“Tienes una lista de malos amores, una interminable lista de resentimientos, malas palabras y deseos”, me decía la vidente del parque, previamente había atinado que tenía el tres de bastos en la mano. Sentada en su banquito, rodeada de mirones y apoyada por su asistente, quien repartía las cartas entre los curiosos, siguió diciéndome, “ahora no puedo decirte nada, pero toma el sobrecito que te envío con mi asistente, en el encontrarás lo que no te puedo decir en público, tomé el sobre, en el papel que venía adentro, estaba escrito, en grandes letras rojas, te quieres vengar. Me movió el piso.
Había adquirido el habito de intentar leer el futuro, en sentido de los amores, pues el pasado siempre fue desastroso, me dejaron, me engañaron, me mintieron, me estafaron; bueno, todos lo temas que las canciones rancheras tocan; por cierto, tengo un canción para cada una de las decepciones, son como cuatrocientas.
A partir de tal experiencia quise que me leyeran las líneas de la mano. En cada una de las lecturas me decían que una mujer morena, de hermosos ojos negros, llegaría a sacudir mi corazón; por supuesto buscaba a esa mujer en cada esquina (ahora que lo pienso, en la zona donde suelo moverme la mayoría son así), me dejaba llevar por el instinto, no por la razón. Recibí bofetadas, insultos y algunas órdenes de arresto por acoso, la jueza incluso se convirtió en mi conocida; aún así una vez me receto un mes de prisión.
Tiempo después cambié de método, pensando que la compresión de la mano era poco efectiva y que el asunto de los signos compatibles sería una mejor forma. En el horóscopo occidental era acuario, pero lamentablemente nunca me toco alguna de igual signo, todas eran tauro, sagitario, capricornio, escorpión, cáncer. Lo mismo sucedía en el chino, todas eran rata, tigre o dragón; vaya colección de signos, cada una de ellas me aterrorizo durante algún tiempo. Me jacto de haber salido con muchas, pero algunas ni siquiera dejaron que me les acercara, enseñaban sus enormes garras. Fue imposible encontrar una piscis, una acuario, una géminis, de esas nunca conocí, lo juro, la mitad de la constelación para mi no existía.
Luego me decidí por las cartas del tarot, cosa más grande en la vida, me toco ser el personaje del bufón y así me fue.
Después de un día de no dormir, con la tarjetita en la cabecera de mi cama, las palabras de la vidente me daban vueltas en la cabeza, entonces decidí ir a visitarla.
Llegué a una pequeña casa, cerca de la terminal de buses, en la puerta tenía un enorme letrero que decía Madame Olga; entré, había una mesa con un montón de piedras, santos y candelas, en la penumbra se miraba la silueta de la madame.
“Asuntos de negocios, amor, enemigos”; me preguntó, entre amores y enemigas le respondí, “complicado…¿qué quiere, que lo quieran o quitárselas de encima?”. Pensé que había sido una estupidez mencionar a las enemigas, pues lo que necesitaba era que me quisieran. Se lo dije, “¿Cuantas desea que lo quieran”, todas pensé, sería mi venganza. Madame Olga me miro de reojo y accedió a darme una dosis de quiéreme mucho, para utilizarla con veinticinco mujeres, yo quería más, pero me dijo que probara con tal número; me proporcionó el instructivo, para que funcionara tendría que tomarles una foto, meterlas en un frasco con alcohol y ruda, encenderles una veladora durante un mes, sin dejar que se consumiera el fuego, llamarlas por teléfono y además darles de tomar polvito de quiéreme mucho.
Me tomó casi un año tomar las fotos, eso fue lo más fácil, lo hacía desde lejos, con un tele zoom. Para averiguar los teléfonos envié a un mensajero, primero obtenía el número de la oficina, luego contrate los servicios de un modelo tipo A (homosexual no evidente, para que no se quedara con el mandado), a quien le encargué que las invitara a tomar café y aprovechara para diluir el polvito, todo salio de maravilla.
Empecé a llamarlas, con un una semana de intervalo, milagrosamente todo funcionó. No tardaron en pedirme que saliera con ellas, sin darme cuenta cada una fue quedandose enganchada; cuando iba apenas por la cuarta no supe como distribuir el tiempo de la semana, porque cada una exigía que estuviera con ella, que saliéramos, que las llamara; ante tanta presión decidí esconderme y negarme. Entonces aparecieron los insultos, los celos, los llantos, los reclamos, las amenazas, todo se convirtió en un infierno.
Regresé con Madame Olga, me recibió con su clásica pregunta, “¿negocios, amores, enemigos?”; malos amores, dije, “está complicado”, me respondió.
Poncho Pilatus
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