miércoles, 31 de octubre de 2007

Ezra

Le estaba mostrando a T.S. un poemita que había escrito la noche anterior, de repente se apareció Ezra con un mamacho de hojas que, según dijo, estaban llenas de sus cantos; estiró el cuello para leer mi texto e inmediatamente pronunció las siguientes palabras: "no trates de escribir en versos mediocres lo que ya se ha dicho en buena prosa". Ahí mismo le dejé ir un gran talegazo y jamás volví a dirigirle la palabra, por eso nunca han visto que le haya dedicado algún poema.

Mill Soles

lunes, 29 de octubre de 2007

Personaje de novela

El fin de semana pasó volando, al estar borracho el tiempo no se siente. Como todo los lunes a medio día llegué a donde la Moli, ella hacía un caldo levantamuertos de lo mejor. Encontré a Miguel Angel, en la mesa de siempre, emborronando un cuaderno y con una cara de goma que no podía negar los días que llevaba enfuriado. Me senté junto a él y con voz pastosa respondió el saludo. Murmuró algo y siguió escribiendo, haciendo leves pausas mientras respondía mis preguntas.

Siempre decía que estaba escribiendo la novela fundamental de las letras universales, que había inventado un nuevo género literario, pero que por bocón le mencionó la idea a un colombiano y que tenía miedo de que lo plagiara, por eso quería terminar su novela cuanto antes. Según él, ya tenía el ofrecimiento de una editorial para la publicación del libro.

Siempre admiré la capacidad de Miguel Ángel de poner en palabras escritas todo lo que acontecía a su alrededor, por eso me gustaba conversar con él y contarle anécdotas y darle ideas, porque muchas las vi después en sus libros.

Mientras comentábamos lo rico que estaba el caldo, de pronto se quedó callado, muy pensativo, le pregunté que pasaba y me dijo que no sabía qué nombre ponerle a un personaje de su novela.

Me dio algunos detalles y tuve una ocurrencia, entonces le dije que lo que pasaba era que los escritores se complicaban la vida, un nombre se puede sacar de cualquier parte, por ejemplo, hoy es día de reyes, podés utilizar cualquiera de esos tres nombres, pero Melchor y Baltazar no suenan muy chapines, en cambio Gaspar sí, agarrá ese le sugerí. Me miró asintiendo y preguntó: "¿y el apellido qué?"; mirá vos, le dije, estamos donde la Moli, siempre venimos y tenés que hacerle un homenaje en tu libro, porque aquí lo has estado escribiendo y comiendo fiado, pero como Gaspar Moli, no se oye bien, que te parece si lo ponés al contrario, así quedaría, Gaspar Ilom, hasta chilero suena. Tagueno pues, dijo y seguimos platicando.


El pequeño moyas

sábado, 27 de octubre de 2007

Casi como un sueño...

Ayer que regresé a la casa, poco antes de las diez de la noche, con ganas de ver unos minutos del partido Guatemala-México, estaba sentada en la sala doña Luz Vendez De La Hierba, esa doñita, ochentona, que anda buscando todavía vestigios de Sor Juana de Maldonado. Siempre me pregunta si de casualidad sé algo de ella, yo le respondo que ahora no he visitado le hemeroteca.

Su visita fue sorpresiva y me extrañó que no estuviera viendo el partido en la tele. Saludé a doña Luz, quien cada vez que viene me chulea todo lo que escribo. Anoche mientras le preparaba un cafecito me dijo: "Qué linda esa su librera, chiquitita pero se ve el excelente gusto, se lo digo porque yo he leído y usted se ve que tiene gran sensibilidad, que se refleja en cada una de las obras que forman parte de su breve, pero muy hermosa librera , lo felicito" . Después se tomó el café y volteó hacia la puerta del baño y me dijo: "El otro día me quedé con ganas de decirle lo hermoso y original que está ese su cuadro de cartuchos. Qué lindo su gusto por las cosas hechas en Guatemala. Se nota que usted aprecia nuestro arte primitivista, kitsch"; y no me acuerdo qué más me dijo la viejita, que ya estaba comenzando a cabecear.

Le entregué el ensayo que cada mes le hago acerca de su obra, le encanta porque agarro cada uno de sus poemas y le hago un mini ensayo, no muy grande, como de veinte líneas. Me cae bien la señora, pero por su culpa ya no pude ver el juego en la tele.

