban divorciando, y como no querían dejarlos solos (a Andrés y su hermano), entonces uno estaba con el papá y el otro con la mamá.

Andrés tenía poco menos de catorce años, en su compañía las semanas pasaron rápido, quemamos el diablo, fuimos a comprar buñuelos, por el día de Guadalupe, y cuando iban a dar inicio las posadas dijo: ya no vengo más, me voy con mi madre. Sentí que el mundo se caía de nuevo, perdía otro amigo. Esa última tarde nos sentamos en la acera, el frío calaba, su padre saldría pronto, a las siete, como siempre, al mismo tiempo que la abuela llamaba a cenar. Puso su bufanda en mi cuello, me tomó de la mano, luego sus labios se posaron en los míos, un calorcito suave me llenó, era mi primer beso, mi primera decepción.

El veinticuatro de diciembre, en casa, comimos un tamal amargo, lleno del llanto de mi madre, bromas pesadas de mis tíos y reclamos idiotas. Bajo el árbol habían dos regalos para mí y dos para mi hermano. Uno contenía mis primeros brasieres, comprados por mi madre y mis tías, también venían algunas moñas para el pelo. En el otro el abuelo había envuelto unos patines rosa, preciosos, las llantas blancas y cintas nuevas, los acompañaba una nota: gracias por usar la chatarra y disfrutarla, estos son para que puedas presumir. Lloré de nuevo, porque ya no había a quien presumirlos.

En enero cambié de colegio, el antiguo era de corte religioso y mi madre no quería dar explicaciones, así que nos inscribió en otro.

El primer día, como pollito comprado, me dispuse a entrar a un salón donde se oían risas, parada en la puerta lo recorrí con la mirada, tenía la esperanza de encontrar a alguien conocido; una cabellera roja y alborotada sobresalía. Andrés tomó mi mano, me llevó a un escritorio, a la par del suyo. El año iniciaba de lo mejor.

Lolita dos patines

Para la Prosódica

viernes, 19 de diciembre de 2008

El coyol

Le decíamos el coyol porque cuando era patojo su mamá lo rapó completamente y le dejó la cabeza lisa.

Éramos adolescentes y no habíamos salido nunca de Poptún cuando apareció el John. Venía con el cuerpo de paz o algo por el estilo, tenía unos treinta años, era un chavo sin más oficio que fumarse la hierba que cultivaba en los huertos familiares de las doñitas del pueblo, los que, por cierto, él enseñaba como se hacían.

Doña Lucía le cogió aversión cuando lo descubrió viendo fijamente al coyol, quien tendría unos dieciséis años, pero estaba pasando a convertirse en un hombrón; bueno, en realidad no muy grande. Resulta que un día unos patojos se pusieron a chingar al coyol; él era calmado, pero si llegaban a sacarle la madre, entonces respondía con toda su furia, eso sucedió; eran cuatro ellos, y como no dejaban de fastidiarlo, finalmente se cansó y a puño limpio los fue dejando tirados, a uno por uno. Fue por eso que el John se entusiasmo.

La cosa es que el gringo dio en traer cosas para doña Lucía: que un delantal nuevo, que dulces, que chocolates, que collarcitos y, poco a poco, se fue ganando la confianza de la doñita, ella en reciprocidad le decía Juanito y le daba almuerzo todos los días.

Un día John llegó con una caja de pizza y Pollo Campero, durante el almuerzo trató de convencer a la doña de prestarle al coyol por unos meses; él le pagaría por la molestia, con ese dinero ella podría invertir más en la tienda, comprarse una máquina de coser, y ayudarse para la comida de sus otros hijos; pasado ese tiempo, si el patojo aprendía bien lo que John le iba a enseñar, se lo llevaría a los Estados Unidos, y le aseguró que el muchacho le enviaría unos mil dólares mensuales.

La doñita se hizo de rogar, lloro un poco, incluso fue a pedirle consejo al cura; ambos llegaron a la conclusión que no podía ser cosa buena lo que ese gringo quería, que todo era muy sospechoso. La decisión final la tomó cuando la vecina le dijo: no tenés hijas y si ese gringo quiere con tu patojo, pues, ¿qué de malo le puede hacer? Además el dinero nunca está de más. Ese argumento la convenció y dejó que se lo llevaran.

El John se fue a la capital y se llevó al coyol; como cinco días después regresaron con equipo para hacer ejercicios, ropa nueva y otras cosas. El cura hizo que el doctor examinara al patojo, para saber si no le había pasado algo raro, pero el diagnóstico fue que estaba enterito.

Durante los siguientes seis meses el coyol no hizo otra cosa que comer bien, hacer ejercicio, mucho ejercicio, por la mañana y por la tarde, pegarle a una bolsa que colgaba del techo. El John le enseñaba a hablar en inglés, a caminar bien, a peinarse, a vestirse, y otras cosas que yo también aprovechaba. Aprendimos inglés y nuestros cuerpos se hicieron fuertes.

John insistía en que el coyol no saliera mucho al sol, que no hiciera trabajos físicos, menos si implicaban que podía lastimarse las manos, para eso le pagaba a la mamá, decía cada tanto tiempo. Todos veían raro al coyol, pero doña Lucía se quedaba calladita, porque recibía buen pisto. Al final, era buen negocio para ella.

Pasados los seis meses el John dijo que el patojo estaba listo y que había llegado la hora de llevárselo a los Estados Unidos. La madre lloraba a mares, pero cuando le recordaban que estaría recibiendo sus dolaritos cada mes, entonces se consolaba.

Cuando el coyol se fue para los estados, yo me fui para la capital, con el cuerpecito que tenía conseguí trabajo en un gimnasio, pronto uno de los clientes, un viejón él, me prometió un apartamento nuevo y como yo pensaba que lo mismo estaba haciendo el coyol, pues no me pareció mala idea. De vez en cuando regresaba a Poptún, doña Lucía recibía puntuales sus dólares, muchos más de los mil que le habían ofrecido y la tienda estaba de lujo; de esa forma pasaron los años.

Hace unos días, ojeando una revista de esas que le gustan al don con el que vivo ahora, observé las fotos de un tipo pelón, a quién habían nominado al Globo de oro, así se podía leer. Puta no puede ser, ese es el coyol, dije, ese es, claro que si, volví a decir en voz alta. Ya más atento me puse a leer, había un historial de sus trabajos en el cine, contaban como se había convertido en actor después de haberse lesionado la rodilla, por eso no pudo seguir su carrera como boxeador, que desde sus inicios en Top Gun no había aceptado un papel tan arriesgado como el que hizo en Tropic Thunder, en donde se burlaba de él mismo, por eso la prensa extranjera había nominado a Tom Cruise.

—Que de a huevo, ya Tom Cruise, ya Top Gun, coyol más cabrón, si Tomás Cruz de Poptún es que se llama el cerote.

Oliverio Estont

martes, 16 de diciembre de 2008

De la serie diálogos incongruentes V

—Maese, ¿cómo amaneció?

—Bien, la verdá, pero fíjese que siento un sabor raro en la boca, la lengua la tengo pegajosa y no se me quita un dolor que me baja de la cabeza hasta el dedo chiquito del pie.

—Pues de plano, si no fue poco lo que se atragantó de todos los brebajes habidos y por haber.

—¿Cómo así? ¿Qué brebajes usté?

—Ya vio que se estuvo tomando hasta las sobras que la mara dejaba en los vasos.

—No puede ser mano, si yo no chupo, además no me acuerdo de nada.

—Mejor si no se acuerda.

—Puta, ¿tantos clavos hice?

—No se achiguate, pero como dice la mara, con los que hizo bien puede poner una su ferretería.

—No mano, no me asuste, de verdá que no me acuerdo, lo único es que siento esta incomodidad en la garganta, como que tuviera una bola de pelos trabada.

—Puta, ni que fuera gato, si lo que mordió fue el perro pekinés de la esposa del jefe.

—¿Cómo así?

—Mire pues, la doña estaba encampanada con el Güicho, el patojo ese de créditos, al que todas las chavas le llevan ganas, pero como el cerote es güeco no le pasaba balón, él estaba tratando de conectarse al Meme.

—¿Y eso qué tiene que ver con el chucho?

—En eso llegó la Claudia, y sin mediar palabra le dio un beso en la boca.

—¿Al Güicho?

—Nel hombre, a la doñita.

—No me chingue.

—La vieja se levantó, trastrabillando, y la jaló del pelo.

—No me diga que le dio un pijazo.

—Para nada, la jaló para que no se le escapara, luego ya no la soltó.

—¿Y el chucho?

—Ah, lo que pasa es que usté se puso necio, típico bolo, ya sabe, casi le arranca el brazo a la doña tratando de llevarla a la pista, pero ella no quería bailar, ella necia con el Güicho, y el Güicho con el Meme, y la Claudia que llegó de repente y el perro que no dejaba de ladrar, entonces cuando ella se levantó, usté estaba colgado del brazo y del impulso se cayó, entonces el chuchito se le fue encima, le agarró el pantalón y se lo rompió, la doña ya iba caminando con la Claudia, pero usté trató de agarrarle la pierna, en eso el chucho se le orinó encima, entonces usté se voltió, agarró al perrito entre sus manos y le pegó la gran mordida.

—Puuuta, no le creo.

—Es la puritita verdá

—Mire, ¿y el jefe? ¿lo vio todo? Hoy si me va a echar.

—No se ahueve, él ni cuenta se dio, como estaba dándole tremenda agarrada a la Lyn.

—Con eso si no chingue, usté sabe que la Lyn es mi novia y nos vamos a casar.

—Yo solo le cuento lo que vi.

—Viejo cerote, hoy si lo voy a pijiar.

—Nel hombre, tranquilo, si ella ni se debe acordar, con lo borracha que estaba.

—Alaputa, y a todo esto, ¿usté que estaba haciendo?

—Yo bien aburrido compadre, como estoy tomando medicina, entonces no me pude echar ni un solo traguito.

Lupe Reyes

viernes, 12 de diciembre de 2008

La carta

Los invito, con todo el entusiasmo que me provoca publicar un texto, a que pasen a leer a mi blog personal.

http://johanbush.blogspot.com/

Salú pue.

martes, 9 de diciembre de 2008

Diciembre en el trópico de capricornio

Algo se está fundiendo en su cabeza, lo nota, le brotan gotas de sudor en los parietales, le bajan por la frente, pasan por el cuello, en interminable cascada que deposita en su pañuelo.

Oye retumbos que inician en el oído medio, los escucha en su corazón, pero no son palpitaciones normales, suenan como algo que se desgaja, que se derrumba y desprende de los huesos.

Se acuesta porque le hierven las manos, pero tiene los pies helados. Una sensación gélida sube hasta las rodillas, llega a los genitales, recorre los intestinos, recubre el estomago, sube por el esófago, arriba al corazón y lo acalla, los retumbos se congelan, los latidos se vuelven lentos, el frío alcanza todo el cuerpo, es frío que no hace ruido, que no se despedaza.

Desea estar solo, sin soportar miradas, sin evocar el pasado, caminar en la oscuridad.

Añora encontrar la ausencia, capturar el ritmo, las intenciones, poderlas interpretar, sin necesidad de palabras, tomar un beso profundo, seguir para no estorbarle a nadie, dominarlo todo, dejar de sentir el sudor en las manos, desea no estar en Diciembre.

