A finales de los setentas estaba yo en Solentiname. Ernesto (no el Ché mi amigo, por cierto, sino Cardenal) me había pedido que trajéramos del supermercado dos kilos de coles. Aquella mañana, Joan y yo salimos en la pequeña lancha. El sol crecía y aquel muchacho tarareaba un poema de Machado. Ernesto dormía como un niño. La noche había sido larga. Ernesto, como otras veces, había sacado el buen vino después de media noche. La juerga, el calor y mi estancia de quince días me tenían un poco cansado, así que, a pesar de los ruegos de Ernesto, aquella misma tarde empaqué y volví a Londres, donde me esperaba Leona. Joan había allegado apenas un día antes. Una novia suya y alumna mía (que yo me paré cogiendo en México, años después) me lo había remitido. El muchacho sacó su guitarra y cantó canciones folclóricas de su tierra. Me pareció muy bueno, aunque excesivamente tímido. Se lo dije. Le hice prometerme de que se lanzaría al agua. Le sugerí, además, que cantara a Machado. Nos despedimos y me abrazó, sumamente agradecido. Desde que lo vi llegar a Solentiname vi que tenía futuro. Su nombre, Joan Manuel Serrat. En un mes dará un concierto en Guatemala.
Mark Drunk
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1 comentario:
no creo que venga muchá, es pura paja como el blog.
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