jueves, 1 de julio de 2010

Los niños de Caracas —5—

Llegue a Guatemala un viernes. Conocedor de las costumbres de sus habitantes decidí no perder tiempo buscando información, era fin de semana y la burocracia considera sagrados esos días, por lo que decidí ir directamente a la Antigua, pasaría la noche en Casa Santo Domingo.

Por la mañana, después del delicioso desayuno de frijoles volteados, huevos, queso, crema y tortillas recién salidas del comal, acompañando el café con esos panitos redondos, aplanados y tostados, a los que llaman Champurradas, salí a caminar y llegué hasta el parque.

Mientras observaba la obscena, pero hermosa caída de agua en la fuente del parque, con sus sirenas tocándose los pechos, una mujer se me acercó y preguntó: ¿Acaso no es usted Roberto Don Largo? Le dije que la traducción correcta de mi apellido, y la que yo prefería, era Tipo Largo, porque lo de Don me sonaba a gangster del Chicago de los 50. La mujer siguió hablando, casi gritando: Quiero que sepa que no me gustan sus libros. Me extrañó su franqueza, los guatemaltecos son muy dados a ocultar lo que piensan, podría decir que son hipócritas, si, ese es el término adecuado para definirlos, aunque no quiero generalizar; el caso es que tal franqueza me anunció que la mujer era especial.

—Cuénteme, ¿por qué no le gustan mis libros? —Esa fue la apertura a un diálogo que se extendió hasta el almuerzo, un rico plato de Pepián, y luego un café en La Condesa. La conversación fue de lo más agradable, al grado que consideré afortunado aquel encuentro, necesitaba un Watson, alguien con quien pudiera intercambiar opiniones y ella parecía ideal.

—Mire Roberto, para mí que los Salva Ranas no son tan importantes, el verdadero misterio es lo que se puede lograr con esos cabellos.

Dicho esto me pasó un panfleto en el que se leía: ¿Extraña a su mascota? A continuación describía el proceso de clonación de animales, que se llevaba a cabo precisamente en Guatemala; curioso, justo como en la película del Schwarzenegger, pensé. De inmediato vino a mi mente la imagen de los niños que ofrecen artesanías en el parque, y del país lleno de pobreza, ¿era posible que existiera esa compleja tecnología en este lugar de niños hambrientos?

Mi nueva amiga y yo pasamos la noche en el hotel. Poco a poco me fui encontrando con otros panfletos que ofrecían cirugías mayores, tratamientos dentales, cirugías plásticas, y una gran oferta de servicios médicos y cosméticos, a precios menores que en los Estados Unidos; la publicidad se encontraba en la mesita de noche, en la recepción del hotel, en el restaurante en el que tomamos el desayuno del día siguiente, en los locales comerciales a los que entramos durante el paseo de la mañana.

Durante la caminata, justo después de separarme de Watson, ella tenía que salir en un tour hacia la playa, empezó a llover. Para mí, caminar bajo el agua que cae es uno de los mayores placeres de la vida. Vestido con una gabardina y sombrero me sentí como un solitario y moderno Sherlock Holmes.

Finalmente decidí refugiarme del aguacero, entré a uno de los tantos cafés que hay en Antigua, me senté, comí algo, descansé, y sobre todo esperé, con mucha paciencia; en el ambiente había algo raro, intuía que algo iba a suceder, pero en realidad no tenía idea del desastre que estaba por llegar.

Continuará

Danilo Brownie

2 comentarios:

Verónica Calvo dijo...

Por fin puedo volver!!!

Antigua, qué preciosidad.
Bueno, leo todo lo que avanzó la historia desde que la vida me atrapó con sus vainas y me alejó de mis lecturas.

Johan Bush Walls dijo...

Ananda: Que bueno que volvio maestra. O sea que conoce Antigua.

Salú pue.