Poncho Pilatus

lunes, 1 de diciembre de 2008

Jojojojooojó, feliz navidad

Las luces de diciembre le encantan, pero no la del sol ocre que cae sobre las montañas que dan al mar; no, su delirio son las lucecitas que titilan en la noche, las que todo mundo cuelga en sus casas, con mensajes de Merry Christmas, junto a imitaciones de bastones de dulce y diademas de pinabete, similares a las que decoran los árboles de navidad gigantescos que patrocina la cervecería cada año; o la iluminación de mil colores que atraviesa las calles del centro, o aquellas que se venden en oferta en los canastos del mercado.

Le gusta el olor de la temporada, el que se desprende de los gusanos de pino, de la manzanilla que sirve de adorno para los nacimientos; el olor del ponche de frutas dulces, que se percibe hasta la esquina; y el sin igual perfume de los tamales negros y colorados, mientras se cocinan en las grandes ollas de barro.

También le gustan los regalos, los centros comerciales atiborrados de moñas, de osos de peluche; el hermoso empaque de las cajas que guardan delicadas muñecas, los potentes carros, los enormes robots y las divertidas pelotas.

Pero su mayor delirio es ponerse el traje rojo, la barba blanca, y sentarse en el trineo que instala cada año en el centro comercial, para que se acerquen los pequeñines, a fotografiarse, sentados sobre él y poder sobarles sus piernitas y reírse, jojojojooojó, diciendo feliz navidad.

Papanel

jueves, 27 de noviembre de 2008

Thanksgiving day 2008 3/3

Fue más o menos el catorce de noviembre que el tipo me llamó: broder, le cuento que todo salió bien, sólo que con la crisis la comisión se redujo, le tocarán unos cinco mil pesos, algo es algo, pero lo demás está hecho, su parte completa y la de su ex también, sólo hay un problema, lo quieren vacío para el viernes.

Me fui de culo, era miércoles, así que llamé a todos los cuates que recordé y, con los que se dejaron, pasamos toda la noche trasladando los chunches para la casa de mis padres: una cama pequeña, un gavetero, una tele de veinticinco pulgadas, un equipo de sonido, viejísimo pero que suena de a huevo, con tornamesa para acetatos, y cuatro cajas de mis libros y discos favoritos, no era mucho, pero nos tardamos un chingo porque con cada cosa paraba recordando a la Marcela y sus histerias.

El jueves amanecí de goma, pero me levanté para ir al chance, a medio día bajé a echarme unas chelas. Mario volvió a aparecer, acompañado de la morena escultural, quien resultó ser su amiga, conversamos un rato, le dije que había estado en la fiesta de Halloween y que no lo había visto, solo a su acompañante, respondió en forma evasiva, sin dar mayor explicación, al menos no mencionó a la Marce.

El viernes, en el windshield del carro, encontré una invitación de Mario, para acompañarlo a la cena de thanksgiving, no me fijé en la dirección, solo guardé la tarjeta.

Jueves de thanksgiving bajé de la oficina y me encontré a un sonriente Mario, vestido de gala, me dijo: no, no, no, no podés decirme que no vas conmigo a la cena; me tomó del brazo, hice un leve forcejeo, me apretó un poco, ya no pude negarme.

Creo que empecé a alucinar cuando me metió en el edificio donde vivía hasta hace unos días, luego me topé, de frente, con el pavo inflable, en la puerta de mi antiguo apartamento, una sonriente Marcela abrió la puerta, traía puesto un lindo delantal de encaje y un traje escotado, la fantasía de mucama francesa que siempre me ha rondado la cabeza. La mesa estaba puesta y todo estaba decorado con aquellas cosas grotescas que tenía almacenadas quien sabe donde.

Fingiendo naturalidad, entré y me senté en un sofá de cuero, que crujía espantoso, igual al que nunca quise comprarle. Mario me ofreció una cerveza, que me empiné y bebí de un trago.

Me salvó el timbre, dos parejas entraron juntas y comenzaron a sacarme plática, reconocí de inmediato a la secretaria del gerente de la oficina, qué chiquito es el mundo pensé; casi detrás de ellos llegó la morena grandota, la que conocí en la fiesta de Halloween. Marcela me presentó como el acompañante de Mario, por lo que todos pensaron que yo era gay. Me sentía incómodo, pero por alguna puta razón no me animaba a irme. Marcela oficiaba la fiesta, como sacerdotisa, yo sentía que en cualquier momento me atravesaría con el cuchillo, igual que lo estaba haciendo con sus ojos en ese momento.

La morena guitarresca puso el pavo sobre la mesa y todos nos abalanzamos a devorarlo.

En ese momento Marcela besó a la morena y le dijo: mami, corta tu el pavo, la cabeza me quería explotar, no sabía si estaba excitado, emputado, engañado o ¿qué?.

Comí despacio, bebí mucho y luego me dispuse a disfrutar la noche. Me hice el loco y me emborraché, no tengo ni puta idea del resto, ni cómo llegué a la casa de mis padres.

Por la mañana, en la claridad, en la oficina, con una pesada goma, pensé, ojalá que esa chava no me de color. Para medio día todos sabían que yo era gay. Al salir, a la hora del almuerzo, encontré a Mario, sonriente, en la puerta, invitándome a almorzar; le dije que no; él no era feo, pero de plano que no nací para esos rollos; insistió, pero volví a decirle que no, sin levantar la voz, solo agregué, conformate con haberte llevado a Marcela; se fue, pero antes de voltear, hizo una mueca y luego sonrió, loco cerote, dije murmurando.

El uno de diciembre salí de vacaciones, el gerente me repitió mil veces que no le molestaba adelantarme esos días, la semana santa del próximo año y del decenio próximo, con tal de no volver a ver a Mario rondando la oficina, tarde o temprano a todos se nos sale lo homofóbico. Parece que otra vez tendré que pasar la navidad en el puerto. FIN.

Jorge Arenas

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Thanksgiving day 2008 2/3

El treinta y uno de octubre salí tarde del trabajo, había quedado con unos cuates para ir a echarnos las cervezas, además era viernes, podríamos viajar a Pana o al puerto. Como a las cinco me llamaron, no podemos vos, como cosa del diablo ambos habían peleado con sus esposas y no podían salir.

Algo emputado me fui para mi casa, pensando que de plano alguna vez los había dejado plantados cuando Marcela se ponía a llorar y exigía quedarme con ella, en vez de ir por cervezas.

Cuando me subí al carro encontré, en la guantera, la invitación de Mario. El lugar quedaba a tres cuadras, dejé el carro en el parqueo y no me amedrenté por el rótulo: venir disfrazado, cargaba una gabardina y un sombrero de fieltro con plumita, recuerdos del viejo mundo, así que me compré una pipa con unos artesanos de banqueta y me fui a la fiesta.

No digo que haya sido un éxito, pues lo del detective de gabardina es un viejo clisé y no cuaja con la muchachada actual, casi toda la mara era menor de veinticinco, excepto Mario que tiene veintiocho, y yo con mis treinta y dos, me sentí medio fuera de lugar.

Me arrinconé por ahí a echarles un ojo a las patojas, cierto que una fiesta gay es increíble, el problema es saber quién es y quién no.

Había entablado conversación con una morenaza, de un metro ochenta y caderas de guitarra, cuando apareció una rubia anoréxica, casi desnuda, cubierta por una especie de camisón de gasa, transparente, se le colgó del cuello y la besó apasionadamente.

Nel, me dije, tampoco soy tan moderno, así que me fui para el parqueo, con un par de cervezas nada más, y terminé la noche en el apartamento. No niego que extrañé las horrorosas decoraciones de Marcela, alusivas al día, pero a ella no.

Como no me había emborrachado, al otro día llegué justo a la hora del almuerzo a la casa de mi madre. Laura, mi hermana, había invitado a alguien que estaba interesado en comprar el apartamento y que, según ella, todavía me daría alguna ganancia.

Un almuerzo informal con mi madre, sollozando y jurando, como todos los años, que este es su último fiambre, mi padre jugando poker y estafando a los pobres cuñados, y los sobrinitos haciéndome preguntas y comentarios idiotas: mi mamá dice que Marcela era mala, ¿es cierto tío?, ¿entonces, si la veo ya no tengo que decirle tía?, y la peor, de mi sobrina adolescente, que bueno que te la quitaste de encima, es una looser.

Me pasé la tarde hablando con el cuate de mi hermana, resultó ser buena onda, y cerramos el trato, según él, a mediados de noviembre podría cobrar mi comisión, darle su parte a Marcela y todavía quedarme con mi parte del trato.

Tuve que reconocer que mi madre hace todavía los mejores garbanzos dulces del mundo, y me gané unos pesos en el pokarito de mi padre, el nuevo mes pintaba de lo mejor.

Jorge Arenas
Continuará, la tercera y última parte será publicada el jueves 27-11-08

martes, 25 de noviembre de 2008

Thanksgiving day 2008

Otra vez la navidad se adelantó. Este año, como estoy solo, mi madre y mi hermana han insistido desde octubre que me vaya con ellas para navidad.

La verdad es que, en septiembre, al tiempo que miraba las primeras ofertas navideñas, admití mi crisis financiera; las ofertas van a tentarme, pero la situación me hará resistir.

La vi por esos días, firmando al fin el odiado documento. Lo absurdo es que ni siquiera estábamos casados, pero el apartamento lo compramos entre los dos; aunque ella puso menos de la mitad. Yo lo estoy pagando pero ella dio el enganche y aquello se convirtió en un lío enorme. Tres abogados y amigos la convencieron que lo mejor era dejarme venderlo, para luego repartir el dinero.

Ella pretendía quedárselo, pero sin pagarme, por supuesto, argumentaba que le produje daños psicológicos irreparables. Yo no quería darle gusto, además, el vecindario se me hacía pesado y el precio se encaramaba hacia las nubes, como dijo mi hermana: sacale ganancia a la cosa.

Para que nos aceptaran la deuda firmamos un compromiso matrimonial, y ahora lo más difícil era deshacerlo.

Mi madre todavía cree que la navidad pasada yo estaba triste porque había peleado con ella, y que por eso no estuve con la familia, lo cierto es que siempre me la paso más de a huevo en el puerto que en cualquier otra parte.

A mediados de octubre me topé con Mario, el amigo gay de Marcela, por cortesía le acepté el café y nos sentamos en una terraza, uno de esos cafés de la zona viva que se la llevan de cosmopolitas, el clima de octubre me encanta así que la plática salió sin esfuerzo. A pesar de mi homofobia, el cuate me cayó bien. Hablamos de fut, de la sele, de libros, de películas. Increíble, pero el cuate tenía cerebro y además era irónico y picante.

Me despedí con la firme intención de no volver a verlo, pues de seguro la próxima vez las palabras: Marcela te extraña, saldrían de su boca. Pero me equivoqué, al siguiente día me lo encontré, por casualidad, a la salida del trabajo. Estaba lloviendo y no me quedó otra que ofrecerle jalón, lo pasé dejando en su edificio, no sin que antes me deslizara una tarjeta en la mano, es por Halloween, estará bueno, no es una fiesta gay, habrá mucha gente, y siguió tratando de explicarme que habría la posibilidad de conocer nuevas chicas, y que las mujeres liberadas eran más fáciles de conectar y otras cosas por el estilo.

