jueves, 16 de diciembre de 2010

The Twelve Days of Christmas

La carretera que lleva a su casa está llena de tierra y de baches. Suele quejarse de las autoridades, que no hacen nada para arreglarla y por culpa de ellos la suciedad llena su vehículo; pero luego piensa que si hubiera asfalto no habría plantas y animales, todo sería gris.
Del campo de girasoles, atrás de su casa, salen volando dos aves que se posan sobre una verja, se hacen arrumacos y vuelan juntas.

Son dos tortolitas, dos palomas silvestres de cola festoneada; las mira y de pronto se sorprende a sí misma cantando: Two turtle doves, And a partridge in a pear tree..., y sonríe, mientras recuerda a un tenor obeso, quien intentando meter aire a los pulmones, cantaba, el día 10, de un mes cualquiera, hace unos años, en un acto de navidad de la escuela.

Es la canción de navidad que más le gusta, porque no es religiosa, porque habla de cosas bonitas, que no hay en todo el mundo; porque le recuerda su casa, sus amigos; y porque no la han traducido a este idioma ajeno. Ya le arrebataron su: Deck the Halls, lo cambiaron por: Alegría por doquier, que no dice nada, que no significa lo mismo.

Hoy es 13 de diciembre, faltan doce días para navidad. Un chorro de lágrimas amenaza con salir de sus ojos. Recuerdos de navidades felices, de cantos navideños en un idioma que ya no es el suyo; de nieve que cae, dulce como flores, sobre sus manos enguantadas.

El sol la quema, abusivo; siente la tierra que se cuela por el vidrio, la falta de civilización se vuelve importante y solloza. Se queda estática, no se baja del carro, a pesar de sentirse asfixiada por el calor del trópico; afuera hará unos veinticinco grados, demasiado caliente, no parece navidad.

Las tórtolitas regresan, saca la cámara y toma una foto, y otra, y otra. Imagina las doce fotos en su perfil de Facebook, todos sus amigos comentarán y se reirán de su navidad tropical. Tiene las tórtolas, pero no encontrará la perdiz sobre un árbol de peras; tampoco hay jóvenes rubias ordeñando leche, ni jóvenes lords dando brinquitos, ni siquiera los cinco anillos de oro, o las aves graznando, o las gallinitas francesas del libro ilustrado que su madre le leía cuando faltaban doce días para navidad.

Entra a la casa, encuentra sobre la mesa las campanas de barro y los ángeles de tusa que él ha comprado. El olor del pino y la manzanilla es distinto al de pie de manzana, al de la cidra. No está en casa, pero esta tendrá que ser su casa.

Mery Crismas

jueves, 2 de diciembre de 2010

Electricista

Listo Don Pablo, ya está instalada la lámpara del estudio. Don Pablo, el corto circuito fue arreglado, espero que no le de más problemas. Aquí le hace falta un interruptor, con mucho gusto lo pongo, hoy mismo quedará funcionando. La alarma ya está instalada, es la última tecnología, nadie podrá entrar a robarle Don Pablo.

Durante tres años el electricista trabajó diligentemente, Don Pablo siempre quedaba feliz con el trabajo que realizaba; eres un artista y no cobras tan caro, le decía; por eso era muy generoso al momento de pagarle.

El electricista era un tipo humilde y nunca quiso gastar lo que Don Pablo le pagó durante esos tres años; hasta que llegó a los setenta de edad, se sabe que en la vejez algunas cosas se antojan.

Ahora, cuarenta años después de haber trabajado para el famoso pintor, reclama certificados de autenticidad, dice que todo fue un regalo, que si no tienen la firma es porque no quiso importunar al artista, pero que las doscientas setenta y una obras que posee salieron de la mismísima mano de Pablo Picasso.

Hilario Guardadito

jueves, 9 de septiembre de 2010

Salmos pajeros VII

XX
No sean tomadas a mal mis palabras

es solo que algunas veces las cosas parecen tener doble sentido

Como cuando digo:

Inclínate ante mí

me pondré como roca

Saca lo que tengo escondido

es lo más parecido a mi espíritu

en tus manos lo encomiendo

Te gozaré y me alegraré

Porque has conocido mi aflicción

Entonces haré resplandecer tu rostro

enmudecerán tus labios

que sostienen cosas duras

Cuán grande eres

Podrás decir después


XXI
Unos vendrán y asaltarán la camioneta

otros tocarán la ventana del carro

sin bajarse de la moto

se llevarán tu cartera y tu celular (en el mejor de los casos)

Rendidos quedarán los extorsionadores

dormirán cansados

pero se levantarán con más fuerzas

Matará al malo la maldad

De seguro lo hará más fuerte

Muchas son las aflicciones del justo

pero de todas ellas las librará Jehová


El tono irónico es evidente, ¿o no?


XXII
Nada sano hay en mi carne

mis huesos se quiebran con facilidad

mi lomo está lleno de ardor (no de envidia)

estoy encorvado y molido

casi deforme

las mujeres no voltean a verme

A punto estoy de caer

que nadie se alegre de mí

Sé que vendrá el día en el que habré de levantarme

pero no será hoy

Así de mal me sientan las borracheras

Jonás Ungido

miércoles, 25 de agosto de 2010

Los niños de Caracas —13— Y final.

Tocamos la puerta varias veces, pero nadie salía, fueron más de cinco minutos los que esperamos; en ese lapso aproveché para tratar de unir las piezas del rompecabezas. Lo que menos me hacía click era la bisexualidad de Watson, mi Watson; no era que tuviera algún prejuicio en contra de ver o imaginar a dos mujeres juntas, desnudas en la cama; por el contrario, solo pensarlo era excitante, lo que me molestaba era que no me di cuenta; claro que tal cosa no hubiera ayudado a resolver el caso, pero habría hecho realidad una vieja fantasía.

Finalmente abrieron la puerta, la misma viejecita de la vez anterior, no habló, pero hizo una señal para que la siguiéramos, y nos fuimos detrás de ella. La gran rana de piedra seguía en el jardín, pero ya no habían niños jugando, y el silencio era sobrecogedor.

Nos hizo esperar en la misma sala, ella solo dijo:

—Ahora vuelvo con su mascota.

El gato resultó más hermoso de lo que Watson pensaba, según sus palabras, era idéntico al anterior; además, parecía recordarla perfectamente, porque al nada más verla saltó hacia sus piernas.

Observando al gato estábamos cuando apareció el doctor.

—¿Qué le parece? —Dijo.

—Es impresionante. —Respondió Watson.

—¿Así que ustedes clonan mascotas? —Inquirí.

—Mascotas, y otros especímenes. —Dijo el doctor, de manera reveladora, al tiempo que acariciaba a un niño que lo acompañaba.

El gato era la prueba de que el fin último de aquel embrollo, que inició con el robo de los cabellos de Bolívar, era la clonación; aunque todo indicaba que el negocio tenía años de haber empezado. Lo raro era la apertura que el doctor tuvo con nosotros. Mi interpretación fue que, quizá, ya no quería seguir adelante con el experimento, porque el sentido original se estaba desvirtuando; así lo dio a entender cuando le preguntamos por los niños que vimos la primera vez que llegamos.

—Miren, por instrucciones de la persona que financió la investigación, los niños fueron enviados, uno a Colombia, otro a Venezuela, el tercero se quedó en Guatemala; y este jovencito, que me acompaña, va para Cuba la próxima semana. Nunca más lo haré de nuevo, porque creo que he sido engañado. —Agregó, al tiempo que ponía cara de decepción.

No dijo más, solamente cruzó unas palabras con el niño, su acento cubano era notorio.

La última noche en Casa Santo Domingo fue increíble, Watson volvió a ser mi Watson, pero me tenía reservada una sorpresa, se apareció acompañada de la turista alemana.

Por la mañana, durante el desayuno, les comenté lo que pensaba:

—Supongo que los cabellos fueron utilizados para fabricar los clones. Por supuesto, el que se va para Cuba es harina de otro costal; recuerden que los rumores de la muerte de Castro siempre han estado a la orden del día. Creo que Chávez encontró la forma de recrear el sueño de Bolívar, mucho mejor si lo hace utilizando al mismísimo Libertador.

Me quedé callado, ya no quise decir más, pero seguí escribiendo unas líneas en mi informe; al que minutos después le di send. Watson y la turista alemana jugueteaban en la cama, todavía en ropa de dormir.

Puse atención al periódico, varias noticias indicaban que la vida continuaba, igual. Una nota decía que Suo Yon, experto coreano, certificó que el agujero de la zona 2 fue ocasionado por la ruptura de la tubería que conduce el agua a los alrededores. Otra noticia mencionaba que varias cabezas humanas fueron esparcidas por toda la ciudad y que se creía que aquello era obra de la Mara Salva Ranas. Una distracción más, pensé; qué estarán tramando ahora, me pregunté.