Se fue cuando empezaban a sonar los cohetes. Su chofer, un señor gordito, aquel don Carlitos que antes acudía a la casa del cuento y que es su enamorado eterno, la ayudó a subirse al carro.

Antes de irse me dijo que tomara miel blanca con leche y hierba buena para la tos o una botella de vino. Prometí hacerle caso con lo de la miel.


Mill Soles

jueves, 25 de octubre de 2007

Profecía

Pueblo mío dice el señor, "debes estar atento cuando hablo, en los días postreros se levantarán contra ti muchos falsos profetas, habrá apostasía por doquier, vendrán brasileños a quererte quitar lo que me pertenece, los padres llegarán a sus hijas y las madres a sus hijos, los hombres mataran a los hombres y un general ofrecerá mano dura". Pueblo mío dice el señor: "no desistas de seguir mis caminos, todos los que me siguen, con fidelidad, recibirán el cielo por heredad, el sepulcro no se enseñoreará sobre ellos, ni las tinieblas los cubrirán; debes permanecer vigilante, para que los ladrones no vacíen tu casa". Salabán, salabán, salabín, yama, yama, yama, pueblo mío dice el señor: "debes pedir el bautizo del Espíritu Santo, para que puedas entender el mensaje de tu siervo, sólo los que estén llenos del espíritu entenderán; pero no pidas otras lenguas, las clases de inglés son en el IGA". Pueblo mío dice el señor: "El final de los tiempos sobrevendrá cuando el dinero no alcance, cuando para comprar se necesite la marca de la bestia, cuando mis siervos no lleven los diezmos al alfolí; pedid y se os dará, todo aquel que en mi crea no sufrirá, tu me pides dinero, yo te mando efectivo, cash; pero recuerda que dice mi palabra, el que no trabaja bueno es que no coma". Pueblo mío dice el señor: "esta es la profecía que hago sobre mi siervo, a él debes acudir, a él debes darle las primicias". El portador de aquellas palabras era un niño de 12 años, al terminar su profecía cayó al suelo, como en trance, llorando, rebosaba de alegría sin igual; el señor lo había utilizado como el mensajero de sus buenas nuevas. Yo fui testigo de aquel evento. De dos cosas estoy seguro, ahora que los años han pasado, los servidores del altísimo se creyeron aquel mensaje y el final de los tiempos tardará mucho en llegar, pues los diezmos, ofrendas y toda clase de donaciones siguen llegando al alfolí; porque después de construir casas de dios, ahora se construyen ciudades de dios.

Jonás Ungido

miércoles, 24 de octubre de 2007

Dos días en cartagena

Dos días en Cartagena, solo dos. La encargada, una vieja bruja, se ha dedicado a vigilarme el día entero.
Es cierto que 16 años son muy pocos, pero el ambiente del trópico no es para desperdiciarlo metida en las ruinas de un castillo y recorriendo las callecitas con flores o en la bóveda sellada del museo del oro.
Comprábamos unos recuerditos en la entrada del fuerte, primera visita programada del día, cuando me choqué con unos ojos verdes centellantes y una piel morena espectacular. Mientras avanzábamos, podía ver como el muchacho se nos acercaba, cada cierto tiempo me dirigía una mirada invitadora. El pasillo tenía una especie de nichos , en ellos-según el guía- se escondían los guardias para atrapar a los invasores. Al ir bajando, en la oscuridad, sentí una mano que me tomó del hombro y antes de darme cuenta estaba besando al chico de los ojos verdes, escaparnos del grupo fue cuestión de tiempo.
Minutos después tomábamos gaseosas en un café al aire libre. Las horas pasaron y nosotros no nos movíamos hasta que aparecieron dos hombres, bastante mayores, y empezaron a molestarme; mientras me tocaban los brazos, hacían comentarios obscenos, al escuchar "muéstrame lo que pueden hacer las mujeres calientes de Guatemala", supe que era el momento de salir corriendo.
Sin voltear a ver, , seguía corriendo, no sabía a donde pero corría. De una casa de dos pisos apareció un hombre mayor, vestido de blanco, con sombrero y bastón, me tropecé con él y gritó "¡carajo, para donde vas tan rápido!". Me tenía agarrada por el brazo, entonces me abalancé sobre él y lo abracé, como si fuera mi padre o un abuelo. De reojo observé que los hombres se alejaban, sólo entonces comencé a llorar.
Las siguientes horas las pasé con el viejo, conociendo Cartagena, se reía de mis historias, especialmente cuando le conté que en mi tierra caía, durante trece meses al año, una lluvia pertinaz a la que la gente llama chipi chipi; parecía un abuelo simpático. Al llegar la noche preguntó "en donde te estás quedando", en ese momento volví a la realidad: No tenía mi pasaporte y no recordaba el nombre del hotel. Durante una hora me llevó de un lado a otro, en taxi, buscando el misterioso hotel que yo no recordaba. Cuando se dio cuenta de que estaba definitivamente perdida me llevó a su casa, un pequeño apartamento atestado de libros, me sentía tan agotada que me dormí enseguida.
Pasada la media noche desperté incómoda y lo encontré acostado a mi lado, me miraba fijamente mientras dormía. Me asusté pero no me moví. A las dos de la mañana, en su cama, el anciano era más inocuo que los vándalos de la tarde.
Por la mañana fuimos al museo del Oro, donde la encargada me recibió con lágrimas en los ojos. y sin regaños. El resto del paseo intenté portarme recatada y discreta.De regreso, ya en el avión, , encontré dentro de mi bolsa una tarjetita que decía "la pasé muy bien, muchacha," y firmaba Gabo.


