jueves, 30 de julio de 2009

De la serie el cuento de la muerte -3-

No le asustaba la muerte, a su edad eso no era importante, por eso en su ruta diaria no le preocupaba pasar por el cementerio que estaba atrás de la vieja iglesia; ahí habían sido enterrados muchos notables del pueblo, antes que fuera inaugurado el nuevo camposanto.

Ese día, por la mañana, tembló fuerte; todos comentaban si era prudente continuar con la rutina diaria, pero como no hubo más temblores la vida siguió.

Tomó el camino del cementerio, como de costumbre. Cinco tumbas adentro vio que una mano huesuda se agitaba y cuando estuvo cerca escuchó una voz que le decía: Hola, ¿cómo estás? Se quedó parado, como quien piensa qué hacer, leyó el nombre en la lápida y siguió su camino.

Cuando llegó a la escuela, lo primero que hizo fue preguntar: Maestra, ¿es de mala educación no saludar a un muerto?

Aisi Dedpipol

jueves, 23 de julio de 2009

De la serie el cuento de la muerte -2-

Había un pueblito en donde la gente se moría de la risa. Algo difícil de creer, pero totalmente cierto. Era un pueblo triste, nadie quería morirse, menos hacerlo en plena carcajada, porque se quedaban con la boca abierta y luego era imposible hacer que la cerraran; cuando tal cosa sucedía era necesario romperles la quijada y así ponerla en su lugar.

Las funerarias eran creativas pues cuando la persona moría encogida de la risa, deteniéndose la panza, y no lograban enderezarlo a tiempo, los ponían en una caja cuadrada.

Durante un tiempo la gente se cagaba de la risa y después caía muerta, ese fue el primer diagnóstico; sin embargo, estudios posteriores demostraron que la gente se cagaba después de haberse muerto de la risa.

Cierta vez llegó al pueblo un tipo circunspecto, serio, Ruperto se llamaba, quien afirmaba que sólo una vez en la vida había soltado una carcajada, fue en el circo, pero luego de ver a aquel payaso su vida fue lúgubre, por eso le resultó fascinante la idea de vivir en aquel lugar; su lógica era, y lo gritaba a viva voz: si nada me provoca risa seré inmortal, si muero por fin seré feliz.

Lanzó un reto, después de afirmar que aquel pueblo no le haría ni cosquillas, dijo que se casaría con la mujer que lo hiciera reir, que estaba dispuesto a cederle toda su fortuna y a morir en el lugar.

La hija del alcalde aceptó el reto y de inmediato se hicieron los arreglos para la boda. El cura bendijo el matrimonio, la novia lloró de la emoción, tanto que las lágrimas hicieron que se le corriera todo el maquillaje; cuando el flamante esposo levantó el velo, de golpe le vino el recuerdo de aquella vez en el circo.

El padre de la novia lanzó un suspiro, mientras leía la inscripción que había mandado a poner en el regalo de bodas, la lápida decía: Aquí yace Don Ruperto, muerto de la risa, quinto esposo de Rosita, la hija del alcalde, quien nunca aprendió a manejar sus emociones, ni a maquillarse.

Rigo Mortis

jueves, 16 de julio de 2009

De la serie el cuento de la muerte -1-

Una vez un tipo encontró a su amante en la cama con otro hombre. Cuando los vio sintió que la muerte se le venía encima, entonces dijo: no es ahora que quiero morirme, será después de matar a estos dos; y la muerte se quedó quieta, como quien espera a hacer un negocio redondo. El hombre se metió la mano a la bolsa y encontró un revólver, de inmediato murmuró: es el destino, yo nunca puse la pistola en mi bolsa y ahora aparece en el momento justo; sí, es el destino, debo matarlos. Dicho eso disparó contra ambos y ahí quedaron muertos. La muerte soltó una carcajada, pero se quedó esperando el desenlace.