Creo que me estaba sintiendo como traidita, o sea acosado. Era obvio que el cuate quería algo conmigo.

Jorge Arenas
Continuará. La segunda parte será publicada el miércoles 26-11-08.

martes, 18 de noviembre de 2008

Aforismos pajeros

  • Escribir poesía siempre fue un ejercicio doloroso, hoy día los poetas encontraron la forma de quitarle el dolor, la clave está en la inmediatez.

  • No tiene importancia perder un ojo mientras escribes, si logras inventar un reino de ciegos.

  • Divide y vencerás. Yo digo, divide y te tocará la parte más pequeña.

  • Dos cabezas piensan mejor que una; pero si alguien las tuviera, de seguro, terminaría en un circo.

  • Si conoces nombres como: Arthur Rimbaud, Charles Bukowski, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, y los mencionas oportunamente en el círculo que frecuentas, entonces estarás in; después de leerlos pensarás, que cool; si llegas a entenderlos te darás cuenta que estás out.

  • En el fútbol el rival siempre tiene más fe, pues cuando se espera un milagro nunca sucede a nuestro favor.

  • Si algún editor se ofrece a publicar tu trabajo, hazte de rogar, que te lo pida un par de veces; si tu libro resulta malo, siempre podrás decir que fuiste presionado.

  • La posmodernidad es producto de la bulimia de algunos escritores y el reflujo de quienes los leen.

Johan Bush Walls

jueves, 13 de noviembre de 2008

Los brujos

—¿Eres tu Mariana? ¿Qué tratas de decirme? Sabés, con el paso de los años mis sospechas se hicieron mayores, pero que sentido tenía, nada que yo hiciera cambiaría lo sucedido, nada te devolvería a mis brazos, y ella ha sido buena mujer, me ha querido, aunque yo nunca pude olvidarte.

El nunca pude olvidarte, pronunciado como una especie de grito, despertó a la abuela. No era común que el abuelo hablara dormido, quizá por eso fue la discusión, aunque ella siempre le reclamaba que no la había querido como a Mariana, cosa que él nunca pudo desmentir. Junto a mi madre bajamos a su habitación, para ver que la cosa no pasara a más; pues ambos abuelos rebasaban los ochenta años.

Al otro día la abuela seguía enojada. A pesar de los años transcurridos desde la muerte de Mariana, ella toda la vida demostró que el tema le molestaba. Mariana era su prima, pero estuvo comprometida con el abuelo; fue el día del funeral que aprovechó para consolarlo, luego siguieron saliendo juntos y así han permanecido hasta ahora. El abuelo le pidió que olvidara el asunto, que haber soñado a Mariana no tenía ningún significado; pero ella no dio indicios de haberlo escuchado. Yo la oí susurrar: No te lo llevarás, no te lo llevarás.

Después de aquella noche los abuelos no fueron los mismos, ella incrementó sus reclamos, pensamos que de plano era el inicio de la senilidad; el griterío llegó a ser insoportable. El silencio sobrevino hasta que el abuelo aceptó, en el tono más grave de voz que le recuerdo, que era cierto: Mariana fue la mujer de mi vida, tu nunca pudiste llenar su vacío.

Para aislarme de la bulla, me encerraba a escuchar a mi grupo favorito y le ponía todo el volumen al equipo. Mamá golpeaba la puerta y decía que le bajara a la música, nunca le gustaron Los brujos, mi grupo favorito, decía que sus canciones eran satánicas. Yo no le hacía caso, subía aún más el sonido, mientras ignoraba sus gritos. Llegada la hora de la comida tenía que salir, entonces si que se desquitaba; más cuando le pedía dinero, se negaba a dármelo, pues argumentaba que ya no quería que comprara aquellos discos diabólicos; ese si fue un problema, pues llevaba algunas semanas reuniendo para comprar lo último que habían lanzado Los brujos.

Como no llegaba a la suma requerida, opté por robar algo de la cartera de mamá y salí corriendo a la tienda. Ingenuo que fui, pensé que nunca se daría cuenta. Horas más tarde, cuando regresé me esperaba en la puerta de mi cuarto, con tremendo gesto, en voz alta me pedía el dinero robado, diciendo que me había convertido en delincuente por culpa de esos brujos, que eso demostraba que eran cosa del diablo. En esas estábamos cuando escuchamos: se lo llevó, se lo llevó, Mariana se lo llevó. Bajamos corriendo, encontramos a la abuela llorando sobre el cuerpo del abuelo, mi madre me vio con resentimiento, me arrebató el disco de Los brujos, que yo todavía tenía en las manos, lo tiró por la ventana y no paraba de decirme: vos tuviste la culpa, esa tu música satánica se llevó a mi padre.

Justo después del entierro del abuelo, casi al llegar la noche, mi madre encontró muerta a la abuela, esta vez no hubo gritos, pero entre sollozos incrementaba sus reclamos, decía que mi necedad la había dejado huérfana. Casi me desmayé, ante la evidencia no había más que aceptar la culpa, se me erizó la piel y no sabía que decir, me acerqué a consolarla, a pedirle perdón; acomodé los brazos de la abuela, encima de su pecho, fue entonces que descubrí la nota: No podía pelear con una muerta, no fue suficiente haberla matado, él nunca dejó de quererla, por eso lo envenené, como hice con ella hace cuarenta años; ahora voy a buscarlo, si no pude ser el amor de su vida, entonces seré el amor de su muerte.

Alfredo Ishco
Para el visitante 30,000

martes, 11 de noviembre de 2008

Cena con joyitas

Mantener la pose no le resultaba difícil, era cuestión de recitar, en cierto orden, un número de lecturas, realmente finito, o alguno de esos cánones modernos, de diez o doce que era indispensable conocer.

Con la música era más difícil, de eso se dio cuenta la primera vez que el grupo de amigos llegó a su casa; encontraron en su tornamesa un viejo disco de Andre Kostelanetz interpretando a los Beatles; a él le arrancaban profundas emociones las notas de Penny Lane en versión orquestal, con trompetas y trombones; lo hacían brincar y marchar los acordes de Yellow submarine y moría con All you need is love. Sus amigos le dijeron: que tornamesa más nave, pero tu colección de acetatos apesta. Mientras lo decían revisaban, uno por uno, los veinte acetatos de Ray Conniff y ABBA, que coronaban la pila. No son míos, se apresuró a decir, y aseguró que estaba revisando la colección de su padre, pues quería que se los pasaran a MP3; luego inventó que justo el día anterior había enviado la suya a digitalizar. Los amigos sonrieron beatíficamente, esa sonrisa que decía: si vos, así son los viejos, y pasaron a revisar la biblioteca.

Lo dejaron poner a Kostelanetz, después escucharon un disco de tangos que les pareció, a todos, maravilloso. La voz de Gardel se escuchaba en el apartamento, mientras intentaban analizar las vivencias del argentino; parecía un diálogo articulado con textos de la Wikipedia o monografías.com.

La velada recién daba inicio, pero ya fingía para no hacer evidente su incomodidad. La cena era su mayor temor, igual que la infaltable plática de sobremesa. El vino, las presunciones enológicas, aunque ellos no pasaran de consumir vinos de mesa chilenos, en presentaciones tetrapack. Quería morirse de una vez.

Una voz desde la biblioteca gritó: no puedo creerlo; supuso que habían encontrado las obras completas de J.K. Rowling, o mucho peor, el célebre libro de Spencer Johnson. Se encogió en el sofá, esperando la burla y el desprecio, pero el gritón lanzó otro alarido, mientras blandía un ejemplar enorme: un facsímil de la Biblia de Gutenberg; es un regalo de una novia europea que tuve, dijo con desgano. Todos se acercaron con fingida devoción y guardaron silencio, uno de ellos no pudo más: ¿muchá, quién putas es Gutemberg?. La carcajada general lo apaciguó un momento, obviamente todos pensaron que se trataba de una broma y no le hicieron caso al bromista.

La cena arrancó bien, hasta que alguien habló: este vino merece un buen maridaje, ni se te ocurra servir salmón, no es buena elección; pero como la cena era salmón, entonces decidieron buscar otro vino en su bodega, un mueble con hoyitos. Encontraron uno avinagrado y viejo, que el enólogo mayor clasificó como lo mejor de la noche y que a él le dejo un regusto a maderas podridas mezcladas con frutos del bosque.

Cerca de la media noche, se veía cansado, mareado por la conversación, intentando descubrir la relación entre la escuela de Viena y el manifiesto socialista, poniendo al día sus citas con las que mencionaban sus amigos; pensó: para estas cenas sería útil tener un buen fichero. Después de las dos de la mañana se fueron todos; en esos momentos era cuando más disfrutaba la soledad.

Cambió el disco, quería escuchar otro clásico, La vie en rose empezó a sonar; se sentó a fumar y tomarse un scotch; descansaría un poco, luego haría su tarea, tenía que averiguar todo sobre Bataille.

Tururu Capota

viernes, 7 de noviembre de 2008

Graduaciones y fiambre

Déjenme contarles que sucedió; pero lo haré en mi blog personal.

http://johanbush.blogspot.com/

Salú pue.

PD. Hoy estoy de oferta: Al visitante número 30,000 le haré un cuento pajero, siempre y cuando así lo quiera, y si me cuenta una pequeña anécdota.

Aclaro algo, el contador de este blog, está a punto de llegar a la cifra indicada, pero el contador del blog en donde se publica el texto llegará proximamente a los 3,000; una especie de coincidencia, entonces duplico mi ofrecimiento, si alguien quiere tomarlo. Solo que el 30,000 debe dejar su petición en este post, y el 3,000, en mi blog personal.

martes, 4 de noviembre de 2008

Election day

I
Michelle no paraba de reclamarle: ya no eres el mismo, desde que ganaste la nominación has cambiado demasiado. Él respondía, en voz baja, para no molestarla: no es mi culpa, mujer, ellos me han convertido en el blanco de sus ataques.

II
El viejo salió del baño, cuidadosamente rasurado, se vio por última vez en el espejo y peinó el poco cabello que le quedaba. Cindy lo observó y le dijo: hombre, parece que acabas de ver un muerto, cambia esa cara, si pierdes no pasa nada.

D. Cartaman

Disculpen la frivolidad

jueves, 30 de octubre de 2008

Micro relatos de espantos y desaparecidos - IV

Aquel espacio era claustrofóbico, las paredes daban la sensación de movimiento, como si de pronto se le vendrían encima, afuera había gente esperándolo: su novia; los suegros, a quienes nunca había podido conquistar; también estaban sus padres; por eso tenía que encontrar la manera de salir rápidamente del encierro; pronto empezarían a extrañarlo.

Sudaba con intensidad, la camisa dejaba ver las consecuencias; hizo un último y penoso esfuerzo, dejó escapar un sordo gemido. ¿Lo habrían escuchado? Apartó ese pensamiento, elevó la mirada un instante, cuando volvió a ver hacia abajo se dio cuenta que el agua subía.

Recorrió el cuarto, con la vista, en busca de algo que lo ayudara a detenerla, aquello no podía terminar así, no ese día, cuando estaba a punto de sellar su compromiso; pero no podía hacer nada, el agua seguía subiendo, él trataba de detenerla, de escapar, sudando aún más.