Mi Blackberry hizo un ruido extraño, recordé que el sonido indicaba que tenía un email, era de Londres: Señor Tipo Largo, los cabellos aparecieron y están de nuevo en el museo. No dudamos que se deba a su intervención, por lo que agradecemos toda su ayuda. Gracias por el informe. Esperamos contar con sus servicios en una próxima oportunidad. La tarjeta de crédito que le enviamos, al inicio, ha sido desactivada. En su cuenta hemos depositado la cantidad convenida, más un bono adicional, ojalá sea de su agrado.

Suspiré aliviado, aunque no del todo, pues tenía la sensación de no haber hecho lo suficiente.

Cosas raras de este mundo moderno, pensé, clones en Colombia, Venezuela, Guatemala y Cuba. Parece que Bolívar volverá a cabalgar en América latina, y Castro seguirá vivo unos cuantos años más.

Fin.

Danilo Brownie

miércoles, 18 de agosto de 2010

Los niños de Caracas —12—

Luego del terremoto en Haití, ese brutal sismo que dejó más de doscientos mil muertos, Chávez señaló que aquello había sido provocado por los pitiyanquis, así les dice él, de cariño, a los estadounidenses. Lo de Chávez raya en la esquizofrenia y la paranoia, no se le puede creer nada a un tipo que declara, ante un auditorio lleno y en transmisión directa de televisión satelital, que uno de sus sueños era nombrar a su hija María Bandera, así lo dijo en alguna oportunidad, también mencionó que no lo hizo porque su esposa amenazó con echarlo a la calle si lo hacía.

El caso es que las palabras del gringo seguían dando vueltas en mi cabeza, y unidas a las declaraciones de Chávez, la destrucción en Haití, en Chile, la seguidilla de terremotos y ahora los dos desastres, en una semana, en Guatemala: la arena volcánica que paralizó los vuelos; y el agujero de la zona 2, que parecía haber sido hecho con un laser; las piezas del rompecabezas comenzaban a tener sentido.

Era como de ciencia ficción, pero había alguna lógica en todo, lo que me preguntaba, y volvía al misterio inicial: ¿cómo se conecta la situación en Guatemala con los cabellos de Bolívar? Entonces pensé, Watson, mi Watson, ya me ha dado la respuesta.

Esta vez, el viaje hacia la capital fue menos tortuoso. Ya no llovía y la ceniza había sido limpiada, aunque todavía quedaban restos en algunas calles. Watson estaba distante, ya no era mi Watson; resultó ser bisexual y las últimas noches se las pasó encerrada en la habitación de una turista alemana, que conoció en el lobby del hotel, me lo contó todo sin rodeos; pero su presencia era importante, porque íbamos por el clon de su mascota.

Llegamos a la zona 2, alrededor del agujero ya no se arremolinaban los curiosos, lo más seguro es que todos se habían acostumbrado a su existencia y no le ponían más atención.

Mientras tocábamos la puerta del laboratorio, Watson dijo:

Estoy convencida de algo, los niños que vimos el otro día son clones de Bolívar, de seguro fueron hechos a partir de los cabellos robados, además Chávez está buscando más ADN del libertador, por eso desenterró sus restos hace poco.

Sus palabras confirmaron lo que yo supuse con anterioridad, aquello tenía lógica, la pregunta que surgió fue: ¿Qué van a hacer con ellos?

Continuará
Dentro de poco el gran final, o el final, a secas.

Danilo Brownie

jueves, 12 de agosto de 2010

Los niños de Caracas —11—

El gringo jaló una silla y se sentó. Vestía una gabardina, como las que usan los detectives en las viejas películas de detectives. Se aclaró la garganta y antes de hablar se metió la mano a la bolsa interior del impermeable, como buscando algo, luego dijo, en perfecto español.

—Cariño, creo que necesitas algo más fuerte que el té.

De su chaqueta, sacó uno esos frasquitos de metal y vertió un poco en el té de ambos, y un poco más en su vaso. Después inició un raro monólogo.

—Estoy harto de la lluvia, de la ceniza, de los derrumbes en las carreteras, de los agujeros que se abren de forma espontánea. Ya se sabe cuál es la causa, obtenemos pruebas todo el tiempo, lo informamos a nuestros superiores, pero ellos solo mueven la cabeza, sin decir nada, y nos mandan a otra misión. Estos paisitos son pintorescos, pero un mes consecutivo aquí ya es insoportable. Fucking rain, fucking country, si tan solo escucharan lo que se dice, sus presidentes deberían hacerle caso a Chávez, quizá así harían que detuvieran, de una vez por todas, esos experimentos HAARP.

Entre trago y trago, estuvo hablando como media hora, sin permitir que le dijéramos algo; mi Watson se había quedado dormida, yo estaba cansado, sin ganas de interrumpir al gringo, por lo que habló sin parar. Pensé que solo era un fulano paranoide, porque mencionó varias de las más famosas teorías de conspiración que existen, aunque siempre volvía a hacer énfasis en el rollo HAARP. Finalmente se quedó callado, permaneció sentado unos cinco minutos más y luego se fue.

Mucho de lo que dijo no tenía sentido, al menos eso pensé mientras lo escuchaba; pero ya en la habitación, recostado, después de tomar un baño caliente, al tiempo que cuidaba el sueño de mi Watson, saqué la grabadora, porque tuve el cuidado de grabar lo que el gringo dijo, y escuché todo de nuevo.

Con la mente despejada, lo primero que hice fue darme cuenta de que el gringo era igual a Mel Gibson, por eso su cara me había parecido conocida, era claro que no era él, ¿o sí? El caso es que, después de escuchar unas tres veces la grabación, sus palabras empezaron a tener sentido. Eso es, pensé, ahora tengo la información que hacía falta para llegar a algo concreto; entonces dije en voz alta:

—Voy a resolver esto de una vez por todas.

Continuará

Danilo Brownie

jueves, 5 de agosto de 2010

Los niños de Caracas —10—

El retorno hacia Antigua fue raro. La lluvia estuvo presente en todo el camino, a veces caía en forma torrencial, como cuando alguien llena un tinaco y luego le da vuelta para dejar caer el agua de un golpe; y en algunos tramos solo se sentía una leve brisa.

El conductor del taxi era extraño, apenas dijo un par de palabras durante el recorrido, y cada tanto tiempo fijaba su mirada en el espejo retrovisor, en actitud de vigilancia, nos miraba y miraba el camino, con los ojos bien abiertos; en determinado momento nuestras miradas se cruzaron y fue algo estremecedor.

Cuando estábamos por llegar a la bajada de Las Cañas, esa pendiente interminable que desemboca en la entrada de Antigua, advertí que una motocicleta nos seguía; caí en la cuenta que había estado detrás desde que salimos de la zona 2; se acercaba, subía las luces, se ponía a un lado, se retrasaba, se cambiaba de lado, miraba hacia adentro del taxi, como intimidando; al finalizar la bajada nuestro taxi entró a Antigua y el motorista siguió.

El taxista se detuvo en la entrada de Casa Santo Domingo, cuando quise pagarle volteó y dijo unas palabras, que resonaron dentro del vehículo:

—Tipo Largo, deje de entrometerse, no nos obligue a tomar medidas drásticas.

Watson, mi Watson, se había dormido en todo el camino y la voz del taxista hizo que se despertara sobresaltada, temblando. Por instinto se pegó a mí, la abracé, como se abraza a alguien a quien se quiere defender. El conductor no dijo más, ni siquiera recibió el dinero por el servicio, nos dejó bajar y se fue.

Entramos al hotel, fuimos directamente al restaurante, para conseguirle un té de tilo a mi Watson, porque estaba temblando de la impresión. Nos sentamos, ella se fue calmando, poco a poco. Ya más tranquilo, evoqué la imagen del taxista, tratando de identificarlo, aunque solo recordé que se dio vuelta y extendió el brazo entre los dos asientos delanteros, entonces visualice un tatuaje que tenía a lo largo de todo el antebrazo, las imágenes eran borrosas, pero pude recordar que decía Mara Salvaranas.

Mientras esperábamos el té, notamos que un gringo nos observaba; no era el clásico mochilero, él vestía de forma elegante, su actitud era de estar a la defensiva, mirando hacia todos lados, pero principalmente hacia la puerta y a nosotros.

Como no soy de los que se aguantan los acosos, decidí enfrentarlo, y le grité:

—Hey mister, come, sit down with us.

El gringo no se sorprendió, se levantó de su mesa, se acercó, jaló una silla, se sentó y dijo:

—Tipo largo, supongo.

Watson, mi Watson, y yo nos miramos, sin decir palabra; el gringo se me hacía familiar, pero no pude reconocerlo de inmediato.