Rosa Delgado

martes, 23 de octubre de 2007

Contribuciones a la revolución

Otro trago, pidió Don Carlitos Marx, como único bebedor de una cantina llamada Las cien puertas, localizada en la zona 1 de la ciudad de Guatemala.

La cantinera, apresurada, le sirvió un trago de una botella que decía vodka, Don Carlitos tomó un enorme trago, pero al sentir un sabor desagradable escupió una parte y luego dijo: "Vaya, la fuerza de trabajo incrustada en esta mercancía es de pésima calidad".

La cantinera olfateo la botella y sonrojada le pidió disculpas, mientras le explicaba que, lamentablemente, le había dado de beber thiner.

Don Carlitos no le hizo caso y le pidió como forma de compensación social un pulmón de indita, mismo que desde hacia dos horas le estaba haciendo ojitos.

No había consumido ni media botella cuando empezó a convulsionar. La cantinera, preocupada, llamó a los servicios de emergencia, uno tras otro; pero lamentablemente no acudieron, estaban en huelga pidiendo mejoras salariales, por lo que Don Carlitos murió en el lugar.

La señora, al no saber qué hacer con el cuerpo de tan ilustre teórico lo enterró ahí mismo, entre la barra y una pared, justo en donde solía sentarse.

En conmemoración a su trágica muerte levantó un altar con las obras que Don Carlitos había escrito, entre ellas resaltaba El capital.

La noticia se corrió y poco a poco los simpatizantes de la izquierda empezaron a llegar a Las cien puertas, para rendir culto a Don Carlitos, discutir sobre sus sabias enseñanzas y discernir sobre la realidad del país.

Todos escriben sus pensamientos mas sesudos sobre la pared. Desde entonces, la revolución guatemalteca se construye y discute en aquella cantina de la zona 1.


X Pajeras

Comentario pajero sobre el texto Revoluciones, de Laura Ingalls

No tuve el gusto de conocer a Otto René, pero me acompañó en los años de militancia. Mis primeros poemas resultaron ser un fusil de los suyos, aunque nunca lo acepté, pero mi intención no es hablar de mi, debo referirme al texto de Laura Ingalls, me cuesta creer que escribe mejor que yo, cosa difícil en estos días, pero vamos al texto. Es un relato muy vívido, casi se escucha el tableteo de las metralletas y el retumbar de los cañones, asi pienso que era por aquellos días, con los compañeros de la juventud revolucionaria asi imaginamos que fue; ahora en la embajada las cosas son distintas. El relato tiene un vaiven de emociones, pero se le siente cierto sabor a literatura de los setentas, la época que no me tocó vivir, pero no por ello dejamos de ser revolucionarios.