Estaba a punto de gritar, cuando el agua dejó de subir, justo a la altura del borde, un milímetro más y se hubiera derramado todo, en el piso brillante, en la alfombra felpuda.

Nunca más vuelvo a echar el papel en el inodoro, dijo aliviado, mientras terminaba de secar el sudor de su frente.

Peter K. Gone

lunes, 27 de octubre de 2008

Dinosaurio

¿Por qué a los Augustos les dicen Titos? Preguntaba Pablo, mientras Tito gritaba desde su escritorio: el dinosaurio se perdió, ya no está. Ese fue el detonante para el barullo que se vino después: Jorgito vociferaba que Juanito le había quitado su refacción; Luisita no paraba de llorar, porque Martita le dijo que Julito ya no la quería; lo demás vino como una reacción en cadena, pero sobresalía la voz chillona de Tito, quien no dejaba de llorar, pidiendo desesperadamente que le devolvieran su dinosaurio.

Como Tito seguía llorando por su juguete, puse a todos los niños a buscarlo. Ese era uno de aquellos momentos en los que ser maestra de primaria se volvía desesperante. Supuse que estábamos buscando un animalito de plástico.

Pasado un buen rato le puse fin a la búsqueda, Tito seguía llorando y, entre pucheros, repetía: el dinosaurio se perdió, ya no está. Finalizado el día, le puse una nota en la agenda, dirigida a la mamá, pidiendo que vigilara que su hijo no llevara juguetes al colegio.

Al otro día Tito entró corriendo, gritando con euforia: seño, seño, lo había dejado en casa, dentro de un cajón, me dormí y cuando desperté el dinosaurio todavía estaba ahí. Revisé la agenda, para ver la respuesta de la madre, el mensaje decía: Estimada profesora, no se preocupe, ese dinosaurio es la mascota imaginaria de mi hijo, algunas veces la deja en casa y luego no se acuerda.

Barney

viernes, 24 de octubre de 2008

miércoles, 22 de octubre de 2008

Él

Mario es figura permanente en el álbum familiar, la primera foto en la que aparece es una donde baila conmigo. Yo tenía seis meses de edad y él se mueve al compás de alguna música, mientras me carga y toma mi manita. Siempre fue un dandi, así se le ve en todas las fotografías, antes y después de la tragedia. Cuando mi padre se envolvió en aquel escándalo, yo tenía seis años, y todos los amigos se alejaron de nosotros como quien huye de la peste.

Apareció en mi casa para llevarme a la suya, casa de hombre soltero, ahí permanecí mientras mi padre lograba probar que Daniela, mi madre, se había suicidado.

Las huellas de tres años de cárcel y la persecución que le hicieron mis abuelos, quienes nunca se ocuparon de mí, dejaron a mi padre cansado y triste. Yo crecí con Mario, él me enseñó a sumar, a leer y a andar en bicicleta. Cuando mi padre volvió a la calle, Mario le rentó el apartamento que tenía sobre el garage de la casa, aunque jamás pagó un centavo. Ambos vivimos ahí hasta mi matrimonio.

Yo lo quería como a un padre, le tenía más confianza que al mio. Solíamos salir de parranda los viernes, me enseñó a beber con medida, a no permitir algunos avances, a defenderme y a golpear donde duele. Me cuidaba mucho, a pesar de ello me casé embarazada.

Recuerdo a Joel temblando, cuando tuvo que pedir mi mano, a mis dos padres; recuerdo a Mario sentado al lado de la cama cuando perdí al bebé; lo recuerdo golpeando a un Joel desarmado, quien no tuvo valor para seguir conmigo, pues ya no seríamos padres.

La noche que volví a casa se convierte en algo confuso: por un lado el beso, un beso apasionado con el que Mario me llevó a la cama, y su voz diciendo: princesa, siempre fuiste mía. Por otro, mi padre llorando y forcejeando con Mario, sin entender nuestra desnudez. Mi mente trata de comprender la historia detrás de todo eso.

Mi padre salió de la casa, por la madrugada, llevaba una pequeña maleta y dinero que Mario le dio. En mis manos tengo la carta, que yo no conocía, escrita por mi madre antes de suicidarse.

Ahora, perdida en tal estado de conciencia, creo que alucino. Al tiempo que leo imagino a mi madre, de pie, en la puerta de la casa, escuchando los gemidos de su esposo, quien disfruta debajo de Mario. La veo acercarse a mi cuna y llevarme a otra habitación, para que no escuche, y luego escribir la nota para su hija, y tomarse todas las pastillas que le dieron para la tristeza, que la acompaña desde hace meses, cuando descubrió que mi padre le era infiel.

Electra

viernes, 17 de octubre de 2008

lunes, 13 de octubre de 2008

Crack

Muchos años después, frente al público que llenaba la sala, habría de recordar aquellas gloriosas tardes que vivió en los campos de tierra de su pueblo natal. El fútbol fue su primera pasión y en ese instante que precedió a la lectura de su discurso las imágenes de los triunfos alcanzados vinieron a su mente. Nunca supo si lo que sucedió esa noche fue real o producto de su imaginación, total él siempre creyó que cosas aun más extraordinarias eran posibles.

Se vio, de pronto, en medio del pequeño estadio, vestido de frac, escuchando a todos gritar su nombre. Los veintidós saltaron a la cancha y de inmediato se reconoció, cuarenta años menor; en ese momento cayó en la cuenta que nunca se había visto jugar; por eso buscó un lugar para sentarse y se dispuso a disfrutar el partido.

Cuando él estaba en el campo todo el pueblo se reunía a verlo, eran unas doscientas personas que se amontonaban en improvisados graderíos, nadie quería perderse las hazañas del crack.

Tomaba la pelota y la repartía con precisión, nunca fallaba un pase y siempre que el ataque iniciaba en sus botines el gol era seguro; ese era el principio del espectáculo, pues la magia, la de verdad, se desbordaba en las jugadas individuales; entonces si no había que perderse detalle; hacía desaparecer la pelota, con pequeños amagues dejaba tirados a los rivales, volteaba a ver, regresaba a levantarlos y seguía corriendo, luego venía el sombrerito, el autopase, correr como quien levita, adelantarse a la pelota y esperarla metros adelante, hacerse humo enfrente de todos, era mágico pero al mismo tiempo real; el respetable llegaba a lamentar que marcara gol, porque significaba el final de la jugada.

Al tiempo que escuchó la ovación, decidió que había visto suficiente, y se dispuso a iniciar el discurso, antes se dijo a sí mismo, hice bien en no dedicarme al fútbol, habría sido famoso a menor edad, pero ahora no tendría ni un céntimo; además me hubiera perdido el Nobel.

Chepito de la Discordia

jueves, 9 de octubre de 2008

Historia de terror en cuatro actos

El celular de Hansel y Gretel
(Basada en un arrebato de Hernán Casciari)

PRIMER ACTO

Hansel y Gretel son dos niños problema, gemelos, cada uno intenta ser más malvado que el otro. Todas las mañanas cuando se levantan gritan a la madre y a la criada, el padre tiene un chichón que le dejó el vaso de aluminio que le aventaron el lunes, la criada tiene quemaduras de segundo grado en los brazos, provocadas por la sopa hirviendo que no quisieron tomar.

Los padres no saben que hacer y para tenerlos felices, porque Dios guarde un enojo de los pequeñitos, los complacen en todo lo que piden; por eso su habitación está llena de tecnología: televisores LCD (más de uno); PSP; Nintendo Wii; Computadoras desktop con conexión a Internet; Laptop, para cuando salen o van al colegio; Ipod; y muchos otros gadgets de última generación.

El berrinche de la semana se debe a que quieren, ambos, un Iphone que el padre se niega a comprar.

Padre: No, no y no, no compro cosas a niños malcriados.

Madre: Pero si no se los comprás serán los rechas del cole.

(Ambos niños asienten con cara de tristeza, haciendo un puchero que recuerda al gato con botas de la película Shrek).

Padre: No, dije no y no, que se conformen con el celular que tienen.

Hansel: (Sollozando) Pero padre, mi celular ya está muy viejo, hace seis meses que no me compras uno nuevo, ya no sirve, tiene problemas, no carga rápido la pila y la cámara pixela las imágenes, y no tiene TV online.

Gretel: (Sollozando más fuerte) Y el mío tiene rayada la carátula…

Padre: Dije que no, y estoy dispuesto a cumplirlo; además, mañana nos vamos a Semuc Champey, ustedes tienen que ver la naturaleza en un lugar que no sea la TV.

Hansel y Gretel: Preferimos mil veces estar en el mall que en la naturaleza, fuchi.

Gretel: Mosquitos, lagartijas, guácala

Madre: Tienen que hacer lo que dice su papá.

SEGUNDO ACTO

El mall brilla de tecnología, cascadas falsas, cielos estrellados falsos, niños falsos, adultos con sonrisas falsas, mujeres con tetas falsas y miradas falsas, los pasillos llenos y los negocios vacíos; nadie compra, miedo en el ambiente o calaveras de plástico por todos lados, niños bien, emo, góticos, malas copias de otras realidades, fantasmales, se mueven por los pasillos.

Madre: Te agradezco tanto que no nos hayas llevado a Champey, ahora te quedó dinero para comprar los Iphones de los nenes, y todavía alcanza para que vayamos a cenar…

Padre: (Disgustado) Uummm.

Madre: Además alcanza para que me compres el baby doll rojo y el vibrador grande que querías.

Padre: (Más disgustado, pero con un brillo malicioso en los ojos). Como quieras.

Hansel: Papacito lindo, que bien que me vayas a comprar el Iphone, te juro que lo voy a cuidar.

Gretel: Si papacito, mira, aquí también hay cascadas, si quieres te tomamos una foto con el Iphone nuevo.

Se acercan lentamente a una tienda maravillosa: las paredes brillan como joyas, cientos de pantallas iluminan la entrada, lo último en tecnología está en exhibición y los niños pueden jugar, mientras los padres observan. Al fondo, una mujer linda, artificial, pero linda, a quien la madre ve como una bruja, revuelve una especie de caldero, en donde se encuentran las solicitudes de cientos de personas que prepagaron el teléfono, va a sortear un Iphone y le dará un millon de minutos al afortunado.

La bruja mueve el caldero y todos abren los ojos, los niños están aprisionados por los controles del Wii y sólo atinan a mover las manos, al tiempo que la bruja lo hace. Hansel y Gretel no tienen sus controles de Wii, por eso se dedican solo a ver, ellos solo juegan con sus propios controles.

Madre: Les dije que trajeran sus controles, hay premios para el que juegue mejor.

Hansel: Oh, madre, lo olvidamos. (Su gesto es de indiferencia).

De manera imperceptible, los niños desaparecen de la vista de los padres, la tienda es enorme y será difícil encontrarlos.

Padre: Mira vieja, vámonos de aquí, estos cerotes, digo niños, que se queden, no nos van a extrañar, y si quieren encontrarnos lo harán en cualquier momento, al fin que tienen su Iphone nuevo

Madre: ¿Pero me compras unos zapatos antes?

Padre: Lo que quieras, pero salgamos de aquí pronto, esta tienda me molesta.

Padre y madre: Niños, regresamos en un rato, los llamamos más tarde. (Dicen en voz alta, a la nada, pues los gemelos están lejos).