Continuará

Danilo Brownie

miércoles, 28 de julio de 2010

Los niños de Caracas —9—

De la salita nos movimos hacia una habitación que estaba al fondo, al entrar todo se convirtió en un escenario de ciencia ficción. Al ver la casa, el jardín y la salita, era imposible imaginar lo que ahora estábamos viendo; en aquel cuarto tenían montado un inmenso laboratorio, lleno de toda clase de artilugios raros. La pieza que hacía falta en el rompecabezas del misterio en el que estaba envuelto aparecía ante mis ojos.

Watson, mi Watson, hurgó en su bolsa de mano y sacó una cajita; la abrió, con mucho cuidado, como abriendo el cofre de un tesoro, y mostró el contenido al doctor; él tomó la caja y extrajo, con unas pinzas transparentes, un puñado de pelos de gato, los puso debajo de un aparato raro, que resultó ser un microscopio, pero no se agachó a ver por un lente, no había necesidad, la imagen se proyectó, en tercera dimensión, sobre una pantalla LED que colgaba de la pared; fue algo impresionante.

Señorita, siento mucho lo de su mascota, por lo que veo era de una raza muy especial; pero no se preocupe, vino al lugar correcto. Debo confirmarlo, pero la imagen muestra que los pelos tienen la cantidad suficiente de ADN para traer de vuelta a su gato.

Mientras el médico seguía con sus observaciones, fingí no poner atención y me asomé por una ventana que estaba en la pared opuesta a la pantalla. Desde ahí se alcanzaba a ver el jardín. Afuera jugaban tres niños, idénticos, parecían trillizos.

Luego de una pequeña negociación, acordamos el precio, unos cuantos miles de dólares en efectivo; en ese tipo de negocios no se aceptan cheques, ni tarjetas de crédito, ni pensar en pedir fiado.

Mire niña, por este precio se podría comprar hasta mil gatos, pero ninguno sería como el que tenía. —Dijo el doctor, como queriendo justificar el elevado precio de sus servicios.

Quedamos en que regresaríamos en unos días, para recoger a la nueva mascota; cruzamos un par de palabras más y nos despedimos.

Antes de buscar un taxi que nos llevara de regreso a Antigua, decidimos echarle otro vistazo al agujero. A estas alturas ya no había espacio para sorpresas, pero ambos nos miramos cuando comprobamos que el tamaño del cráter, abierto en plena calle, era más grande de lo que apreciamos la primera vez, y confirmamos la perfección de su circunferencia, al tiempo que notamos una mancha café en todo el borde, como una especie de quemadura. Los curiosos decían que aquello era producto del colapso de las tuberías que conducen el agua, pero yo tenía mi propia teoría.

La única duda que me quedaba era si habían fallado a propósito, como haciendo una advertencia, o bien el agujero tenía que haberse tragado la casa que estaba a cincuenta metros.

Continuará

Danilo Brownie

jueves, 22 de julio de 2010

Los niños de Caracas —8—

La clínica estaba ubicada a unos cincuenta metros del agujero. Había algo curioso, las paredes de todas las casas de la cuadra tenían pintas que decían: Mara Salva Ranas; la piel se me erizo y Watson, mi Watson, se puso a temblar. Me detuve, me puse frente a ella, la miré a los ojos y le di un fuerte abrazo; sin pronunciar palabra alguna traté de decirle que yo la protegería de cualquier cosa.

Por fin encontramos la casa, al frente tenía un portón negro, metálico; hicimos sonar una aldaba de esas que tienen forma de mano, era pequeña, pero el golpeteo retumbó producto del eco; escuchamos unos pasos y unos instantes después la cara de una viejecita se asomó por una ventanilla, se nos quedó viendo de pies a cabeza, cuando estuvo segura, ¿de no sé qué?, nos dejó entrar.

Atravesamos un muy bien cuidado jardín, en el que se podían ver restos de la arena volcánica caída en los días previos, en el centro había una fuente, me sorprendí cuando me di cuenta que se trataba de una enorme rana de piedra, automáticamente hice la relación con la mara Salva Ranas.

La clínica era pequeña, con sala de espera igual que todas; es decir, sillones raídos, revistas viejas que reposaban sobre una mesita de vidrio, poca decoración, posters de anuncios de medicina; el ambiente era silencioso, no había nadie más en la salita. La anciana nos invitó a sentarnos, luego se fue hacia adentro; mientras caminaba dijo: Pónganse cómodos, el doctor los atenderá en unos minutos.

Pasaron diez minutos, empezamos a sentirnos inquietos, pues nadie apareció, me levanté para ver si podía husmear por ahí, justo estaba asomando la cabeza dentro de un cuarto, cuando apareció de nuevo la anciana, traía una bandeja con café y pastelitos, que nos ofreció con mucha cortesía. Puso todo en la mesita de vidrio y se sentó frente a nosotros. Quise conversar con ella, lo primero que se me ocurrió fue preguntarle su edad, a lo que respondió: Tengo catorce años. Watson, mi Watson, volteó a verme, ambos quedamos sorprendidos, porque al menos se le podían calcular unos setenta años a la señora.

Terminado el café y los pastelitos, la anciana levantó la bandeja y volvió a dejarnos solos. Un minuto después el médico se asomó por el pasillo. Era un tipo común y corriente, como de unos cincuenta años, con mucho pelo y sin una cana, nada que pudiera delatarlo como alguien especial; venía acompañado de un niño de al menos diez años, de inmediato me hizo recordar al niño que semanas antes había visto al lado de Chávez, fue sorprendente, pero logré quedarme callado.

El médico le dijo unas palabras al niño, quien salió corriendo en dirección al jardín. El médico entró a la salita, se sentó en diagonal a nosotros y con voz chillona dijo: ¿En qué les puedo servir?

Continuará

Danilo Brownie

viernes, 16 de julio de 2010

Los niños de Caracas —7—

La distancia entre Antigua y la ciudad capital no era larga, pero se hizo interminable, porque habían derrumbes y deslizamientos de tierra, provocados por la lluvia, en varios tramos de la carretera. Era domingo y todavía seguía lloviendo, ya no caía arena volcánica, pero las calles estaban cubiertas de un manto negro. En la ciudad capital el tráfico era poco y circulaba despacio, el aeropuerto permanecía cerrado, el cielo estaba lleno de nubes, no se veían posibilidades de que el sol fuera a alumbrar.

Cuando estábamos cerca de la clínica, ya circulando por la zona 2, el médico nos llamó, estaba un poco agitado y hablaba en voz baja, como tratando de no ser escuchado. Hubo un incidente, dijo, en tono enigmático. Nos indicó que no era posible llegar en carro hasta donde él estaba, tendríamos que dejarlo estacionado como a dos cuadras de distancia y luego caminar.

Finalmente llegamos, el lugar estaba lleno de gente, curiosos que se aglomeraban para ver lo que a simple vista parecía un vacío abierto en medio de la calle; nos acercamos y, efectivamente, lo que todos miraban era un enorme agujero, de circunferencia casi perfecta, su profundidad era tal que al abrirse se tragó toda una casa de tres niveles.

Increíble, primero hace erupción un volcán, luego una tormenta tropical y ahora este agujero, dijo Watson, mi Watson.

Guardé mis conjeturas, pensé que ninguno de aquellos eventos era aislado, empezaba a confirmar que mis sospechas tenían fundamento, lo de los cabellos de Bolívar se estaba convirtiendo en una conspiración, quizá de alcances globales.

Continuará

Danilo Brownie

miércoles, 7 de julio de 2010

Los niños de Caracas —6—

Los siguientes días fueron intrascendentes, los pasé entre caminatas y tomando café en los alrededores del parque. El tema de los cabellos y la mara Salva Ranas ocupaba todos mis pensamientos, y también la evocación de los momentos que pasé con Watson, la mujer que me habló con franqueza y me hizo pasar dos noches inolvidables.

Ya era jueves y la investigación no avanzaba, mientras caminaba de regreso al hotel, como a las siete de la noche, pensaba en regresar a Caracas, para indagar por aquel lado; en esas estaba cuando sentí que la lluvia me golpeó en la mejilla. Después de varios aguijonazos noté que la lluvia era gruesa y caliente. Extendí la mano, por unos segundos, y pude ver que, poco a poco, se ponía negra, al rato me di cuenta que no era agua lo que caía del cielo, era arena negra.

Apresuré el paso, tratando de conservar la calma, en la calle se había hecho el caos. Llegué al hotel, en el lobby un grupo de personas se arremolinaba frente a un televisor que informaba acerca de la erupción de un volcán, además de lava, estaba lanzando arena volcánica hasta una distancia de más de sesenta kilómetros. Recordé que la ciudad de Antigua está rodeada de volcanes y temí que todos hicieran erupción en cadena, puse atención al televisor, pronto comprendí que, si bien el volcán estaba cerca, no era ninguno de los que se veían por la ventana.

