Caminaba en dirección a la facultad de derecho, me faltaba una cuadra para llegar; pero podía escuchar las voces de los estudiantes que estaban adentro, gritos y cantos que presagiaban algo que se empezaba a fraguar.
Otto René y los compañeros me esperaban, intentaba moverme de prisa con las crinolinas y el vestido de campana rosado, los tacones blancos, bajos, pero difíciles de manejar.
En dirección contraria venía una tanqueta, atrás dos o tres jeeps patrullaban la zona, el congreso estaba cerrado.
De la torreta salió una mano agitándose, y de los jeeps también varias manos me saludaban. Me puse nerviosa, los muchachos, con la amabilidad que les daba el conocerme de mucho tiempo, gritaban: "¿Seño, la llevamos? Allá en el cuartel habíamos jugado básquetbol. No dejaban de saludarme, yo trataba de callarlos y les pedía que se fueran, sin mucho resultado.
De uno de los jeeps se bajó un subteniente, quien rápidamente los calló y les pidió que se fueran. "La vemos mas tarde señorita, yo le digo a su papá", me dijo. Agradeciéndo el gesto estaba, cuando un compañero salió de la facultad y gritó: "Van a secuestrar a la compañera".
El subteniente se retiró a tiempo, sin producir problemas, y Otto René, quien había salido a buscarme, viéndome tan nerviosa, me tomó de la mano, mientras decía: "Vamos vos, caminemos, yo te acompaño".
Adentro de la facultad se armó una gran bulla y todos aplaudían mi "heroísmo", Otto René se alejó a buscar su cuaderno, donde escribió un buen rato, antes de acompañarme de nuevo. "Te voy a dedicar un poema compañera", me dijo.
Laura Ingalls
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