jueves, 3 de enero de 2008

Memorias

Los ventarrones de ayer me hicieron recordar eventos similares sucedidos en el pasado. Estoy intentando recordar en orden cronológico, primero fue el huracán Fifí, mi prima tenía una perrita que respondía a ese nombre. ¿Quién sabe que fue primero, el huracán o la perrita?. En ese tiempo decían que caía un temporal, sólo años después supe que se trataba de tormentas tropicales. Todos corríamos bajo la lluvia, haciendo competencias, ganaba el que no se mojaba al atravesar el patio, crucé como cinco veces y mi ropa nunca se mojó; ahora que lo pienso tal acción fue un verdadero portento, porque en las noticias dijeron que hubo inundaciones y algunos muertos, mientras que yo corría y corría, pero el agua no me calaba.
El terremoto de 1976 fue de lo más traumático, aunque no para mi, por supuesto que nunca vi de cerca los muertos, aunque tengo presente que fueron más de veinte mil. Con mis primos y hermanos jugábamos fútbol en la calle con plena libertad, ese es el mejor recuerdo que tengo; claro que también había gente llorando, casas caídas y tremendas grietas sobre el pavimento; por eso me da cargo de conciencia cuando pienso en los interminables partidos. Tengo presente que escuché ruidos, perros ladrar y que desperté a mis padres como dos horas antes del gran temblor, pero no me hicieron caso.
En la memoria las cosas suelen ser distintas a como pasaron en la vida real, los vientos de 1981 o fue 1982, quizá 1983, fueron más violentos y soplaron durante veinte o treinta días consecutivos, era divertido dar un salto y el aire lo hacía a uno parar a seis o siete metros de distancia; algunas personas no tenían cuidado y les caían rótulos encima. Ya se sabe que las alfombras voladoras no existen, pero yo puedo decir que he montado láminas voladoras.
Después vinieron los bochinches y las quemas de camionetas, aunque de esas cosas también hubo años antes, de hecho fue a finales de los años 70s, pero al recordar uno confunde las fechas; siempre me dio tiempo de bajar de los buses antes de que ardieran, pero una vez mi mamá me pegó porque llegué a la casa con la ropa chamuscada.
Las bombas si fueron en los 80s, la verdad es que eso si no tenía nada de divertido, menos cuando las manos y brazos quedaban colgando en los árboles del parque central, así le decían antes, ahora se llama plaza central y ya no hay árboles.
Los recuerdos se escabullen a veces, pero creo que la arena negra que escupió el volcán de pacaya es inolvidable, el vidrio delantero de mi carro quedó cubierto totalmente, sólo mi pericia al volante me libró de chocar, por cierto nadie chocó por ese motivo. La arena acumulada en mi cabeza alcanzó para llenar un baño, más o menos grande, pero no tanto.
Las lluvias siempre han causado estragos en este país, pero el Mitch verdaderamente me afectó, perdí como quinientos quetzales que había pagado para pasar unos días en el IRTRA, el agua no me dejó manejar hasta Reu.
Un día una turba enardecida rodeo el edificio de Multi-inversiones, asi creo que se llama, a pesar de que mi novia se quedó atrapada, eso no cuenta como desastre natural, aunque naturalmente me asusté, pero ella más.
Ahora dicen que van a racionar la energía eléctrica, porque los ventarrones de ayer destruyeron kilómetros de cables, que mientras los reparan es necesario tomar tal medida. Lo cierto es que por poco me quedo sin cenar, pues todos los restaurantes estaban cerrados, porque la luz brillaba por su ausencia.
Este es un país de locos y cualquier desastre natural puede resultar grande o pequeño, pero siempre hay gente que exagera.

Maccarius Job.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusto el cuento, me hizo recordar mucho

Anónimo dijo...

que buenisima historia, dichosa su novia

Johan Bush Walls dijo...

la memoria, anónimo, es como el cuadro de Dalí, donde los relojes se derriten y se desdibujan y el entorno es como si hubieramos estado en un sueño...