TERCER ACTO

Motel de mala muerte, padre con látigo en la mano, y madre atada a la cama, está claro que ambos tienen vicios ocultos.

Padre: Y bien, querida, hemos dejado a los niños y jamás volverán a molestarnos, salen bien caros esos cerotes.

Madre: Pero, ¿qué hiciste?.

Padre: Pronto se darán cuenta, pero no podrán hacer nada...je je je je, y como vivimos en un suburbio esos niños no saben como regresar a casa, siempre se duermen o juegan en el camino.

Madre: (Grito de horror) Nooooo.

CUARTO ACTO

El mall de noche, comercios cerrando, Hansel y Gretel sentados en una banquita, jugando con su Iphone nuevo.

Hansel:
No lo entiendo mi Iphone ya no funciona.

Gretel: Es que la bruja no nos dio los cien minutos, ni los mensajes ilimitados, sólo teníamos cincuenta minutos y los gastamos en internet, que está bien caro, esa compañía de teléfonos es una estafadora.

Hansel: Es que es un cobro extra y el tacaño de padre sólo dejó pagados los aparatos.

Gretel: No entiendo porque la bruja dijo que nuestros celulares viejos no tenían el chip, no pudimos cargar las direcciones y el colmo: se quedó con ellos.

Hansel: No recuerdo el número de nadie, ni siquiera el de abuelita.

Gretel: Esto es espantoso, estamos perdidos.

Hansel:
Y la tarjeta de débito reporta vacía…¿Cómo regresaremos a casa?

Hansel:
Hay que regresar a la tienda de electrónicos, ahí hay computadoras con internet, yo guardo una copia de los teléfonos en mi lista de contactos...

Gretel: Pero Hansel, Ya casi cierran, ya cerraron el mall, no nos dimos cuenta por estar jugando, y no trajimos los controles del Wii.

Hansel:
No importa, pasaremos la noche en el cine, ahí no nos pasará nada.

Gretel: Tengo miedo, ese emo lleva una chaqueta que parece tenerla puesta desde hace dos años, estamos rodeados de mendigos y vándalos….

EPÍLOGO

El padre, después de una noche de terror, donde tuvo que escuchar cada palabra que decía su mujer, decidió que los niños era un mal menor y regresó por ellos al mall.

Los niños pasaron la noche hablando, uno con el otro, por fin, y se dan cuenta que han estado chateando sin conocerse, descubrieron que el Iphone tiene muchos defectos y que además, el área de cobertura es limitada y los minutos caros, también se dan cuenta que si padre no suelta la plata no hay Iphone; pero han regresado a la tienda de electrónicos, en donde, después de hacer que despidan a la bruja por inepta, logran conseguir los chips perdidos y llamar a casa.

Moraleja: Pórtense bien niños.

Padre, madre y niños se abrazan en el mall y cantan la canción de Movistar (o la de Claro, depende quién quiera patrocinar el montaje de la historia).

Hermanos Gris

lunes, 6 de octubre de 2008

De la serie diálogos incongruentes IV

—¿Vio que los bancos quebraron?

—Si, es que son de mala calidad, ya no los hacen como antes.

—Pero muchos de esos bancos fueron creados hace décadas.

—Entonces fue por eso.

—Puede ser, pero se supone que eran sólidos.

—Pues ya vio, siempre dicen lo mismo, que van a durar toda la vida, que soportan cualquier peso, que cualquiera puede usarlos.

—Lo malo es que la gente se confía y luego pierden su dinero.

—Ah, pero también tiene uno que fijarse, no se puede invertir solo así por así el dinero, además hay otras opciones.

—No crea que hay muchas, ya vio que no solo los bancos nacionales están quebrados, también los gringos.

—Mire pues, quiere decir que ya nadie hace las cosas bien, yo que pensé que solo los chinos hacían cosas de mala calidad.

—Los chinos son otra historia, en realidad no estoy enterado como son los bancos de allá.

—Pues si son como todo lo que hacen hasta tóxicos deben ser.

—No creo que sea para tanto, pero nunca se sabe, mire que al gobierno gringo le está dando tremendo dolor de cabeza, muchos dicen que los republicanos perderán las elecciones por la quiebra de los bancos.

—Ah, pero entonces si que son muchos los que han quebrado, es que dicen que la gente en los Estados Unidos es muy obesa, de seguro eso tiene que ver.

—¿Cree usted que tenga que ver?

—Por supuesto, todo es cuestión de peso.

—Entiendo, creo que tiene razón, porque los que han quebrado son algunos de los bancos de mayor peso.

—La culpa de todo la tiene la comida rápida.

—Ya lo creo que influye, porque al final de cuentas todos invierten su dinero en bancos, no hay otra forma.

—Me parece que si hay otras formas, pero igual se está expuesto a que quiebren.

—Ajá, la situación está muy difícil, casi insostenible, ya no haya uno que hacer, porque los bancos quebrados decían tener muy buen respaldo.

—Mire que interesante, bancos con respaldo, para eso mejor hubieran comprado sillas, son más duraderas; por otro lado, ¿no sería mejor comprar bancos de metal?

—¿Bancos de metal?

—Si, tengo un amigo que hace unos muy buenos, pero los carpinteros ya lo están empezando a llevar mal.

—¿Bancos de metal? ¿carpinteros? ¿de qué está hablando?

—De los bancos, ¿y usted?

—Ah, También, pensé que hablaba de otra cosa. Bueno, ya me voy, otro día seguimos arreglando la economía.

—Cuando quiera, nos vemos pues.

Mil Ton Freak Man

jueves, 2 de octubre de 2008

Paul

Sentí ganas de llorar, la noticia me conmovió, es raro como los sentimientos acumulados, que uno cree ya no están, que han desaparecido, son detonados por un vistazo al periódico, por lo que se oye de casualidad, ahora me entero quien eras, pero no me arrepiento, sigo pensando que no me perdí de nada, que eras igual que todos, a pesar de tu generosidad, el color de los ojos no miente, por eso es que sigo sola, sabía que venías de paso, como lo hiciera años después tu amigo Mel, fuiste tranquilo, te vi varios días por el parque, antes que te atrevieras a hablarme, a comprar algo de la venta, pagaste en dólares por los chuchitos, el atol y las tostadas, no quisiste recibir el vuelto, es mucho dinero, dije, pero no te importó, estabas petrificado viendo mi escote, queriendo ver hasta adentro, gringo shuco, dije subiendo el tono de voz, tomá tu vuelto y dejá de estar viendo lo que no te importa, ni siquiera escuchaste, hasta pude oír tus pensamientos, aún después que te alejaste, ese día volviste por la tarde, no quisiste comprar, pero me hablaste y no te entendí nada, tan viejo y no hablabas español, fueron varios días de insistencia, querías llevarme, pero nunca he sido babosa, ni he necesitado de tecomates para nadar, la comida siempre se vende, claro que eras guapo, a que mujer no ibas a gustarle, pero me mantuve firme, luego desapareciste, no supe más de vos, ahora me doy cuenta que era cierto, que eras vos el que salía en esas películas viejas, por eso siento ganas de llorar al enterarme de tu muerte, y digo en voz alta, miren pues, el gringo shuco era famoso, Paul dice aquí que te llamabas.

María Del Parque

lunes, 29 de septiembre de 2008

Cuentos tiernos o la condición humana

I
Una hormiguita visita mi azucarera, la veo de reojo, me provoca ternura el sacrificio que hace para cargar tres granitos sobre su espalda. Tarda una eternidad en salir, pero regresa, por más, esta vez viene acompañada por un enorme grupo de sus compañeritas, bien ordenadas ellas, una tras otra, con gran paciencia invaden el recipiente; ahora las veo de frente, con un poco de desesperación espero a que todas estén adentro, en ese momento derramo el azúcar en un balde que he llenado con agua hirviendo, jajaja,jajaja; cómo me divierto al verlas agitando sus patitas, tratando de escapar.

II
El perro de mi vecina, la que vive del lado izquierdo de mi casa, es un chihuahua, ella es muy guapa, y su mascota adora subirse a mis zapatos. Yo la saludo y le hago cariñito al animalito, de inmediato mueve la cola, agradeciendo el gesto, luego se cuelga de mi pantalón. Los acompaño unos metros, en su caminata diaria, después me despido y el perrito se queda viéndome con sus ojos llorosos. Mi vecino, el que vive del lado derecho de mi casa, tiene un rottweiller. Un día se lo pedí prestado, que quería salir a correr con su mascota, le dije; con mucho gusto dijo él. Lo saqué a pasear en el momento justo que mi vecina salía, su chihuahua se me vino encima, entonces solté el rottweiller, jajaja, jajaja; cómo disfrute viendo la colita moverse afuera de las mandíbulas del perrazo.

III
La lluvia es capaz de ponerme nostálgico, incluso triste, el espectáculo en la calle llega a deprimirme, más cuando es de mañana y todos corren a su trabajo. Los que esperan el bus del servicio público tampoco disfrutan los días lluviosos, ni los que tratan de cruzar de un lado a otro; pienso que debería tener un vehículo más grande, para llevar a los que se pueda y que no se mojen. Cuando voy manejando y hay tormenta, pongo la radio, para ayudarme a soportar el tedio del tráfico, pero cuando veo la gente aglomerada en la estación del bus, pienso en lo difícil que es la vida y me digo: pobrecitos ellos, entonces acelero y me acerco, lo más que puedo, a la acera, jajaja, jajaja; cómo me produce placer ver sus ropitas empapadas y llenas de lodo.

IV
Una compañerita de la oficina ha estado faltando mucho, resulta que no tiene quien le cuide a su hijo; el niño tiene dos años y no se puede quedar solo, eso sería inhumano. Ella se queja porque en estos tiempos es difícil conseguir ayuda para los oficios domésticos, dice que las maquilas tienen la culpa. El jefe la ha tolerado, hasta ahora, pero como los fines de mes todos se ponen histéricos, porque hay que enviar los informes a la casa matriz, entonces la cosa se complica; por eso, yo siempre ofrezco mi ayuda, porque la compañerita necesita el trabajo. Ahora lleva dos días de estar trabajando solo media jornada, el jefe dijo que lo siente mucho pero que las cosas no pueden seguir así, pienso que es injusto, y me armo de valor para hablarle al jefe, quien de inmediato entiende, jajaja, jajaja, la compañerita tendrá todo el tiempo para cuidar a su pequeñito y el jefe dice que yo soy la persona perfecta para sustituirla.

V
Le puse defensas a mi carro nuevo, adelante y atrás. En esta ciudad el tráfico es anárquico, los conductores son inconscientes y agresivos, si llegan a chocarlo a uno, salen huyendo o se bajan blandiendo una pistola, para convencernos que ellos no tuvieron la culpa. Por eso uno siempre anda con cuidado, tratando de no hacer daño a nadie, pero las circunstancias no ayudan. Los parqueos, por ejemplo, son la misma historia; un día estaba saliendo de uno y rocé con la defensa delantera al carrito de a la par, rápidamente me bajé a inspeccionar los daños, el artilugio funcionó, jajaja, jajaja, a mi vehículo no le pasó nada y al otro le quedó un buen hoyo, además salí rápidamente y nadie se dio cuenta.
Marito Vellosa

jueves, 25 de septiembre de 2008

Sarah

Conocí a Sarah hace años, en ese entonces su apellido era Plain, a ella le parecía bastante simple; se dejó venir a Guatemala con un grupo de jovencitas de su iglesia. Esa tarde estaba sentada en el atrio de la iglesia en San Andrés Sajcabajá, su aspecto era similar al de las menonitas que vivían en la misión; ella no era menonita, pero eso no impedía que se viera igual, a excepción de la cofia, que cambiaba por un peinado recogido y excesivamente laqueado. Parecía el casco de un soldado alemán.