En pocos minutos, según informaban en el noticiero, la arena alcanzó la ciudad capital, situación que obligó al gobierno a cerrar el aeropuerto internacional; no hay escapatoria, lo que sea que vaya a pasar tendré que pasarlo aquí, me dije.

Algunos de los turistas lanzaron maldiciones, cuando escucharon el anuncio del cierre del aeropuerto dijeron al unísono: Fucking country, y de inmediato se organizaron para irse por tierra a El Salvador, de esa forma se pondrían a salvo, en El Salvador; curioso pensé.

No había terminado la lluvia de arena, cuando empezó a llover agua; arena y agua me sonó a playa, pero el paisaje que se estaba formando afuera no se parecía en nada a una playa.

Me fui a la habitación, después de varias horas logré conciliar el sueño. Cuando desperté el dinosaurio todavía estaba ahí, no, ese es otro rollo; el caso es que ya no caía arena, pero la lluvia de agua seguía incrementando su fuerza. En la televisión mostraban imágenes de la ciudad capital, que parecía zona de desastre, aunque ya se miraban algunas cuadrillas que trataban de limpiar. Quise ir a la capital, pero ningún taxista se arriesgó a llevarme, dijeron que no podían manejar en esas condiciones, que las carreteras estaban peligrosas; fue otro día perdido.

La mañana del sábado las cosas mejoraron, apareció Watson, mi Watson. Es algo que no suele sucederme, pero extrañaba a aquella chica. Llamó para decirme que estaba en el lobby del hotel, que había conseguido una cita con el médico que clonaba mascotas, dijo que teníamos que ir a la ciudad capital, que su clínica quedaba en la zona 2, que había que ir el domingo, ella pensaba que por ahí encontraríamos alguna pista para dar con quienes estaban detrás del robo de los cabellos de Bolívar.

Me pareció que viajar el domingo era buena idea, de esa forma podríamos pasar todo el sábado en la habitación del hotel. En unas horas nos dimos cuenta que permanecer encerrados era lo mejor; la lluvia arreció y no paró en todo el día, ya para la tarde las noticias anunciaban inundaciones y deslaves, todo el país estaba hecho un desastre, el gobierno había declarado estado de calamidad pública; empezaron a contar muertos, damnificados y desaparecidos.

En la habitación todo estaba a pedir de boca: comida, bebidas, el cuerpo desnudo de mi Watson. Afuera, primero fue la arena, luego la lluvia, entre ambas se confabularon para llevar al país a la crisis. Prestábamos atención a las noticias, era sexo, pausa y noticias.

En una de esas pausas, puse atención a lo que decía el presentador; salté de la cama cuando mencionó que había un derrumbe en la ciudad, que un agujero se tragó una casa, y todo sucedió en la zona 2. Algo me dijo que las pistas conseguidas por Watson eran correctas, que nos estábamos acercando al objetivo.

Continuará

Danilo Brownie

jueves, 1 de julio de 2010

Los niños de Caracas —5—

Llegue a Guatemala un viernes. Conocedor de las costumbres de sus habitantes decidí no perder tiempo buscando información, era fin de semana y la burocracia considera sagrados esos días, por lo que decidí ir directamente a la Antigua, pasaría la noche en Casa Santo Domingo.

Por la mañana, después del delicioso desayuno de frijoles volteados, huevos, queso, crema y tortillas recién salidas del comal, acompañando el café con esos panitos redondos, aplanados y tostados, a los que llaman Champurradas, salí a caminar y llegué hasta el parque.

Mientras observaba la obscena, pero hermosa caída de agua en la fuente del parque, con sus sirenas tocándose los pechos, una mujer se me acercó y preguntó: ¿Acaso no es usted Roberto Don Largo? Le dije que la traducción correcta de mi apellido, y la que yo prefería, era Tipo Largo, porque lo de Don me sonaba a gangster del Chicago de los 50. La mujer siguió hablando, casi gritando: Quiero que sepa que no me gustan sus libros. Me extrañó su franqueza, los guatemaltecos son muy dados a ocultar lo que piensan, podría decir que son hipócritas, si, ese es el término adecuado para definirlos, aunque no quiero generalizar; el caso es que tal franqueza me anunció que la mujer era especial.

—Cuénteme, ¿por qué no le gustan mis libros? —Esa fue la apertura a un diálogo que se extendió hasta el almuerzo, un rico plato de Pepián, y luego un café en La Condesa. La conversación fue de lo más agradable, al grado que consideré afortunado aquel encuentro, necesitaba un Watson, alguien con quien pudiera intercambiar opiniones y ella parecía ideal.

—Mire Roberto, para mí que los Salva Ranas no son tan importantes, el verdadero misterio es lo que se puede lograr con esos cabellos.

Dicho esto me pasó un panfleto en el que se leía: ¿Extraña a su mascota? A continuación describía el proceso de clonación de animales, que se llevaba a cabo precisamente en Guatemala; curioso, justo como en la película del Schwarzenegger, pensé. De inmediato vino a mi mente la imagen de los niños que ofrecen artesanías en el parque, y del país lleno de pobreza, ¿era posible que existiera esa compleja tecnología en este lugar de niños hambrientos?

Mi nueva amiga y yo pasamos la noche en el hotel. Poco a poco me fui encontrando con otros panfletos que ofrecían cirugías mayores, tratamientos dentales, cirugías plásticas, y una gran oferta de servicios médicos y cosméticos, a precios menores que en los Estados Unidos; la publicidad se encontraba en la mesita de noche, en la recepción del hotel, en el restaurante en el que tomamos el desayuno del día siguiente, en los locales comerciales a los que entramos durante el paseo de la mañana.

Durante la caminata, justo después de separarme de Watson, ella tenía que salir en un tour hacia la playa, empezó a llover. Para mí, caminar bajo el agua que cae es uno de los mayores placeres de la vida. Vestido con una gabardina y sombrero me sentí como un solitario y moderno Sherlock Holmes.

Finalmente decidí refugiarme del aguacero, entré a uno de los tantos cafés que hay en Antigua, me senté, comí algo, descansé, y sobre todo esperé, con mucha paciencia; en el ambiente había algo raro, intuía que algo iba a suceder, pero en realidad no tenía idea del desastre que estaba por llegar.

Continuará

Danilo Brownie

martes, 22 de junio de 2010

Los niños de Caracas —4—

Muchas horas pasaron hasta que terminó el desfile, luego caminé un poco por el centro de Caracas, así se pasó el día, cuando me di cuenta ya había oscurecido, por lo que volví al hotel, en donde me esperaba el jacuzzi, masaje y bebidas, lo mínimo necesario para recobrar energías.

La mañana siguiente me dirigí al museo de Bolívar, llegué sin contratiempos, esta vez no hubo desfile. Traté de ubicar a los responsables de la administración del lugar, nadie dijo Yo soy, y quienes respondieron me vieron con suspicacia.

Después de pasado un tiempo, por fin conseguí que alguien conversara conmigo, el conserje fue el único que me puso atención. Habló con todo detalle de las cualidades del Libertador, su explicación fue abrumadoramente abundante, sabía todo lo que de Bolívar uno se pudiera preguntar; sin embargo, cuando inquirí acerca de los cabellos se quedó callado, expresó un: ejem, seguido de: Cónchale vale, yo que pensaba que Bolívar había sido pelón. La conversación resultó decepcionante, pero no quise despedirme sin intentar algo, por lo que sin más mencioné a los Salva Ranas, su mirada me dijo que había tocado un punto importante, pero trató de evitar la incomodidad que le produjeron mis palabras, y solo dijo: ¿Acaso no son de Guatemala?, aquí no los encontrará".

Mis pesquisas en Caracas no estaban dando frutos, no quería rendirme, pero no habían más pistas ni mensajes de los Salva Ranas. Me fui a la cama tratando de atar cabos, esa noche soñé con el mozalbete moreno, me desperté sobresaltado, intuyendo que el muchacho era parte de la solución al misterio.

Decidí volar a Guatemala, recordé que la última vez que estuve en aquella ciudad rescaté a una hermosa doncella que había sido raptada por la famosa mara; no me hice ilusiones de encontrarla, pero el misterio de los Salva Ranas era el principal atractivo; por eso regresé a la ciudad de los pilotos asesinados y los agujeros en las calles.

Continuará

Danilo Brownie

martes, 15 de junio de 2010

Los niños de Caracas —3—

Desistí de ir a Londres, no por las amenazas escritas en la nota, pensé que tenían razón, para ese entonces los cabellos de Bolívar ya deberían estar en camino hacia otro lugar; además el marido de Penélope aún seguía por allá.

