miércoles, 24 de octubre de 2007

Dos días en cartagena

Dos días en Cartagena, solo dos. La encargada, una vieja bruja, se ha dedicado a vigilarme el día entero.
Es cierto que 16 años son muy pocos, pero el ambiente del trópico no es para desperdiciarlo metida en las ruinas de un castillo y recorriendo las callecitas con flores o en la bóveda sellada del museo del oro.
Comprábamos unos recuerditos en la entrada del fuerte, primera visita programada del día, cuando me choqué con unos ojos verdes centellantes y una piel morena espectacular. Mientras avanzábamos, podía ver como el muchacho se nos acercaba, cada cierto tiempo me dirigía una mirada invitadora. El pasillo tenía una especie de nichos , en ellos-según el guía- se escondían los guardias para atrapar a los invasores. Al ir bajando, en la oscuridad, sentí una mano que me tomó del hombro y antes de darme cuenta estaba besando al chico de los ojos verdes, escaparnos del grupo fue cuestión de tiempo.
Minutos después tomábamos gaseosas en un café al aire libre. Las horas pasaron y nosotros no nos movíamos hasta que aparecieron dos hombres, bastante mayores, y empezaron a molestarme; mientras me tocaban los brazos, hacían comentarios obscenos, al escuchar "muéstrame lo que pueden hacer las mujeres calientes de Guatemala", supe que era el momento de salir corriendo.
Sin voltear a ver, , seguía corriendo, no sabía a donde pero corría. De una casa de dos pisos apareció un hombre mayor, vestido de blanco, con sombrero y bastón, me tropecé con él y gritó "¡carajo, para donde vas tan rápido!". Me tenía agarrada por el brazo, entonces me abalancé sobre él y lo abracé, como si fuera mi padre o un abuelo. De reojo observé que los hombres se alejaban, sólo entonces comencé a llorar.
Las siguientes horas las pasé con el viejo, conociendo Cartagena, se reía de mis historias, especialmente cuando le conté que en mi tierra caía, durante trece meses al año, una lluvia pertinaz a la que la gente llama chipi chipi; parecía un abuelo simpático. Al llegar la noche preguntó "en donde te estás quedando", en ese momento volví a la realidad: No tenía mi pasaporte y no recordaba el nombre del hotel. Durante una hora me llevó de un lado a otro, en taxi, buscando el misterioso hotel que yo no recordaba. Cuando se dio cuenta de que estaba definitivamente perdida me llevó a su casa, un pequeño apartamento atestado de libros, me sentía tan agotada que me dormí enseguida.
Pasada la media noche desperté incómoda y lo encontré acostado a mi lado, me miraba fijamente mientras dormía. Me asusté pero no me moví. A las dos de la mañana, en su cama, el anciano era más inocuo que los vándalos de la tarde.
Por la mañana fuimos al museo del Oro, donde la encargada me recibió con lágrimas en los ojos. y sin regaños. El resto del paseo intenté portarme recatada y discreta.De regreso, ya en el avión, , encontré dentro de mi bolsa una tarjetita que decía "la pasé muy bien, muchacha," y firmaba Gabo.


Rosa Delgado

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