A sus diez y seis años estaba convencida del demonio del comunismo e intentaba persuadir a los pobres indígenas de Guatemala acerca de las ventajas del capitalismo. Con sus faldas de algodón y las medias remendadas, que vestía, no se miraba muy convencida y su discurso parecía artificial, pero daba igual.

Platicamos un par de horas, mi torpe inglés y su pobre español no facilitaron las cosas. La chica era intransigente, si yo decía: mi esposa va a trabajar, no quiero hijos, por ejemplo; ella decía: puedes tener ambos; y si yo decía: las mises son unas tontas; de inmediato alzaba la voz, diciendo: yo voy a ser linda y famosa.

La verdad es que resultó ser cargante. Era mandona, pero intentaba actuar como una mujer común; fingía debilidad, para que alguien más le llevara sus cosas, pero en la menor oportunidad agarraba la escopeta y disparaba para cazar un venado, sin mostrar la menor emoción ante la sangre. Los chavos estaban fascinados con ella, a mí me parecía una pesada.

A la hora de la prédica era la que más gritaba, hasta parecía Jimmy Swaggart, lloraba, se movía de un lado al otro del escenario; el pobre traductor hacía lo que podía para seguirla, pero las palabras más fuertes no las traducía; cosas como: los indios deben trabajar y no ser haraganes, o las mujeres que usan anticonceptivos se van al infierno, el traductor no era religioso y aquello le parecía demasiado.

Dos días después se fue, con el grupo, a otra ciudad. Mi tío los había alojado en una de las pocas casas bonitas del pueblo, así que, para agradecer, decidieron invitarlo a ir con ellos a Escuintla, su siguiente parada; como él no podía dejar los negocios, entonces me convenció para que los acompañara.

Los días en Likín, a donde yo nunca había ido, fueron hermosos. Alguien les prestó un chalet, ahí las ocho jovencitas y los cuatro gringos adultos, quienes venían de gélidos inviernos, se sentían a sus anchas entre la arena negra. La primera reacción de Sarah, ante la arena, fue de asco: uff, esto parece un chiquero, dijo, aunque poco después ella también estaba disfrutando del calor.

El segundo día me animé a proponerle que paseáramos solos, caminamos por ahí y logré robarle un beso; entonces pude notar que el disfraz de menonita sólo ocultaba una furia y un deseo que yo no conocía, y me asustó.

Los adultos dijeron que antes de ir a la capital pasaríamos por Palín, pues había feria. Sarah, como cualquier chica de su edad, se subió a todas las ruedas, fingiendo miedo; poco tiempo pasó para que descubriera el tiro al blanco, y de inmediato se convirtió en el terror de todos los puestos, pues su puntería era formidable y ganó un montón de premios; aún con los rifles de mira torcida, truco que entendió rápidamente. Yo la seguía como un perrito, hasta que se encontró con otro gringo. Se pusieron a conversar en inglés, yo no entendía mucho, pero cuando ella le dijo su apellido, Plain, el se puso a reír: Oh, yes, just as you are. Ella se enojó y le dio una cachetada, él la tomó por un brazo y la besó a la fuerza. Me dejaron esperando en la esquina, mientras se escondían entre los rincones.

Cuando los adultos no la encontraron me regañaron, pues decían que era mi responsabilidad vigilarla; alcancé a entender algo: not again, this girl is a big trouble; luego me enteré que la madre la había enviado a Guatemala para deshacerse de un problemita; de eso habían pasado un par de meses, y ahora volvía a las andadas. Sus padres pensaban que su recién adquirida fe podía ponerla a salvo de todo aquello.

Apareció al siguiente día, muy confiada me dijo que no me preocupara, que sabía cuidarse, bueno, le dije, pero Palín no es el mejor lugar para perderse, agregué.

Hace unos días, cuando vinieron a mi casa los del servicio secreto, para hacerme firmar un acuerdo de confidencialidad, pude darme cuenta que Sarah sigue siendo la misma, ni los años, ni la política la han cambiado, lo único que cambió fue su apellido; me dio risa que escogiera Palin, el lugar donde perdió su virginidad, como por quinta vez.

Jorge Arenas

lunes, 22 de septiembre de 2008

De la serie diálogos incongruentes III

—¿Ya se enteró?

—No, todavía no, ¿de qué cosa?

—Del premio.

—¿Premio? ¿A quién se lo dieron?

—No sé, por eso preguntaba.

—Pues ojalá que no lo hayan otorgado todavía.

—¿Y si ya lo otorgaron?

—Le digo una cosa, nadie lo merece, ninguno ha hecho méritos suficientes, ¿no cree?

—Yo no sé, pero quizá haya alguno.

—¿Conoce usted a alguien? ¿No estará tratando de influir?

—¿Qué le hace pensar en eso?

—Su interés en saber quien lo ganó. Fue usted el que preguntó, a mí los premios me tienen sin cuidado.

—¿Le gustaría tener uno?

—¿Usted cree que me lo den?

—¿Por qué no? Cualquiera lo puede ganar.

—¿Está diciendo que soy un cualquiera?

—No, para nada, pero ¿espera usted que se lo den?

—Como le decía, los premios me tienen si cuidado, pero si me lo quieren dar, quizá sea porque lo merezco.

—Bueno, quizá haya otros que también lo merezcan.

—Ahora me está subestimando, ¿piensa que los demás son mejores que yo?

—La verdad, no los conozco a todos.

—Yo pienso que usted no quiere que me den el premio. Me tiene envidia, ¿verdad?

—Claro que no, creo que es cuestión de tiempo para que se lo den.

—En realidad no importa, ya le dije, me tiene sin cuidado.

—Que bueno, hace bien, no como esos que siempre lo andan pidiendo, me alegro que usted no sea así.

—El trabajo y la humildad, ante todo.

—Mire, aquí está la noticia, ya dieron el premio.

—¿Cómo? ¡Se lo dieron a él! ¡No puede ser!

Marito Vellosa

viernes, 19 de septiembre de 2008

Diálogos de fútbol

Muy atentamente invito, a todo aquel que pase por aquí, a que lean un nuevo texto en mi blog personal.

Salú pue.

http://johanbush.blogspot.com/

jueves, 18 de septiembre de 2008

Micro relatos de espantos y desaparecidos - III

No se sintió bien cuando se fue. Esos saludos y despedidas de medias palabras: que le vaya bien, que la pase bien, que tenga buen viaje; no le generaban ninguna clase de angustia o consecuencia moral, pero en el momento que le dijeron: A’i se cuida, pensó: ¿de qué? ¿de quién? y ¿por qué?, ¿qué oscuras intenciones había en pronunciar esas palabras? A’i se cuida.

¿Por qué se tenía que cuidar?, ¿Por qué caminar con pasitos arrítmicos?, dando saltitos, virando de vez en cuando el cuello, buscando al acechador, al ladrón, al terrorista de Al Qaeda, al judicial mexicano, al político narco guatemalteco, al agente de migración gringo, al quiebra bancos argentino, al hondureño entrenador de fútbol, al sicario colombiano. Quizá encontraría a la vuelta de la esquina a cualquier escoria del infierno, creada, o no, por CNN noticias.

El a’i se cuida se le fijaba en la cabeza, mientras subía los vidrios polarizados de su carro blindado, revisaba la póliza de seguros contra todo riesgo, se ajustaba el chaleco antibalas, programaba el GPS, guardaba sus tarjetas de crédito y las chequeras en la caja fuerte del vehículo, revisaba su pistola 9mm con mira láser.

Le seguía resonando, a’i se cuida, cuando recogía a los cuatro guardaespaldas, y a los que le acompañaban en la unidad auxiliar, y que le revisaban la casa, todas las noches, en busca de artefactos siniestros, explosivos, micrófonos, cámaras ocultas, los mismos que se encargaban de electrificar la valla perimetral, soltar a los perros busca explosivos, los que husmeaban a la servidumbre que cocinaba, y probaban los alimentos frente a él, sobre todo esas deliciosas uvas, esas a las que le quitaban la cáscara y semillas, para anular cualquier posibilidad de que se ahogara.

A’i se cuida, se repetía, mientras se enclaustraba, en su cuarto con cerraduras y combinaciones cifradas, que colocaba en lugares secretos, que únicamente él conocía, y que ese día olvidó.

A’i se cuida, ¿de quién? ¿cómo? ¿por qué? seguía repitiendo, mientras revolvía todo, buscando las combinaciones cifradas, y sus contraseñas, mientras empezaba a tener pequeños estornudos, que poco a poco se hacían más continuos, y que le cortaban la respiración, y que lo hacían agitarse, cada vez más rápido, y cuando abría la boca, tratando de capturar la mayor cantidad de aire, se convertían en enormes bocanadas, y se aceleraba, aún más, cuando cayó en la cuenta que su habitación era a prueba de intrusos.

Poncho Pilatus

jueves, 11 de septiembre de 2008

Aforismos pajeros

  • Se invoca la posmodernidad para justificar que se escribe, a los cuarenta años, como si uno tuviera veinte.

  • No te hagas la vida imposible tratando de reinventar la gran literatura, con decir que eres artista conceptual es más que suficiente.

  • Convertirte en marginal no garantiza que serás buen escritor, pero ser buen escritor podría convertirte en marginal.

  • Si, de vez en cuando, alguien plagia o duplica lo que escribes, quizá eso quiere decir que, de vez en cuando, eres un escritor digno de ser imitado.

  • Muchas veces, la posibilidad de ser un buen escritor es inversamente proporcional a la cantidad de libros publicados.

  • Puedes hacerte el gracioso y acumular mil comentarios en cada uno de tus post, pero el número que aparece en tu contador jamás dirá de que tamaño es tu obra.

  • Volar al ciberespacio demora un minuto, aterrizar puede demorar años.

  • El orgullo nacional se reduce a once tipos corriendo detrás de un balón, mientras los demás alternan entre el aplauso, la cerveza y las manos en la cabeza.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Variaciones pajeras sobre un viejo tema - III

Simone de Beauvoir
Puedo escribir los versos más existencialistas esta noche, los tristes que los escriba Sartre.

Gloria Steinem
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero serían necesariamente incendiarios. Claro que no lo haré, que los hombres lloren por nosotras.

Aurora Dupin
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, con música de Chopín, serían de color rosa, pero los firmaría como George.

Hillary Clinton
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, por supuesto que puedo, pero de que sirven ahora las lamentaciones.

Michelle Obama
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero esperaré hasta que todo haya terminado, quizá después de las elecciones sean aún más tristes.

Ingrid Betancourt (antes de su liberación)
Podría escribir los versos más tristes esta noche, pero, aunque secuestrada, estoy feliz de no estar con mi marido.

Ingrid Betancourt (después de su liberación)
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pues, aunque me hayan liberado, tengo que ver a mi marido y, por si fuera poco, me obligan a visitar al Papa.