Con la sensación de no querer salir de París, me despedí de Penélope y volé en dirección hacia el lugar que la nota parecía indicar, Venezuela; lo deduje porque el matasellos del sobre que enviaron los Salva Ranas tenía ese origen.

Al bajar del avión, en el aeropuerto de Caracas, el calor rondaba los 40 grados Celsius; casi me desmayo, el cambio de los 18 grados en París al clima tropical me afectó.

Metido en la alberca del hotel, deliraba sobre cómo encontrar el mechón robado, la pregunta fundamental que me hacía era: ¿para qué quiere alguien el pelo de un tipo muerto hace casi doscientos años? Decidí que tenía que ir al Panteón nacional, los restos de Bolívar reposan ahí.

Me topé con una manifestación en apoyo a Hugo Chávez, el caudillo iba justo adelante, montado en un caballo, a la par de él cabalgaba un mozalbete, como de doce años, flaco, moreno, vestía uniforme de campaña y boina roja.

Algo me dijo que ese niño era parte del misterio, pero en ese momento solo eran conjeturas.

Continuará

Danilo Brownie

jueves, 10 de junio de 2010

Los niños de Caracas —2—

Me cité con Penny en París, su marido estaba en Londres, por lo que ir para allá de inmediato no era buena idea; ella habría querido acompañarme y no podía exponerme a que nos descubrieran, nuestra relación lleva muchos años y me interesa conservarla.

La ola de robos en los museos parisinos me dio la excusa perfecta para quedarme unos días; aunque por otro lado, la primera impresión del robo del cabello del Libertador indicaba que detrás había una conspiración; por lo que de inmediato intuí que el asalto a los museos era un distractor.

Esa noche con Penélope fue intensa. Le dije que tenía que ir a Londres, mis pesquisas en París habían terminado y no tenía más tiempo que perder. Quiso ir conmigo, como lo supuse, ideamos un plan para llegar de incognito, pero la noticia del robo estaba en todos los periódicos, por lo que llegar sin ser vistos era imposible, en algo tan importante se supone que debo aparecer, mi sola presencia calma los ánimos.

Tuvimos una última noche de sexo, luego del desayuno tendría que despedirme. Me levante temprano, salí a recoger el diario, cuando lo abrí, sentado en el inodoro, encontré una nota que decía: Señor Tipo Largo, no hace falta ser usted para darse cuenta que no tiene nada que hacer en Londres. Salí del baño, con la nota en una mano, se la extendí a Penny, la leyó y solo pronunció: Firma, La mara Salva Ranas, a continuación dijo: Increíble. Así es querida, dije, la globalización puede con todo.

¿Qué hacía la mara Salva Ranas en el viejo continente? Fue lo que me pregunté en todo el trayecto hacia el aeropuerto.

Continuará

Danilo Brownie

lunes, 7 de junio de 2010

Los niños de Caracas —1—

Mi BlackBerry hizo un ruido extraño, nunca antes había escuchado ese sonido, claro que recién la había comprado y era la primera vez que recibía un correo electrónico; brillante, pensé, porque sin querer apaché un botón que encendió una lucesita, así es, la maquinita también hacía las veces de linterna.

Utilizando todas mis habilidades tecnológicas pude abrir el correo, después de leerlo recordé la vez que estuve en Caracas, una ciudad que no es de mi gusto, pero no se puede rechazar la hospitalidad de una Miss Universo. Como parece que atraigo los misterios y luego no puedo parar hasta resolverlos, aquella vez resulté envuelto en el extraño caso del asalto a la tumba de Simón Bolívar.

Quince horas más tarde, ese fue el tiempo que me llevó abrir el correo, más otras quince horas, llegué a París, como todas las primaveras. Esta vez no iba de vacaciones, en el correo, además de los tickets de avión, pude leer una nota que decía: Señor Tipo Largo (ya se había hecho costumbre que la gente castellanizara mi hermoso apellido inglés), usted no nos conoce, necesitamos su ayuda, en la exposición ‘Viva la libertad’ de la Biblioteca Británica, en Londres, robaron un mechón de pelo de Simón Bolívar.

Era en Londres, pero había tiempo para una escala en París.

Continuará

Danilo Brownie

martes, 18 de mayo de 2010

El buscador de musas

Rayaba las páginas de un grueso cuaderno. Cada tanto regresaba a leer lo escrito y se daba cuenta que todas las líneas iniciaban con la frase: De repente, dos palabras sencillas que repetía en las primeras cincuenta hojas de un cuaderno de doscientas.

Se me ha terminado la inspiración, pensó, al tiempo que se acordó de: El resplandor, la película de Stanley Kubrick, en la que sale Jack Nicholson, uno de sus mejores trabajos, en el que representa a un escritor que viaja con su familia a cuidar un hotel que permanece cerrado durante el invierno; en esos meses debe terminar una novela. El personaje escribe páginas y más páginas que inicia con la misma frase, producto de las alucinaciones que le provocan la soledad y los fantasmas del hotel, a la larga se vuelve loco y asesino.

A diferencia de Nicholson, él no mataría ni a una mosca, no tenía familia, no creía en fantasmas, un poco loco si estaba, pero ni en sueños iría a un hotel vacío. Todo el día tenía que estar metido en una oficina contable, en donde robaba tiempo para tratar de escribir como Pessoa, todo para justificar su desorden de personalidad múltiple.

Hubo un tiempo en el que quiso ser como Bukowski, se abandonó al alcohol, para encontrar una línea narrativa mordaz. Terminó en bancarrota y fue a parar a un sanatorio de enfermos alcohólicos; sus amigos tuvieron que hacer una colecta para pagar la cuenta del hospital; además, todo lo que escribió durante esos meses lo perdió la noche que se desnudó frente a una iglesia evangélica; el pastor salió a reprenderlo en el nombre de Dios y le predicó durante dos horas hasta que logró que aceptara a Cristo; esa temporada solo pudo escribir sermones.

Cansado de la palabra de Dios, intentó hacer lo de Truman Capote. Decidió seguir a un tal Rafa, conocido por ser el extorsionador del barrio. Su idea era adentrarse en la sicología profunda y las contradicciones del maleante. Al segundo día de estarlo siguiendo el Rafa lo encaró y le preguntó si era hueco o policía; él respondió que era escritor y que solo quería escribir una novela sobre su vida. El Rafa le dio un par de palmaditas en la espalda y le aconsejo que se buscara otro, que por andar con malas juntas, aunque fuera para escribir, podría salir lastimado.

Le dio la vuelta al cuaderno, y lo empezó a ojear por la parte de atrás. A diferencia de la de adelante, estaba llena de diagrámas, flechas, dibujos, recetas de cocina, fechas, números de teléfono, unos con nombre, otros no. Recordó que ese fue otro experimento, llamar por teléfono, al azar, en busca de experiencias eróticas para escribir. Se hacia pasar por un amante italiano; apenas sabía una frase que repetía en cada llamada: Bella donna della buonanotte, a la que nadie respondía, hasta la noche que una sensual mujer devolvió el saludo y le habló en italiano, sin parar, durante dos horas; despúes del largo monólogo colgó. Se quedó en silencio, sabiendo que había perdido la historia de su vida.

Giró de nuevo el cuaderno, buscó la próxima hoja en blanco, tomó el lapicero y escribió: De repente se fueron los días y con ellos las palabras.

Se entusiasmó, tenía una nueva idea, aquella frase la escribiría en las paredes de los baños públicos, en las cantinas, en los moteles, en baños de universidades; se fijaría en las que otros hubieran escrito y haría una antología de frases de baño.

Satisfecho, se levantó a servirse un café y a buscar algo que leer, antes de iniciar su proyecto. Buscó en la librera, ahí estaba un pequeño libro de nombre: Antología del retrete.

Musiel Posmo

lunes, 3 de mayo de 2010

¿Por qué se pelan cables?

—Ese señor está pelando cables papá.

Mi hijo quiso que yo fuera testigo de lo que dijo, pero el semáforo dio verde y no pude voltear; supuse que habían algunos técnicos de la empresa eléctrica, o de la compañía de teléfonos, revisando los cables, y que a eso se refería con lo de pelar cables; el niño no volvió a preguntar y seguimos avanzando en el tráfico, al rato ya lo había olvidado.

Al día siguiente pasé por el mismo lugar, el semáforo dio vía, por lo que aceleré, en eso observé que un hombre desnudo se ponía en mi camino, agitaba las manos y gritaba, gesticulaba como loco, por lo que tuve que frenar de golpe para no atropellarlo.