El sujeto vio los cadáveres y suspiró, como quien se siente vengado; luego pensó de nuevo en el arma, en ese momento notó que la ropa que llevaba puesta no era de él; la muerte nunca se impacienta y sonrió cuando le escuchó decir: todas las mujeres son iguales, éste debe ser el pantalón del amante de mi mujer. Sin decir más, dio la vuelta y se dirigió a su casa, la muerte se fue detrás de él.

You Black

lunes, 13 de julio de 2009

Operación M

Parece que mi carrera como experto en seguridad está llegando a su fin, no es por falta de trabajo, en estos tiempos hay hasta de sobra; lo que pasa es que me estoy cansando de esos ricos excéntricos, cada vez piden cosas más raras.

Hace casi un año me contactaron para un proyecto, me citaron en un lugar público. Sin darme mayores detalles sobre la identidad del cliente, y firmado el acuerdo de confidencialidad, dijeron que la idea era recoger al único pasajero de un jet privado; el hombre llegaría las 5:00 a.m., en fecha que me revelarían después, al hangar de la fuerza aérea; ahí debería ser recibido por el grupo de choque, unos tipos entrenados para repeler cualquier ataque, ellos lo escoltarían hacia la casa que se tenía que habilitar para hospedarlo. Mi trabajo consistiría en coordinar todo, incluso acondicionar la mansión para que el cliente se sintiera cómodo y seguro.

Desde ese día he estado instalando el equipo de seguridad: cámaras, micrófonos, sensores de movimiento, detectores de metales, lo usual; eso sí, todo de alta tecnología. La cosa empezó a complicarse cuando requirieron que me hiciera cargo de comprar muebles y todo lo demás para hacer confortable el lugar. Hice mal gesto y a punto estuve de mencionar que no soy diseñador, pero la cifra en el cheque que extendieron como anticipo era para convencer a cualquiera; además en este trabajo no se hacen preguntas.

La casa está ubicada en el centro de un bosque de veinte manzanas, es enorme, pero se ve pequeña en la inmensidad del terreno; tiene gimnasio, sala de estar, invernadero, casa de huéspedes y un ambiente grande en donde será instalada una clínica. Lo sé porque en la lista de cosas que debo comprar aparece gran cantidad de equipo médico y hospitalario; que servirá también para colocar en todos los dormitorios.

Fuera del disgusto que me causó tener que comprar el mobiliario (aunque al final no fue tan pesado, porque siempre tuve a la disposición el jet, pues hubo que comprar todo en el extranjero), y la compra de provisiones para alimentar a un batallón durante al menos dos años, pensé que las excentricidades eran pocas; sin embargo, cuando ya todo el equipo médico estaba instalado, llegó un pedido especial, una cosa rara, hecha de vidrio transparente, parece una bóveda o un ataúd, al que conectaron los tubos que salían de la pared, tiene un temporizador que lo sella herméticamente.

Finalmente, cuando todo estuvo listo, y mi trabajo había concluido, llevaron a un chef y a una señora que será el ama de llaves; revisaron las provisiones que compré, hicieron un gesto afirmativo con la cabeza, luego se instalaron en la casa de huéspedes.

Se supone que voy a ser el jefe de seguridad y que debo vivir también en la casa de huéspedes; aún no me decido, me gusta ser independiente, pero es mucho dinero, así que hay que considerarlo.

La gente que me contactó está feliz con mis servicios, hace poco atendí a una rubia famosa, cantante ella; vino a ver a unos niños huérfanos que quería adoptar; le enseñaron como media docena, al parecer no le gustaron, porque estuvo un par de días y se fue; es que tuvieron el mal tino de llevarle niños de piel blanca y ella dijo que los prefería de piel oscura

Desde ayer no hay nada que hacer, me la he pasado viendo televisión, pero con el sistema satelital que se instaló sólo se ven los canales estadounidenses, que no han parado de transmitir la noticia de la muerte de Michael Jackson; a mí nunca me gustó la música de ese chavo, además me cae mal y no lo soporto por renegado; así que mejor apagué la tele; entonces empecé a aburrirme; unas horas habían pasado cuando sonó mi celular: el cliente llega mañana.