Rigoberta Menchú
De acuerdo a la coyuntura histórica, alguien escribirá los versos más tristes esta noche, su acento será multicultural y se hará una publicación multilingüe, los firmaré como míos, ganaré el premio Nóbel, y pondré un nuevo negocio, no será de lo mismo, pero será más barato.

Madonna
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. ¡Oh¡ yes, sounds good, I think this verses are perfect to make a song.

Mujer pobre, indígena, y recién alfabetizada
Puedo escribir y eso es suficiente.

Mujer feminista, radical con el idioma
Pueda escribir las versas más tristas esta nocha, escribir por ejempla, la nocha está estrellada y tiritan azulas a lo lejas las astras.

Mujer de Pablo Neruda
Lo inspiré a escribir los versos más tristes esa noche.

Beto Cabal
(pensamiento femenino, para complacer a la Prosódica)

jueves, 4 de septiembre de 2008

Micro relatos de espantos y desaparecidos - II

La noche que sus temores se hicieron realidad, millones sufrieron junto a él, ese día invocó la muerte, pero nada pasó; muchos lo querían fuera de este mundo, pero ninguno se atrevió a tomar el asunto en sus manos, después de todo no era para tanto, solo había que esperar cuatro años para que viniera una nueva oportunidad, eso repetían los compañeros, mientras se guardaban las ganas de terminar con él, cuando menos de desquitar un poco la rabia.

Cuando se quedó solo, toda la culpa le cayó encima y lloró amargamente, se recriminaba haber sobornado al médico para que su examen de la vista saliera perfecto; ahora tenía que pagar las consecuencias, fue desterrado y desapareció.

Muy pocos lo extrañaron; muchos agradecieron al cielo, cada uno según sus creencias; millones respiraron aliviados, pero no les duró el gusto. La eliminatoria empezó, de nuevo, y una vez más fue contratado El primitivo para dirigir a la bicolor, y todo mundo lo sabe, Foster siempre fue su preferido, que lo convocara era cuestión de tiempo. Ahora el temor es mayor, pues se dan cuenta que no solamente el portero de la selección es corto de vista.

Diego Iespien

lunes, 1 de septiembre de 2008

Micro relatos de espantos y desaparecidos - I

Escucha ligeros golpes en el costado izquierdo, de nuevo debe ser su corazón, es el sonido que suele hacer cuando algo le pasa. Pero esta vez no sabe porque, si no hay nada que le afecte, absolutamente nada.

Dejó de fumar hace muchos años, por eso no puede ser un enfisema pulmonar. Dejó la bebida, casi al mismo tiempo que el cigarro, por eso tampoco puede ser la presión. El polvo, en todas sus presentaciones, desapareció de sus costumbres, lo dejó desde que ya no pudo comprarlo; además no tiene a nadie a quien amar, absolutamente a nadie, por eso no puede ser taquicardia.

Ahora ya no siente solo un golpeteo, siente un enorme dolor; algo como un taladro que se le mete en medio de las costillas y le hace imposible moverse. Otras ideas se cruzan por su mente, piensa que la caja en donde lo metieron está un poco estrecha.

Alfredo Ishco

jueves, 28 de agosto de 2008

Casi

Ahora que todo ha terminado y que, en definitiva, ella no tiene más posibilidades de ascender al poder, voy a hablar con libertad. Sigo sintiendo miedo, pero también siento el deseo de contar lo que sé; es difícil guardar secretos, más cuando involucran a personas poderosas; aunque quizá todo sea un secreto a voces.

Su plan era perfecto, aunque al final hubo cosas que no previó. Que su esposo se convirtiera en presidente fue algo que tomó sin mucho entusiasmo, sabía que eso la haría estar a la sombra de él; pero poco a poco se las ingenio para sobresalir, un par de escaramuzas por aquí, unas cuantas declaraciones por allá, y otras cositas por el estilo bastaron para que la prensa la empezara a llamar: el poder detrás del trono. Aquello no era suficiente, por eso fue que planificó todo, sabía de las debilidades de su marido y de sus deslices, pequeñeces que nunca le importaron; pero que le servirían para ascender en su carrera política.

Me contactó una mañana y sin muchos rodeos me lo propuso, fue algo impactante escucharla, pero me habló con tal firmeza que aquello sonó a una oferta que no pude rechazar. Esa historia todo mundo la conoce, la prensa se encargó de publicarla con detalle, y aunque el hombre se vio obligado a pedir perdón públicamente, las consecuencias calaron profundo en los votantes, pues el partido gobernante perdió las dos elecciones siguientes. El país no lo perdonó pero ella si, era parte del plan, de esa forma su figura se erigió sobre los restos de la de su marido.

Yo quise convertirme en su amiga, pero fue imposible, pues ella ganó en popularidad, luego fue electa senadora y después muchos empezaron a postularla para el mayor puesto de elección. Hasta ahí todo parecía que iba a salir perfecto, aun cuando el morenito surgió como su adversario. Si el apoyo popular no era suficiente, siempre quedaba utilizar el mismo recurso que la había ayudado antes. Nada que un maniquí de ébano no pudiera arreglar. Hizo varios intentos, pero no fue tan sencillo como la vez anterior; no estoy diciendo que yo fui más hábil, solo que ninguna de las chicas que envió, esta vez, hicieron caer en la trampa a su contrincante. Finalmente nada sucedió y cuando vino a darse cuenta había perdido.

Con resignación aceptó la derrota, no sin antes analizar que lo único que no había previsto, y que había subestimado, era la inmunidad demostrada por su oponente hacia las mujeres bonitas. Sin tan solo hubiera hecho caso a los rumores, se lamentó; claro que para sí misma pensaba que era imposible que un hombre pudiera haber logrado lo que tanta chica linda no pudo.

Viéndola por la TV, mostrando una cara de falsa felicidad, pienso que su acentuado feminismo no le permitió ver que no todos los hombres son tan machos como aparentan.

ML

lunes, 25 de agosto de 2008

Variaciones pajeras sobre un viejo tema - II

Poeta emo
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, y mañana y pasado; pero ¿a quién le importa?

Poeta gótico
Puedo escribir los versos más negros esta noche, mientras me pinto las uñas.

Poeta masoquista
Oblígame a escribir los versos más tristes esta noche.

Poeta político
Prometo que escribiré los versos más tristes esta noche, lo tengo contemplado en mi plan de los cien días.

Poeta de festival
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, y los leeré en voz alta en la velada cultural, (¡Aplausos!).

Poeta arrogante
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, y lo haré mejor que cualquiera de ustedes.

Poeta snob
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero los escribiré como si fuera Kavafis, Bukowski, Ezra o T.S. Elliot.

Poeta Geek
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, en mi Iphone, y enviarlos por Twitter a mi Face book y al blog.

Beto Cabal

jueves, 21 de agosto de 2008

De la trilogía la viga en el ojo - III

Poemas de paja

1
Si tuviera vigas en mis ojos
podría no abrirlos
para dejar de ver la paja en los tuyos

2
Nada más cruel que colocarse objetos en la mirada
apenas puedo con los bifocales
y los lentes de contacto

3
Me estremece tu mirada de viga
que deja pajas en la mía

4
No es cuestión de nuestros ojos
se trata de miradas de viga
y vistas de paja

5
Con meta-pajas y envigamientos
se construye el horizonte en nuestros ojos

6
Las pajas no pertenecen a ningún otro órgano del cuerpo
así lo dicen los ojos

7
Estaba escrita la efimeridad en una paja de tus ojos
en tus partes más dóciles
y fui feliz
solo me quejo por lo inmediato

Pancho Pajares

lunes, 18 de agosto de 2008

De la trilogía la viga en el ojo - II

De la serie diálogos incongruentes II

—¿Es tierno verdad?, sobre todo cuando abre sus inmensos ojos.

—Si, tiene en su mirada un ¿no se qué?, se le dilatan las pupilas, ¿usted piensa que es normal?

—¿Qué?

—Que se le dilaten las pupilas, cualquiera pensaría que puede ser… por algo indebido.

—No, como va a creer que pueda ser por algo indebido.

—Alguna sustancia poco...

—¿Poco qué?

—Pues, poco bien vista.

—¿Bien vista por quién?

—Pues, por esa institución que controla sustancias.

—¿Qué tipo de sustancias?

—Pues, sustancias poco favorecidas.

—¿A qué tipo de sustancia poco favorecidas se refiere?

—Usted sabe.

—No, yo no sé nada, ¿en qué me quiere involucrar?

—No, yo no en nada, solo es un comentario.

—Pues a mí no me gustan sus comentarios.

—Solo estoy hablando de los ojos.

—¿Los ojos de quién? Yo no veo ningunos ojos, ¿Qué quiera que vea?

—Nada, nada, ya los cerró.

Pancho Pajares

jueves, 14 de agosto de 2008

De la trilogía la viga en el ojo - I

Además de haber visto todo lo que un ser humano tiene que ver, colocó cotas en los caminos, figuras polígonas en la tierra, concurrió a espectáculos bizarros, vio cuatro circos chinos, uno ruso y tres espectáculos sobre hielo. Presenció la llegada del hombre a la luna y le dio la mano al Papa. Además hizo tres viajes memorables: uno a la India, en donde pudo ver el Ganges tragándose los muertos. Otro a Inglaterra, para conocer el Teatro de los sueños y ver a su equipo, el Manchester, jugar un partido, que por cierto perdió, algo que no le gusto. Fue a Disneylandia, para tomarse una foto con Mickey Mouse, pecado mortal que le costó la mitad de sus amigos intelectuales, algo que nunca entendió, pues ellos solo iban a París; eso a él siempre le pareció una frivolidad, pensaba que la cultura hacía mucho tiempo que se había ausentado de las calles francesas.

Leyó lo que pudo y lo que le gustó, pero dejó varias decenas de libros en las primeras páginas, porque opinaba que los autores se plagiaban unos a otros y que la industria editorial le daba atole con el dedo a los lectores. Eso marcó el inicio de su súper-visión.

Se volvió adicto al cine, para encontrar los errores de montaje, y los anotaba en pequeñas libretas, y se tomaba la molestia de contar el numero de la secuencia, y la toma exacta, el encuadre, los actores, la descripción del escenario; incluso tomó clases de elaboración de guiones, para memorizar los diálogos de mejor forma, así poder dar su opinión doctoral.

No le bastó con el cine, su siguiente objetivo fue el universo, describió taxonomías de todo aquel ser viviente que lo rodeaba, los dibujó, fotografió, escaneó, los diseccionó hasta que su memoria se llenó de nombres científicos.

Hasta ese momento su vista había permanecido clara y objetiva, pero luego dirigió la mirada a los seres que lo rodeaban, quizo escuchar sus palabras, observar sus actos, su conducta, analizar sus ideas, y decidió cuestionarlos, fue ahí cuando le empezó a crecer una viga en los ojos, una enorme y monumental que a nadie le gustó, su vida nunca volvió a ser la misma.

Pancho Pajares

lunes, 11 de agosto de 2008

Charles

Recuerdo la única vez que T.S. perdió el control de sí mismo, fue cuando aquel hombre, Scofield creo que se llamaba, lo acusó de haberle bajado a la novia. La discusión llegó a tal grado que se fueron a las manos, ambos quedaron con los ojos morados, con las narices sangrantes y tirados en el suelo, producto de la gran taleguiada que se dieron. Vivien fue a limpiar las heridas de T.S. dando a entender de esa forma su decisión.