Estacioné el carro unos metros adelante, del susto no podía respirar; bajé el vidrio, para que entrara aire, en ese instante se acercó un hombre, vestía una camisa que tenía el logotipo de la empresa eléctrica, metió la cara por la ventana y dijo:

—Que susto, ¿verdad don?, fíjese que ese es mi compañero, desde ayer que estamos haciendo unos trabajos por aquí, lo noté un poco raro, pero nada del otro mundo, pero hoy si que, literalmente, peló cables.

Luz Clarita

lunes, 26 de abril de 2010

¿Por qué cuelgan los tenis?

—¿Por qué cuelgan los tenis?

La pregunta de Miguel me sacó de onda.

—¿A qué te referís?

Sin decir palabra, señaló una serie de zapatos tenis, nuevos, regulares y viejos, que colgaban del alambrado público.

Le respondí que no sabía, además le dije que me importaba poco, que esa era una de las quinientas cincuenta mil cosas que no me gustaban del barrio en el que vivía. Le dije que entrara a la casa, nos sentamos en el sillón, ellas se estaban arreglando, mientras tanto nosotros nos echamos una cerveza.

Miguel estaba aburrido, esas cuatas se tardan mucho, dijo; luego me preguntó si tenía unos zapatos que le prestara, porque necesitaba cambiarse los tenis que cargaba, pues ya estaban muy viejos. Le pasé unos mocasines que ya no usaba, se los puso, después enrolló un purito, lo encendió, le dio tremendo chupón y a los pocos minutos estaba alucinando.

—Todo está chilero mano, pero esas pendejas llevan casi media hora arreglándose, esperame un ratito, ahorita regreso.

Salió corriendo, yo salí detrás, más para que me pasara el purito; lo alcancé, lo tomé del brazo, nos quedamos parados, alzamos la mirada y ahí estaba, arriba del cerro, parecía un duende peludo, Miguel no le puso importancia, debió haber pensado que era parte de su alucine; entonces noté que llevaba los tenis en la mano, al ratito se puso a tirarlos al aire, intentando que quedaran colgados del cable. Antes que lo consiguiera las chavas salieron, pero él ya no quería irse sin dejar los zapatos en el alambre. Como tardaba tanto decidimos dejarlo y le dijimos que nos alcanzara.

La fiesta estuvo buena, pero Miguel nunca apareció; al regresar a la casa nos dimos cuenta que sus tenis colgaban del cable, que cerote más necio, dije, y le resté importancia al asunto.

Hace un rato me llamaron de la morgue, mi número estaba en su celular, me pidieron que fuera a renocerlo, al parecer un sicario lo acribilló; que cerote más necio, de verdad colgó los tenis, dije mientras me apresuraba a salir.

Adipuma Naiqui

martes, 20 de abril de 2010

No se les debe mentir a los niños

Ya no se puede confiar en la gente, se aprovechan porque uno apenas tiene trece años; el tipo me ofreció cien quetzales, pero no me los dio; dijo que esperaría en la esquina, que no me dejaría solo, pero se fue; hice lo que pidió, no fue complicado, meterle dos balazos a una doñita que apenas podía caminar no representaba reto alguno.

Ahora tendré que matar dos policías y matarlo a él, pero mis cien quetzales los cobro a como de lugar.

El chiqui

lunes, 22 de marzo de 2010

Se nos subió el azúcar

Todos los periódicos anunciaron en su primera página que el azúcar aumentaría un quetzal por libra.

Reunidos en la suite principal de uno de los clubes más exclusivos, los hombres brindaron porque la estrategia había funcionado.

Los mayores aplausos los recibió quien había tenido la brillante idea de trasegar el producto hacia el vecino país del norte, nadie pondría en duda que allá estaban pagando mejor precio por kilo.

Desarrollar la logística, contratar a la gente para mover el edulcorante, hacer los contactos con la prensa, dar el seguimiento adecuado; eso fue lo más sencillo.

Pensar que unas semanas atrás todos estaban tristes porque no habría bonificación extraordinaria. Ahora la felicidad salta a la vista, la producción del 2009 se venderá a mayor precio de lo estimado, los gastos para lograrlo fueron pocos y todo mundo se creyó la historia.

Juanito Insulino

lunes, 15 de marzo de 2010

Son tus perfúmenes

Apestás, le dijo su mejor amiga, después que la dejó entrar a su apartamento. Él estaba medio despierto y tenía ojeras de mal dormir que le hacían una enorme sombra en la cara.

¿No te vas a bañar?, le recriminó la amiga, quien se tapaba la nariz, sin disimular su asco. No, dijo él, al tiempo que amagaba con darle un abrazo. Ante la amenaza, ella se escabullo como pudo y se dirigió a la cocina, para prepararse un café.

Sacó de la alacena el bote con café y le volvió a recriminar: ¿Cómo hacés para heder tanto? Se rascó un sobaco, dejando escapar un poco más de su mal olor, luego dirigió su mano a la nariz, respiró profundo y respondió: Nada.

—¿Cómo querés el café?

Con un dedo hurgando en su nariz, y con la otra mano rascándose la ingle, dijo: Fuerte.

Ella se asomó por el marco de la puerta de la cocina y lo sorprendió cuando estaba a punto de meterse la mano en el trasero, y le gritó: No te da asco estarte oliendo, apestás a desagüe.

Se rascó el otro sobaco, aspiró el olor y dijo: Más bien huelo a mí. Te podría describir mi olor como la mezcla del aroma de un viejo ron, con almizcles bien curtidos; y el sudor de dos días de sol, cuatro horas de camino en la montaña, seis horas en bus de segunda y una noche de desvelo, escribiendo y comiendo queso azul.

—En serio, ¿no te molesta heder tanto?

Él movió la cabeza de un lado a otro.

—No querés que venga ¿verdad?, sos tan desagradable.

En un descuido, la tomo de la mano y empezó, poco a poco, a olerla. Ella quiso retirarse de inmediato, pero él no la dejó, entonces se puso a forcejear, a gruñir y a insultarlo. En medio de los jaloneos, gritos, patadas, aruñones y sudores, él logró restregar su nariz contra sus firmes y morenos pechos; sintió un fresco olor a guayabas recién cortadas, mezclado con un leve aroma despedido por una brizna de sudor, provocado por el forcejeo; después de un momento de aspiración profunda la soltó. Ella, ofendida, a punto de la histeria, y con lágrimas en los ojos, le gritó: ¿Qué te pasa patán, mal oliente, miserable, violador? Él, bajando la cabeza, y con tono de disculpa, respondió: No pasa nada, nada, no te ofendás, solo necesitaba aspirar tu olor a tierra, a mujer de pasto, tu esencia de ser humano; porque no aguanto cuando entrás por esa puerta y siento tu fragancia a jabón, a perfume de pérgola de tienda cara, a mujer de revista.

Ella, en silencio, con los ojos inyectados de cólera, tomó la taza de café y se la tiró a la cabeza, luego gritó: Ahora olés a café capuchino, y se retiró, somatando la puerta.

Él gritó desde adentro: Que delicioso aroma a furia.

Patricio Suskinder

martes, 9 de marzo de 2010

El que castra sana

Respaldado por la Organización de las naciones unidas, el experto en seguridad se instaló en el país. El reto era enorme, pero sabía que las oportunidades para demostrar sus conocimientos eran mayores, pues tal y como lo imaginó nadie tenía conocimientos criminalísticos, ni existían laboratorios para examinar pruebas, ni cosa por el estilo; lo que encontró no se parecía en nada a lo que se mira en CSI, la famosa serie de detectives forenses.

Su función sería complicada, debido a las limitaciones de presupuesto, el poco personal asignado a su institución tenía que dedicarse a investigar solo los casos de alto impacto en la sociedad.

Nada lo amedrentó, desde que le ofrecieron el puesto tenía claro cuál era su objetivo, por eso no dudaba cuando decía que lo único que le interesaba era ayudar al gobierno y de esa forma al país.

Después de varios casos, su figura fue ganando credibilidad en la opinión pública; pero el verdadero salto a la fama lo dio cuando resolvió el caso del abogado que planificó su propia muerte.

Su más reciente aporte al gobierno lo confirmó como el héroe que es. Ante el problema que le plantearon: esa mujer sigue pidiendo los expedientes. La solución fue sencilla.

Hoy los periódicos anuncian que el funcionario extranjero descubrió un plan para asesinar a la diputada, por lo que le aconsejó abandonar el país de inmediato, que ya le tenía arreglado el asilo. Es eso o arriesgarse a que las amenazas se hagan realidad.

Agatas Cristi

lunes, 1 de marzo de 2010

Al filo del recuerdo

A la distancia, oyó el pitido del afilador de cuchillos y recordó cuando su abuela se apresuraba a sacar, de entre ollas agujereadas, sartenes despeltrados y cucharas dobladas, una gran cacerola llena de cuchillos, sin cacha, romos y sin filo.

