lunes, 22 de octubre de 2007

Lectura

Aquella fría tarde de noviembre, nadie de los presentes imaginó lo que sucedería. El salón estaba lleno de gente de todas las edades, algunos vestidos de traje formal y las damas con sus trajes de noche. La actividad dio inicio a la hora en punto, como un presagio de lo que vendría. Luego de la voz protocolar todos quedaron callados, los primeros instantes pasaron entre el asombro y el rubor general, pero con el correr de los minutos muchos empezaron a sentir como sus miembros reaccionaban, las mujeres apretaban las piernas y los hombres se cubrían. La timidez se fue olvidando poco a poco; mientras ellas tocaban sus pechos por encima de la ropa, ellos descubrieron su erección. Las caricias fueron en aumento, sin sentirlo metieron sus manos dentro la blusa, dentro del pantalón. No pasó mucho antes de que se fueran uniendo en parejas, en tríos, en grupos. La ropa iba quedando debajo de las sillas. El rumor de voces se convirtió en gemidos, al estar todos desnudos ya no hubo límites. Aquello se convirtió en la más grande manifestación de erotismo de la historia. Todas las mujeres tuvieron múltiples orgasmos, los hombres erecciones interminables. No hubo nadie que no quedara satisfecho. De la misma forma que empezó se fue diluyendo, largos gémidos se escucharon cuando Delia leyó el último verso; Margarita, Luz, Aída, Ana María, Carmen y Carolina, aplaudieron un momento y para finalizar cada una dio las gracias a la concurrencia, por haber asistido a la lectura de sus poemas eróticos. Las poetas descendieron del podio, se desnudaron y una a una se entregaron a una orgía perpetua junto a Isabel de los Ángeles que las esperaba ansiosa.

Patricio Suskinder

2 comentarios:

Anónimo dijo...

qué Safadas!
yo las vi en el teatro de cámara pero estaban recatadas caminando descalzas, con faldas y a lo loco, pero no tan zafadas.

Anónimo dijo...

Me encanta saber que tengo el don de la ubicuidad, porque mientras todos esos portentos sucedían, estaba en Panamá cultivando una sinusitis de pronóstico reservado que aún no se va.

Pero bueno, que la próxima vez me dé cuenta. Sería mejor, digo yo.