jueves, 28 de julio de 2011

Cuando mi hermana apague la luz

El día se ha convertido en eterno tormento, Ana María, levántate que se hace tarde para el colegio, dice mamá. Ana María, recuerda llevar tu almuerzo, grita papá. Ana María, no olvides entregarle la nota a tu amiga, me susurra al oído mi hermano. Ana María, no te pongas mi ropa, reclama mi hermana, al tiempo que hace una señal de amenaza.

En el colegio es igual: la maestra, los compañeros, todos quieren enseñarme cómo debo andar por la vida.

La noche es mi refugio, aunque tarde en llegar la oscuridad, por eso deseo no ser la menor, no tener que compartir cuarto.

Por ahora debo conformarme con empezar a vivir, cuando mi hermana apague la luz.

 Bella Durmiente

martes, 12 de julio de 2011

Cita

Se sentó en el avión, el dolor en la ingle le quemaba. Hacia adentro solo hay podredumbre, repitieron los dos o trescientos médicos consultados en los últimos meses; nada por hacer, que las cosas sigan su curso.

Al principio lo ocultó, luego le contó a los más íntimos; no quería su lástima, ni verles la cara larga. "Dios Sabe lo que hace", le dijo el sacerdote con quien hablaba los fines de semana. No esperaba milagros, esperaba la muerte.

Se puso las gafas, para intentar leer; era complicado, por su escasa visión, pero recién había comprado un lector electrónico y podía hacer la letra tan grande como quisiera. Llevaba algunas cosas que descargó de internet, en ese momento era el turno de una revista en inglés.

El corazón se le aceleró y empezó a transpirar. Se limpió el sudor con el antebrazo y suspiró. En una epifanía, la revista le mostraba la solución a sus problemas.

El avión descendió sobre techos de lámina y casas de cartón, la lluvia caía a torrentes. La vista al aterrizar era igual. Latinoamérica completa cabe en la misma esquina, que puede ser en Managua, el DF, Caracas o Guatemala, pensó.

Prepararlo todo fue fácil. Hizo su presentación, dijo los mensajes de siempre, la gente se emocionó, igual que en París, igual que en Chile, igual que aquí, luego se despidió.

Subió al carro, preguntó si todo estaba listo, “ellos esperan”, dijo, sin explicar nada. Se acomodó las gafas, llevaba el lector electrónico en la mano; pero no iba a leer, la madrugada estaba oscura y vacía.

El bombero que recogió el cuerpo no se fijó en el lector electrónico, en la pantalla se podía leer: The New Yorker, A Murder Foretold.

Danilo Brownie