Marito Il Duque

lunes, 22 de octubre de 2007

Lectura

Aquella fría tarde de noviembre, nadie de los presentes imaginó lo que sucedería. El salón estaba lleno de gente de todas las edades, algunos vestidos de traje formal y las damas con sus trajes de noche. La actividad dio inicio a la hora en punto, como un presagio de lo que vendría. Luego de la voz protocolar todos quedaron callados, los primeros instantes pasaron entre el asombro y el rubor general, pero con el correr de los minutos muchos empezaron a sentir como sus miembros reaccionaban, las mujeres apretaban las piernas y los hombres se cubrían. La timidez se fue olvidando poco a poco; mientras ellas tocaban sus pechos por encima de la ropa, ellos descubrieron su erección. Las caricias fueron en aumento, sin sentirlo metieron sus manos dentro la blusa, dentro del pantalón. No pasó mucho antes de que se fueran uniendo en parejas, en tríos, en grupos. La ropa iba quedando debajo de las sillas. El rumor de voces se convirtió en gemidos, al estar todos desnudos ya no hubo límites. Aquello se convirtió en la más grande manifestación de erotismo de la historia. Todas las mujeres tuvieron múltiples orgasmos, los hombres erecciones interminables. No hubo nadie que no quedara satisfecho. De la misma forma que empezó se fue diluyendo, largos gémidos se escucharon cuando Delia leyó el último verso; Margarita, Luz, Aída, Ana María, Carmen y Carolina, aplaudieron un momento y para finalizar cada una dio las gracias a la concurrencia, por haber asistido a la lectura de sus poemas eróticos. Las poetas descendieron del podio, se desnudaron y una a una se entregaron a una orgía perpetua junto a Isabel de los Ángeles que las esperaba ansiosa.

Patricio Suskinder

Cuentaselo a Walo

Estaba parado en la esquina entre la quinta y la diecisiete calle de la zona uno, había dejado a una traida cambiándose en el motel y salí corriendo porque tenía otro trance ahí por la Bolivar. Tenía que llegar a tiempo. De pronto tres tipos más altos y un poco más fornidos que yo, me roderon y me pidieron el reloj y el dinero. Uno de ellos me puso un cuchillo en el estómago y otro me agarró del cuello. Lo primero que hice fue repasar mentalmente el lugar en el que llevaba el dinero, mis papeles y las llaves de la casa. Cada cosa estaba en diferente bolsa, así que inmediatamente miré hacia abajo con dirección a la bolsa en donde llevaba mi cédula. Me dijeron que sacara de ahí el dinero, pero los había engañado, cuando saqué la cédula, se enojaron, en ese instante el que me tenía el cuchillo encima volteó a ver a su jefe y yo aproveché para empujarlo hacia atrás; el de la derecha salió despedido con la fuerza del golpe y luego lancé la primera patada en la cara del malhechor, hasta que lo ví comenzar a sangrar. El tercero sacó un cuchillo de su cintura y quiso atacarme, pero lo recibí de un certero golpe en el pecho, así lo mantuve a distancia. Me fui encima del que sangraba y le pegué dos golpes en el estómago, dos más en cada pómulo, mientras el segundo, que ya regresaba por más, me quiso dar una patada, pero lo receté un morongazo tan fuerte que cayó a media calle, un bus que íba pasando me lo regresó confuerza y lo devolví a la calle de otra patada. Con los tres delincuentes en el suelo, un señor me alcanzó un lazo grueso, de los que sirven para amarrar los nylons en las carretas de chicleros y reventándolo con fuerza lo hice en tres partes, procedí a amarrarlos y a entregarlos a las autoridades. Ellos confesaron en la Comisaría y ahora están arrepentidos y pagando su delito en el Centro Penitenciario.

Waldemar "Jackie" Chen.

Canción pajera para Sabina

Tengo el gusto de contarles
que estuvo la otra noche por mi casa
el faquir de faquires
el flaco hijo de Juana La Loca.
el primo de El Nano
y me dejó esta canción

Me dejó esta canción
colgada de un viernes que nunca llegó.
y esta versión que tuve que completar
porque él no resistió su dosis
de receta surtida en El Gallito
que alguien nos regaló en la madrugada.

El viejo ridículo, tarareaba locuras
cosas como por ejemplo que nosotros buscamos en los placeres de la tarde
los placeres que no nos da la carne
y otros enredos dizque poéticos, para nada.

El teatrino del patio estaba repleto de rosas
todas bellas como diosas de un día
como animales de sacrificio en un ramo que llegó fuera de tiempo
como un baile de pueblo sin palabras de ofrecimiento
o un epitafio sin letras
sin palabras lanzadas a nadie.