Al otro día el itinerario se cumplió sin fallas, mi equipo recibió al pasajero, yo los esperé en la mansión.

Cuando llegaron pasaron de una vez hacia el dormitorio principal, me levanté rápido; sólo alcancé a ver la silueta de una figura esbelta, de pelo lacio, nariz recta, pómulos saltones y hoyuelo en la barbilla, que se metía al ataúd de cristal.

Recordé las noticias del día anterior, me restregué los ojos, moví la cabeza en señal negativa. No puede ser, a ese cerote si que no lo soporto, dije en voz alta; como todos estaban terminando de acomodarlo, aproveché para dar la vuelta y me fui. Que se busquen otro jefe de seguridad, esto ya es el colmo, pensé mientras me alejaba.

Daniel Oceano

jueves, 9 de julio de 2009

De la serie negocios fabulosos -4-

—¿Y ese su gallo?

—Lo compré.

—No me diga que se lo va a comer en caldo.

—Para nada, lo quiero para otra cosa, un negocio que me hará millonario.

—¿Peleas de gallos?

—No, eso es cruel, venga le muestro.

—¡Ulugrún! Si son un chingo de gallos los que tiene.

—Pero ya se han muerto varios, no aguantaron.

—¿Qué les hizo pues?

—Los alimenté y se murieron

—¿A saber qué les dio de comer?

—Granitos de oro

—¿Cómo así?

—Mire, yo no pierdo nada, los gallos comen granos de oro, hasta ahora todos se han muerto; eso sí, los granos quedan enteros en la panza del animal. Le digo algo, si alguno sobrevive, ya verá como después tendré la gallina de los huevos de oro.

El gallo Claudio

viernes, 3 de julio de 2009

De la serie negocios fabulosos -3-

—No me diga que las cosas van mal.

—Muy mal usted, esto de construir castillos en el aire va de mal en peor.

—¿Por qué será?

—La gente quiere cosas palpables: amueblados de cedro y caoba, refrigeradores, televisores, y los castillos en el aire no aguantan con tanto mobiliario.

—Es cierto, antes la gente aspiraba a tener un castillo lleno de ilusiones, ahora ya no se conforman.

—Pero a esas casitas que venden tampoco les caben muchas cosas, además no están dispuestos a pagar más.

—Si, pero entonces viene alguien que fabrica muebles en miniatura, estufas chiquitas, mesitas, cositas así, todo se acomoda al tamañito.

—¿No me diga que usted le entra a eso?

—No, eso es muy difícil, estuve tentado a hacer casitas de muñecas, pero no funcionó

—¿Y eso?

—Lo que pasa es que las mujeres ya no quieren vivir de fantasías, ahora quieren castillos completos, tangibles; nadie quiere imaginar nada.

—¿Y su hijo?

—Ese fue más listo, hasta le puede dar algunas clases.

—¿Le va bien, entonces?

—No quiero presumirle, pero le cuento que la próxima semana me llevará a ver uno de los castillos de Ludovico; está en venta y queremos comprarlo, para mi las cosas tienen que ser tangibles.

—¡A púchica! Quiere decir que le va de maravilla, ¿qué hace pues?

—Se dedica a la construcción.

—¿No me diga?

—Sí, construye castillos, mansiones, edificios, hasta ciudades enteras; lo bueno es que hace réplicas de diseños ya existentes; su modelo más vendido es el del Castillo de Versalles; aunque a mí me gusta más el de Baviera.

—¿En dónde los construye? ¿En carretera a El Salvador?

—No’mbre, en su casa, en la computadora, le entró a la realidad virtual, todo cabe en un disco duro; rápido se hizo millonario.

—Suertudo.

—Usted no se desespere, tarde o temprano alguien le comprará sus castillos en el aire.

Bob el constructor