Salía a la puerta con el cargamento de chatarra, que sonaban a campanillas de iglesia, y se encontraba con un afable viejito, quien sonreía mostrando sus últimos cuatro dientes. Se acomodaba y daba vueltas, por medio de un pedal destartalado, a una piedra afiladora.

Al ritmo de la rueca contaba la historia de cómo unos gitanos lo abandonaron y fue criado en el bosque por una familia de mapaches; el cuento era rematado por una frase inintelegible, desde niño imaginaba que provenía de un dialecto magiar. La abuela sacaba unas monedas de la bolsa de su delantal, las ponía en las manos del viejo; él agradecía haciendo una reverencia, al tiempo que levantaba las manos y la mirada hacia el cielo.

Volvió a escuchar el pitido y, emulando aquel recuerdo de su infancia, corrió a sacar, de su empaque original, cuatro cuchillos que había utilizado pocas veces; los compró en rebaja, en uno de esos hipermercados.

Se había afanado en cortar una bolsa hermética, desmenuzar un pavo importado, deshuesar un pato, filetear un pescado, rodajar un lomo de cerdo, pero todos los intentos fallaron, por lo que decidió regresarlos a su estuche, resignado a lucirlos como adornos en el trinchante, o convertirlos en escultura conceptual.

En medio de la evocación, y con los cuchillos en la mano, dudó, pues pensó que la piedra afiladora, del descendiente de gitanos, sucumbiría ante el acero inoxidable.

Abrió la puerta, se encontró con tres tipos; uno le ofreció arreglarle los zapatos; otro las goteras del techo; el tercero, que tenía el pito en la boca, le arrebató los cuchillos, sacó un afilador de batería, marca Craftsman, y de inmediato se puso a trabajarlos

Se quedó absorto ante la pericia del afilador, hasta ese momento cayó en la cuenta que ya no era necesaria aquella piedra de sus recuerdos.

La conversación entre los artesanos lo sacó de su trance. Hablaban de un tal Chiqui, a quien habían conocido en la cárcel, contaban de lo hábil que era con las navajas de acero inoxidable, decían que para comprobar el filo se las pasaba en medio de la lengua, dejando salir un hilo de sangre, que luego se daba gusto tragándolo. Cuando estaba seguro que tenían suficiente filo rebanaba la punta de la nariz a alguno de los compañeros de cuadra, sus víctimas eran conocidos como los chatos; pero su máximo placer lo obtenía cuando las navajas se quedabn sin filo, y con ellas arrancaba orejas a diestra y a siniestra. No tenía dudas, el Chiqui era un tipo interesante, como el viejo criado por mapaches; la historia lo tenía capturado.

Después de cinco minutos el afilador le devolvió los cuchillos y le dijo: Son ochenta quetzales. Se quedó como quien recibe un directo a la mandíbula, recordó que lo pagado por los cuchillos no llegaba a cuarenta quetzales.

Buscó entre las bolsas del pantalón, se sacó unos cuantos billetes, se los dio al afilador, quien luego de contarlos le dijo: esto no alcanza.

Aturdido, y con miedo, metió una pierna entre la puerta y el marco, y se deslizó hacia adentro, al tiempo que decía: No tengo más, llévese los cuchillos, quizá el Chiqui se los compre.

Victor Inox

jueves, 18 de febrero de 2010

Salmos pajeros VI

XVII
Ella es mi luz

pero le temo

Los malos me acechan

me llevan a lugares de perdición (¡Ah, los amigos!)

¡Oh paradoja de paradojas!

es ahí donde encuentro mi camino

Después tengo que esconder el rostro

no puedo verla

bajo la cabeza

percibo su ira

Salen palabras de mi boca

ten misericordia

Una cosa demando

estar todos los días de mi vida en su casa (Sale caro pagar doble renta)


XVIII
Tributad...oh hijos de los poderosos

porque nosotros

los que andamos a pie (y muchos de los que andan en carro)

no tenemos liquidez (el dinero no alcanza muchá)

Y la voz de la SAT nos hace temblar

como sonido de truenos

con potencia

por eso florece el negocio de las facturas chafa

nadie hace caso (bien por eso)

suficiente con recaudar el IVA

el ISR mes a mes

no a nosotros

Ellos deben pagar


XIX
Si fuera próspero (no Penados Del Barrio)

pagaría

no tendrían que perseguirme

ni llamarme en la madrugada

podría evitar los avisos que anuncian morosidad

En su ira ellos pueden quitarme el sustento

difamarme

¿Qué provecho hay en dejarme sin trabajo?

¿Podrá hacer algo mi cartera vacía?

Como dijo Tevie (el de la película)

Qué de malo habría en que yo tuviera un poco

Jonás Ungido

lunes, 8 de febrero de 2010

¿En el principio?

Cuando Lillith se fué Adán se sintió decepcionado y traicionado por Dios. Eva era hermosa, dulce y sumisa, hacía todo lo que él quería; pero nada se comparaba con la locura sexual de Lilith y sus experimentos en la cama.

Eva siempre lo hacía de la misma forma. Lo esperaba a oscuras, cubierta hasta el cuello con una piel de borrego y una manta tejida, que siempre se negaba a retirar; se tendía placidamente y casi nunca hacía gestos ni sonidos. Adán terminaba decepcionado, extrañaba a Lillith y sus inventos.

Con el paso del tiempo la decepción se transformó en temor, la fertilidad de Eva hacía que quedara embarazada cada vez que tenían sexo; después lo evitaba durante todo el embarazo, su mal humor era insoportable.

El mundo se fué poblando de sus hijos y los hijos de sus hijos. Eva se consumía y Adán perdió el interés en ella.

Un día, en su edad madura, Adán salió a caminar, dispuesto a ver el mundo con otros ojos. Se quedó viendo a un grupo de muchachos, entre quienes sobresalía uno hermoso, de formas perfectas y mirada profunda; lo supo cuando logró que sus ojos se cruzaran, al rato conversaba con él. Algo sucedió, pues ambos quedaron fascinados con el otro, por lo que siguieron encontrándose, se volvieron inseparables.

Esteban descendía de los hijos de Dios que tomaron para sí mujeres hijas de los hombres. Él podía ser dulce como Eva y siniestro, como Lillith; no era como los descendiente de Adán, no lo obedecía ni lo servía, menos reverenciarlo. Adán se sentía retado y atraído.

Aquella mañana salieron de cacería, el sol todavía no calentaba; corrieron detrás de las presas, no tuvieron suerte, por lo que cansados se recostaron bajo una datilera, a la orilla de una cascada, que formaba una poza cristalina. Esteban se tornó servicial, consiguió unos dátiles y los puso en la boca de Adán; dejando, sutilmente, que este le lamiera los dedos.

Luego del descanso Adán quiso nadar. Se hundió en el agua, mientras Esteban lo observaba y pensaba que aquel cuerpo, aunque maduro, revelaba la belleza de la creación. Unos minutos después se metió a la poza, se acercó a Adán y le dijo: No hay duda, en verdad eres creación divina.

Todo terminó en un jugueteo, en el que Adán descubrió que podía tener sexo sin temor a la reproducción, aunque eso implicara sacrificar algún orificio. Ahí quedaron dormidos a la sombra de la datilera.

Adán llevó a Esteban a su casa, como su protegido, fué él quien administró sus bienes cuando sus hijos se mataron entre si.

Eva no tuvo más hijos, por lo que dedicó su tiempo a la alfarería, sus figuras de barro se volvieron famosas y se vendían por montones. La gente daba cualquier cosa por tener una, y las pedían cada vez más grandes.

Billy Granjas

lunes, 1 de febrero de 2010

La pulga

Jamás se nos cruzó por la mente nombrarlo Diego, eso marca a los pibes, Diego solo hay uno, es irrepetible; por eso le pusimos Lionel, para dotarlo de un poder invencibe, además también es nombre de rey, Lionel, Leo, León; nada podría contra él.

Es el deseo de todo padre que su hijo chute la pelota como los dioses, pero con Leo no nos hicimos esperanzas, él nunca fue normal, lo supimos desde el principio, apenas pesó tres libras al nacer, por eso le dimos un nombre poderoso, para ayudarlo un poco al pibe.

No era como los demás, hasta pensamos que era ciego, porque se quedaba mirando fijamente al techo, ahí no había nada, solo una bombita de luz.

En cuanto caminó empezó a golpear el balón, a los cuatro años ya driblaba a todos los del barrio, corría como ningún otro, pero no crecía, pasaban los años y se iba quedando pequeño, por eso se ganó el mote de la pulga.

Se fue a la escuela pero no duró mucho, porque no aprendía, con mucho esfuerzo supo leer y escribir. Lo enviaron con la sicóloga, ella era elegante, pero no tuvo pena cuando dijo: Ché, el pibe es autista, tenés que tener paciencia con él.