Vino con su voz de cantante de marimba orquesta
vino y se acabó la jarra
y él vino como un fantasma que se bebe completo su vaso de agua.

Digamos que hablo del gusto de haberlo escuchado
como si estuviera sentado junto a mí
como si una noche en que después de trabajar llego a la casa y
la mona Lisa se sale de su pose de modelo arriba de la mesita
y me habla la noche entera de su sueño eterno.
Lero lero: digamos que también puedo hablarles de Joaquín.


Emiliano Sabina ( medio hermano de Joaquin)

Revoluciones

Caminaba en dirección a la facultad de derecho, me faltaba una cuadra para llegar; pero podía escuchar las voces de los estudiantes que estaban adentro, gritos y cantos que presagiaban algo que se empezaba a fraguar.

Otto René y los compañeros me esperaban, intentaba moverme de prisa con las crinolinas y el vestido de campana rosado, los tacones blancos, bajos, pero difíciles de manejar.

En dirección contraria venía una tanqueta, atrás dos o tres jeeps patrullaban la zona, el congreso estaba cerrado.

De la torreta salió una mano agitándose, y de los jeeps también varias manos me saludaban. Me puse nerviosa, los muchachos, con la amabilidad que les daba el conocerme de mucho tiempo, gritaban: "¿Seño, la llevamos? Allá en el cuartel habíamos jugado básquetbol. No dejaban de saludarme, yo trataba de callarlos y  les pedía que se fueran, sin mucho resultado.

De uno de los jeeps se bajó un subteniente, quien rápidamente los calló y les pidió que se fueran. "La vemos mas tarde señorita, yo le digo a su papá", me dijo. Agradeciéndo el gesto estaba, cuando un compañero salió de la facultad y gritó: "Van a secuestrar a la compañera".

El subteniente se retiró a tiempo, sin producir problemas, y Otto René, quien había salido a buscarme, viéndome tan nerviosa, me tomó de la mano, mientras decía: "Vamos vos, caminemos, yo te acompaño".

Adentro de la facultad se armó una gran bulla y todos aplaudían mi "heroísmo", Otto René se alejó a buscar su cuaderno, donde escribió un buen rato, antes de acompañarme de nuevo. "Te voy a dedicar un poema compañera", me dijo.

Laura Ingalls

Rincón de las Flores

Parecía incómoda, le habían traído una silla reclinable y aún así, rodeada de cojines, su expresión era de molestia, dolor tal vez.
El lago resplandecía, mis hermanas y yo corriamos por los jardines del tzanjuyú cortando flores y gritando como locas.
Ella nos observaba, con la mirada de las mujeres que no son madres y que añoran la maternidad. Mi hermana pequeña se había atragantado con las flores y mi madre salió dando gritos, limpiandole la cara e intentando que no siguiera comiendo margaritas, rosas y violetas.
Se veía extraña con el polen pegado en la nariz y la boca pintada de colores, los pedacitos de pétalo cayendo por la blusa y pegados en el pelo rizado.
Fue el único momento en que la ví reír, se carcajeaba secándose las lágrimas y nos señalaba sin compasión, parecía que se iba a desmayar de la risa, mi hermanita vomitó de pronto y se rompió el encanto.
Supongo que vió la cara ofendida de mi madre y pidió que la llevaran adentro, sin dejar de reir.
Cuando caía la noche, pude verla acostada en la terraza, un hombre grande y grueso le tomaba la mano y sonreía.
Por la mañana la ví, seguía recostada, con un pincel largo intentaba recrear las rosas sobre un lienzo colocado en el caballete, me acerqué para ver los dibujos y me asustó la desnudez de la mujer en el cuadro y sus entrañas de hierro y sangre.
Quizo ser amable, me llamó a acercarme, pero las figuras me habían clavado a la tierra.
La muchacha que me cuidaba llegó corriendo, me tomó de un brazo y me alejó de ella.
“Nena, venga, dice su mamá que no moleste a la señora Frida”.


Solange Nin

Gardenia de Plata

Como todos los días, esa tarde viajaba en autobús de San Marcos a Quetzaltenango. En el asiento de la par, un señor gordito, como de unos treinta años, veía el paisaje, como abstraído, se volteo y me dijo que aquel paraje de Palestina de los Altos, era su favorito.