Yo le había advertido que esa mujer solo le iba a causar problemas, que mejor se casara con mi hermana, pues ella estaba profundamente enamorada de él; pero no me hizo caso; poco tiempo después se casó con Vivien y se fueron de luna de miel.

Durante esos meses dejé de verlo y aproveché para alejarme de la ciudad y viajé a Los Ángeles. Quise experimentar la vida común, conseguir un trabajo, ser un hombre normal, alejarme de las esferas intelectuales.

Lo primero que se me cruzó en el camino fue la oficina de correos, para mi buena suerte estaban buscando un cartero; solicité el puesto y en eso anduve durante un tiempo. Esa es una historia que solamente he contado una vez y fue a alguien que ni siquiera conocía. Resulta que una tarde, después de terminar la jornada, me dirigí a un bar, iba por la tercera cerveza cuando un tipo de unos veintitantos años se sentó en mi mesa, soy Charles, me dijo, mientras se sentaba y me contaba que quería ser escritor. Como no paraba de hablar, entonces, para hacer que se callara, decidí contarle las aventuras que estaba viviendo al ser repartidor de cartas. La conversación duró varias horas, resultó ser un borracho divertido, pero esa fue la primera y última vez que lo vi.

Mill Soles

jueves, 7 de agosto de 2008

Variaciones pajeras sobre un viejo tema

Poeta pajero
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero no quiero.

Poeta fresa
Puedo escribir los versos más cool esta noche

Poeta posmoderno
Puedo escribir los versos más simples y a la vez complicados, como diré, aja, estrámbóticos quizá, también puedo no escribirlos, esta noche, o esperar a mañana, también podría hacer un performance.

Poeta maldito
Puedo escribir los versos más estremecedores esta noche, pero estoy borracho.

Poeta tímido
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero no los mostraré.

Poeta dudoso
¿Será que puedo escribir los versos más tristes esta noche?

Poeta malo
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, escribir por ejemplo, la noche está estrellada y tiritan azules a lo lejos los astros.

Beto Cabal

lunes, 4 de agosto de 2008

De la serie diálogos incongruentes I

—¿Se le antoja?

—No, gracias, es demasiado para mí, pero es bueno saber que hay alguien que me ofrezca algo tan agradable.

—No se preocupe por el ofrecimiento, es solo un poco de gratitud natural.

—¿Y por qué me las tiene que dar?

—Porque usted se merece eso y más.

—¿Cree usted que me lo merezca?

—Claro, todos nos merecemos lo que deseamos.

—No creo que sea así.

—Claro que es así, por eso le ofrezco lo que le estoy dando.

—No se lo puedo recibir.

—¿Por qué?

—Porque es demasiado.

—Pero es lo que le quiero dar.

—Si pero no lo quiero, me da pena.

—No la tenga, y tómelas sin vacilar.

—¿Y si usted se queda sin nada?

—No importa, ya conseguiré más.

—¿En dónde?

—En donde sea.

—Pero el tiempo está difícil ahora, para buscar.

—Que no le importe, tiempo es lo que más tengo, le importa si también le ofrezco un poco.

—No lo sé, también se le puede terminar.

—Le digo que no le importe, ya conseguiré más.

—Usted todo lo consigue ¿verdad?

—En la medida de mis posibilidades.

—¿Me puede, también, brindar alguna posibilidad?

—Claro, tómelas.

—¿Todas?

—Sí, todas.

—Gracias.

Poncho Pilatus

viernes, 1 de agosto de 2008

Entrevista pajera con Chepito King Lopezca

Los invitó a que se den una vuelta por mi blog personal, el Pepe Luis Cardamomo le hizo una tremenda entrevista al maestro Chepito King Lopezca.

http://johanbush.blogspot.com/

jueves, 31 de julio de 2008

La gata y el ratón

Se veía un poco triste, sentada en el jardín y tomando lo que parecía una taza de café. Me acerqué y, de la manera más cordial, le dije, en mi torpe inglés beautiful lady, me I sit with you, profirió una carcajada que me asustó, y respondió algo que pude traducir como: eso de bella no va conmigo. Yo estaba intentando hacer amistades, en mi disfraz de joven latinoamericano pudiente, sabía que la mejor manera de pasar desapercibida era buscar esas amigas, algo entradas en años, pues ellas pueden presentarte a la gente sin llamar la atención, porque incluso se creen la historia o intentan creerla.

No viene al caso decir porqué estaba disfrazada de hombre, con mi cuerpo casi andrógino no era difícil y nadie podía creer que yo me hubiera cortado el pelo tan a ras. Jovencitos latinos en busca de aventuras proliferaban en la Inglaterra de post guerra. La primera guerra era un recuerdo y los jóvenes herederos latinoamericanos intentaban hacer mundo visitando Europa.

El asunto es que me senté a su lado y cometí mi segundo error, le pregunté si podía invitarla a otro café (puesto que casi terminaba su bebida), se rió de nuevo ruidosamente y me dijo: boy, this is not a coffee, is that drink, Coca Cola, with a bit of rum. Luego permitió que le comprara otra.

Pasamos toda la mañana conversando, era una mujer madura increíble, narraba cosas imposibles y salpicaba su conversación con chistes macabros, incluso me dijo que la forma más fácil de matarme sería con una taza de veneno, el sabor de la Coca cola lo cubriría.

Me tomé un par de "cafés extraños" y pasamos la tarde en la veranda. Ella, ya más alcoholizada, me confesó que estaba planeando un asesinato nobody will believe I did it, me decía y mostraba una foto de una mujer extraña.

Nos fuimos a cenar al comedor, el tiempo pasaba de prisa, ya en su habitación me enseñó una serie de cuentos que planeaba convertir en novelas, sus ideas me parecían increíbles y fuertes. Llegada la madrugada me despedí.

Durante un par de días dejó de beber y me presentó a todos los nobles del hotel y demás huéspedes distinguidos, jugábamos por ratos, en las noches, a los acertijos y la acompañaba a su habitación.

La tercera noche decidió mostrarme los detalles de su plan, aseguraba que yo era perfecto para engatusar a la mujer y hacerla comer unos chocolates envenenados. Tenía muchos libros antiguos sobre la mesa y me hizo olfatear unos chocolates trufados que ocultaban el olor del veneno.

Cuando sentí sus manos en mis caderas y su beso me puse a temblar, ella, por el contrario, intentaba quitarme la ropa y al cerciorarse que yo no era hombre sólo dijo: I knew it.

Amanecimos anudadas, yo con culpa, ella feliz, huimos del hotel y, haciéndonos pasar por madre e hija, compartimos unos días increíbles, yo le decía ah gata y ella repetía que yo era su ratoncito.

De verdad me asusté cuando decidió que iba a involucrarme en la muerte de aquella mujer, y más cuando aseguró que seguiríamos juntas hasta la muerte. Yo era muy joven y me asusté, la dejé en un hotel, donde luego la encontraron quienes nos buscaban, el resto de la historia todos la saben.

lo que es cierto es que yo logré arreglar el problema que me llevó a Inglaterra, con ayuda de los venenos...

Muy pronto me contactaron los ingleses, para entonces ya sabía mucho de venenos y planes misteriosos.

Cuando estrenaron la ratonera supe que Agatha, mi gata, nunca me había olvidado.

Mata Hari

Para complacer a la Filis

lunes, 28 de julio de 2008

James

La primera vez que viaje a Europa, París para ser exactos, fue porque quise acompañar a T.S., él quería evitarme la molestia y el gasto, pero como el dinero nunca me ha importado decidí hacer el viaje. Hablábamos largas horas, pues no había mucho que hacer en aquel barco. Él leía mucho y estaba obsesionado con la poesía, pero sus versos eran tan pobres que me tocaba re-escribirlos, casi siempre.

Nos hospedamos en un bonito hotel, y fue ahí donde conocimos a James, un irlandés que había llegado hace poco a la ciudad; como también era escritor fue fácil encontrar temas comunes de conversación, era buen tipo, pero se mantenía borracho la mayor parte del tiempo. Bueno, no me voy a hacer de la boca chiquita, el vino por aquellas tierras era bastante barato, entonces había que aprovechar. Lo cierto es que los tres terminábamos completamente borrachos, cada uno hablando por su lado, sin poner atención a lo que el otro decía. Yo, por ejemplo, estaba emocionado leyendo las obras completas de Homero, y todo lo que hablaba era sobre el tema, que La Iliada aquí, que La Odisea allá, en fin, el escritor griego me tenía cautivado.

Pasamos varias semanas en esas, juntos pero hablando solos, como en un monólogo interior, por supuesto que a viva voz. Habían veces que James se ponía violento, pidiendo que me callara, que no hablara solo, que ya lo tenía aburrido, cosas así gritaba; por eso tuve que calmarlo, ya saben, un par de talegazos calma a cualquiera.

Cuando T.S. decidió volver, porque si no su mujer lo dejaba, agarramos barco y de vuelta. En una de las pocas veces que estuvimos sobrios, le dijimos a James que se viniera con nosotros para América, pero no quiso; dijo que acababa de tener una idea para escribir una novela y quería ponerse manos a la obra.

Mill Soles

jueves, 24 de julio de 2008

No somos los mismos

No importa, igual, cuando me vista de nuevo y me ponga la tiara por última vez, sé que no será la última.

Recuerdo la última noche en esa casa, sentí sus manos en mis piernas y me dejé ir como de costumbre, en ese galope loco que calma por momentos la ansiedad de saberme objeto. De regreso en mi cama, sola como siempre, pude escuchar en el pasillo sus voces y sus risas, la complicidad que tenían, en mi propia cara, conscientes que esto acabaría pronto.

Todavía me duele el inicio, cuando le era imposible verme con deseo, con que ganas intentaba yo atraerlo, presentarme como él quería, y nada. Habitaciones separadas para que estés tranquila, dijo, y yo le creí, porque quería creerle más que nada, porque era necesario creerle.

Las veces que lo hicimos era con la presión de que me embarazara, lo más pronto posible, decía, y se volvió un gatito, cuidándome el embarazo, al nada más nacer el niño se alejó, dejé de comer, de dormir, de vivir…

Hasta que él mismo me ofreció la salida. Fue él quien me envió a aquel joven soldado pelirrojo, y con su autorización (yo no sabía), me volví su amante, me calmó, de tal forma que pude hacerle frente a tantas cosas: viajes, compromisos, el baile en la casa blanca…

Todo terminó cuando quedé embarazada, tuvo que ocultárselo a sus padres, pero el niño era tan pelirrojo… Intentó acabar con él, fue imposible, pero terminó con el romance y de nuevo me encontré sola.

Ese año horrible, cuando por fin todo terminó, dejamos de vernos y yo tuve que soportar la humillación de que esa mujer fea saliera a la calle de su mano. Podía recordar las veces que nos veía, sentada en el dormitorio, como un fantasma, incluso dando consejos, esas humillantes veces cuando necesitaban tener otra manera de fantasear.

Nunca dejé la tiara, siempre voy a ser princesa, de eso pueden estar seguros.

Jorge Arenas