Hizo falta más que paciencia, el pibe no aprendía. Eso sí, cuando ibamos para la cancha, viste, el pibe era otro, parecía tener poderes especiales, era un barrilete cósmico, pero era un chiquilín, así nadie lo iba a querer en su equipo.

Quisimos curarlo, al menos hacerlo crecer, pero no había gita y ningún club se quizo hacer cargo, apenas tenían para pagarle a sus jugadores.

Ahora tiene diez y siete años, y la estatura de un pibe de doce, se pasa todo el día con la pelota, nosotros lo dejamos. Sabemos que el nombre no le ayudó en nada, tampoco que nosotros tratáramos de fingir el acento argentino. Si tan solo nuestro patojo hubiera nacido en pibelandia, sería igual que ese chiquitín que juega en el Barça; pero ya se sabe, viviendo acá nadie nos iba a prestar atención; además, de Guatemala no puede salir ningún buen jugador de futbol.

Diego Iespien

miércoles, 20 de enero de 2010

CR7

La primera temporada de futbol que vi fue cuando el Real Madrid tenía una colección de muñecos, que comenzaba con David Beckham. Me tiraba todos los partidos en la tele, no me perdía uno, hasta llegué al extremo de hacerme socia del equipo y, por supuesto, ir al Bernabeu a verlos en vivo; ahí conocí a Luis, quien no tenía un cuerpo de colección, pero era coleccionable.

No creo entrar en la categoría de Cougar, aunque paso de los cuarenta, mi posición económica es desahogada, tengo trabajo estable, auto deportivo y cuerpo decente, ni siquiera porque mis parejas usualmente son menores que yo; Luis, por ejemplo, tenía veintiún años cuando lo conocí.

El futbol no era lo mío, pero los hombres si, por eso me hice fan, de esas a las que llaman groupies. En un par de años llegué a tener suficiente influencia en la porra, y con los directivos del equipo, por lo que las invitaciones a los afterparties eran frecuentes.

La experiencia que dan los años me ayudaba a no andar de cacería, las oportunidades llegaban de forma espontánea, cuando sucedían le entraba.

Las jovencitas eran impactantes, muchas de ellas esculturales, yo no; aun así, muchas veces me tocaban los bocados más suculentos, otras tenía que conformarme con alguien más grandecito; doy fe, por ejemplo, que dar cabezazos no es la única habilidad de Zidane, era excelente en otras áreas, y no hablo de cosas relacionadas con futbol.

Mis amigas siempre preguntaban: ¿Cuál es el atractivo?, ¿qué les ves? Nunca me entendían, a pesar de que les enseñaba las fotos de Beckham y los demás.

Cuando apareció Cristiano me quedé helada, el niño es hermoso. Nunca antes vi un cuerpo como el suyo, con esa carita tan dulce.

Tenía que llegar hasta él, no sabía qué hacer, porque la lista de espera era enorme; hasta a Paris Hilton se le antojo, lo montó en su avión y se lo llevó varios días; presumo que la única monta fue la del avión, porque luego dijo que no era su tipo, que le pareció muy femenino.

Lo mejor que pudo pasar, para mí, no para el equipo, fue la lesión de Cristiano. Me las ingenié para hacerle de enfermera; no fue en una fiesta, pero conseguí estar con él, sentir su olor y sus manos; también él sintió las mías, y yo su duro trasero.

Hace unos días, mis amigas volvieron a preguntar: ¿Por qué te hiciste fan?. Les mostré un poster de Cristiano, en el que hace publicidad de ropa interior; les conté de mi experiencia como enfermera y les dije que Paris Hilton tenía razón. Creo que a partir de ahora habrá cinco loquitas más que seguirán al Real Madrid.

Karla Yanina

miércoles, 13 de enero de 2010

Me llamo R

Yo tengo la culpa de todo, estoy aquí sin poder decir nada, todos saben en donde está mi cuerpo, pero no puedo hablar, estoy muerto, de eso no hay duda, lo escuché en las noticias, también supe quienes fueron mis ejecutores, los pude ver aunque esté muerto, no sé cómo explicarlo, se supone que no puedo ver nada, es un misterio.

Me enteré que hubo desórdenes, durante varios días, que las aguas subieron de nivel, pero no pasó a más, no fue suficiente, quizá por eso estuve aquí los meses pasados, era necesario esclarecer mi muerte, para que pudiera descansar. Ahora ya no veo nada, he pasado por un túnel oscuro, para luego salir a la luz; lo último que pude ver fue la conferencia de prensa, la animada alocución con acento español, en la que decían que todo estaba resuelto, que fui yo mismo el que lo planeó todo.

Es imposible negarlo, no tengo voz, he confirmado que los muertos no hablan, sus cuerpos pueden decir cosas, pero nada puede salir de sus bocas, aunque se grite, nadie te escucha; las cosas no son perfectas, debí haber planeado también mi resurrección; lo dicho, no soy perfecto, nunca lo fui, no preví que no hay comunicación desde el más allá.

Los muertos no pueden atacar ni defenderse, esa es mi condición, los vivos tienen creatividad, vean de lo que fui capaz. Nunca pierdan de vista que siempre habrá otros que son más vivos, y algunos que querrán pasarse de vivos, la imaginación no tiene límites; se los digo yo que no puedo hablar, pues algunos imaginaran que soy quien no soy.

Orano Pa Muko

lunes, 11 de enero de 2010

Apretaíto

Parada frente a mí, ella repetía algo que no pude o no quise comprender. El show daría inicio en cinco minutos, no tenía tiempo para escuchar explicaciones, la oportunidad es una, no se tienen más, se toma o se deja; lo único que alcancé a entender fue: No sé qué pasó, lo siento mucho.

Ese día se enfermó Centurión, el vocalista principal del grupo, por lo que me tocaba hacer el solo, recién en ese momento caí en la cuenta, lo que ella decía representaba complicaciones.

De algún lugar saqué valor y dije: ¿qué es lo peor que puede pasar? Ella seguía balbuceando: Podría romperse; ¿y qué? Respondí.

Tenía tanta seguridad en mí mismo que pensé: este cuerpo es perfecto, para qué ocultarlo.

Con esfuerzo pude meterme en el traje, no había tiempo para conseguir otro, en realidad se había encogido un par de tallas.

Los zapatos eran totalmente visilbles, pues el pantalón quedó bastante corto; por fortuna la tela se amoldó a mis caderas, aunque era evidente que estaba constreñida; me pusé la camisa, fue imposible cerrarla, de hacerlo los botones hubieran saltado, quedó abierta casi hasta la cintura; con la chaqueta sucedió lo mismo, apenas logré encajar dos broches; mi forma de caminar resultaba algo afeminada, además tenía el paquete aprisionado, formando un bulto que llamaba la atención.

Sonó la música y me concentré en cantar. Las mujeres se pusieron a gritar, casi al borde de la histeria; el bullicio me animó, entonces intenté moverme como Elvis; a pesar de lo apretado de la ropa, creo que lo hice, al menos se generó el caos. En medio del relajo, unas chicas subieron al escenario, sentí unas manos sobre mis nalgas, besos en el rostro, los de seguridad empujaban, intentando bajarlas. El éxito fue impresionante.

Agradecí a Clarita por haber lavado mi traje. Desde ese día nunca he vuelto a usar ropa de mi talla, me di cuenta que lo apretado me sienta mejor.

Mi amigo el Puma

martes, 5 de enero de 2010

De regreso

La llamó para decirle que regresaría. Se fue hace algunos años, compró un boleto de ida, abordó el bus y dijo en voz alta: Cuando uno no sabe a dónde ir cualquier dirección que se tome es buena.

Se pasó la mano por la calva, pensando en el rumbo que había seguido su vida desde que pronunciara esas palabras.

Hizo el recuento y notó que salía ganando, a pesar de la depresión profunda del inicio, cuando salió de la cama hasta que los piquetes del hambre fueron tantos que se vio forzado a levantarse; a pesar de cómo tuvo que ganarse la vida.

Siempre pensó que aquel momento fue el que determinó todo. Cuando abordó el bus que lo llevaría a la frontera; apenas habían pasado treinta minutos y dos hombres se levantaron gritando: Esto es un asalto; luego escuchó tres disparos, sintió la humedad en el respaldo del asiento, al tiempo que su vecino se recostaba sobre él; minutos después los hombres detuvieron el bus, bajarón y se fueron con el botín.

Le dará gusto verla de nuevo, después de todo este tiempo, le dirá en tono sarcástico, mientras le enseña la maleta llena de dinero, que su ruta no lo llevó al hospital, ni a la cárcel, que cuando no se sabe a dónde ir, cualquier dirección que se tome es buena.

Pancho Pistolas