Empezamos a platicar de todo un poco. Me contó que él componía canciones, que ahora estaba escribiendo una para un concurso, pero apenas tenía el estribillo y una que otra idea. Me mostró el papel en el que garabateaba lo que parecía un poema. Al principio, no le encontré mucho sentido, le pregunté qué significaba la palabra Gardenia. El papel tenía anotaciones por todas las esquinas y en todos los márgenes. Yo no concebía cómo era posible que una persona pudiera sacarle música a las palabras y estuviera días o semanas trabajando un tema musical. Así que me interesó ver como aquella empresa de escribir una canción para un concurso le emocionaba tanto. Hasta le pedí que la tarareara un poco, para saber cómo era la música:

Vengo a Cantarle a mi amada
La Luna xxxxxxx
De mi Xelajú.

Tatatatatatatatatatatatatatatatatatatatataa
.

Ahora que he escuchado tanto ese tema, puedo asegurar que aquella tarde la música ya estaba clara y completa en la cabeza del compositor, pero le faltaba letra. Entonces le conté que yo era un escritor de cartas de amor. Había comprado un libro llamado Cien cartas de amor, de la editorial mexicana Rodríguez Hnos; por lo que en cuanto a lenguaje amoroso se refería yo tenía las capacidades que había ganado con la lectura, aunque realmente no escribía las cartas para nadie en especial.

En el camino fui recordando fragmentos de mis cartas y se los decía al compositor, yo veía que él anotaba algunas cosas en su hoja llena de dobleces; no sé si de algo le habrá servido. Lo que sí puedo decirles es que no le dieron el premio del concurso, pero la canción ahora es conocida como nuestro segundo himno nacional.

Cuando estabamos llegando a Xela y antes de bajarse del bus, frente al Coliseo, me aseguró que, desde ahí, a esa hora la luna se veía esplendorosa, también me dijo que se llamaba Paco Pérez.

Mill Soles

Encuentro en Solentiname

A finales de los setentas estaba yo en Solentiname. Ernesto (no el Ché mi amigo, por cierto, sino Cardenal) me había pedido que trajéramos del supermercado dos kilos de coles. Aquella mañana, Joan y yo salimos en la pequeña lancha. El sol crecía y aquel muchacho tarareaba un poema de Machado. Ernesto dormía como un niño. La noche había sido larga. Ernesto, como otras veces, había sacado el buen vino después de media noche. La juerga, el calor y mi estancia de quince días me tenían un poco cansado, así que, a pesar de los ruegos de Ernesto, aquella misma tarde empaqué y volví a Londres, donde me esperaba Leona. Joan había allegado apenas un día antes. Una novia suya y alumna mía (que yo me paré cogiendo en México, años después) me lo había remitido. El muchacho sacó su guitarra y cantó canciones folclóricas de su tierra. Me pareció muy bueno, aunque excesivamente tímido. Se lo dije. Le hice prometerme de que se lanzaría al agua. Le sugerí, además, que cantara a Machado. Nos despedimos y me abrazó, sumamente agradecido. Desde que lo vi llegar a Solentiname vi que tenía futuro. Su nombre, Joan Manuel Serrat. En un mes dará un concierto en Guatemala.

Mark Drunk

Premio Nobel 2007

En el viejo anaquel prohibido, lleno de libros apolillados, había un libro que resplandecía. Mi madre me sorprendió muchas veces viéndolo, como quien se lo quiere comer. Yo tenía diez años y como todo niño normal ansiaba leer aquellos volúmenes (en ese entonces pensaba que a todos les gustaba la lectura); sin embargo, la voz maternal decía: "aún no es tiempo, tienes que crecer".

Lo que ella nunca supo, y ahora lo confieso, es que mientras se quedaba dormida, por las tardes, me trepaba hacia el anaquel y robaba los libros, uno por uno. Quise dejar de último el que resplandecía, mi intuición me indicaba que contenía lo mejor.

Aquella noche de 1,976 pude tener en mis manos el libro, empece a leerlo con la emoción de la primera vez, con cada página que daba vuelta se venía un rumor acompañado de pequeños temblores de mi cuerpo, ya para el final se dio una fuerte sacudida, pensé que había sido sólo yo, pero vi correr a todo mundo.

El libro de Doris Lessing fue un verdadero terremoto, la falla del Motagua dijeron las noticias.

Chepito De la Discordia