Iba manejando cuando en la radio dijeron: Faltan solamente setenta y cuatro días para navidad, casi me mato al esquivar a un vendedor de gorros de Santa Claus, esos que tienen lucecitas.
Al llegar a casa, cuando le conté, me preguntó sonriendo: ¿por qué no me compraste uno?, y procedió a mostrarme que había desplazado el televisor para hacerle sitio a tres esferas de cristal con nieve (una por cada año que vivimos juntos) y una escultura de la Sagrada Familia, que juntas costaron casi su salario de un mes, perfecto inicio de la temporada de fiestas.
La decoración tuvo que hacerse a un lado unos días, para dar paso al esqueleto de cartón, tamaño natural; la enorme calabaza sonriente, cubierta de telarañas de algodón y el recipiente de dulces, que nadie se comió, supuestamente para los niños que pasarían por la puerta la noche de Halloween, y que luego iría a parar al basurero. (Vivimos en un sexto piso, ¡por favor!)
Quise ignorar el discurso de Laura, se quejaba por la falta de apoyo de mi familia, nadie había probado el Pumpkin pie (comprado), y el tazón de semillas, fritas, de calabaza (pepitoria, que cosa tan rara) que, para lucirse, había llevado a la celebración del Día de los Santos. Pero... ¿quién se iba a comer eso acompañando el fiambre, y las cabeceras de ayote, garbanzos y buñuelos? Aunque mi madre no es una santa, la dejé hablando sola y salí.
Cuando regresé Laura todavía lloraba, incapaz de negociar acepté darle gusto. Pedir el día libre en thanksgiving y ayudarla a cocinar un enorme pavo importado, mientras ella haría lo propio con los sweet potatoes (puros camotes), cubiertos de angelitos de colores (perdón, marshmallows), y abriendo las latas de cranberry (¿qué putas son?), para la fiesta, que para fines prácticos es un pretexto para cocinar todo el día y comer toda la noche.
Mi (nuestro) apartamento estaba lleno de caras decoraciones navideñas, y el acostumbrado pavo inflable en el pasillo, frente a la puerta. Laura me ha contado, en dos idiomas, lo que significa el día: el pavo, los indios, los pilgrims.
La lista de invitados incluía a Maritza, la bulímica de la oficina, Claudina (la vecina de arriba, que nos cae mal, pero vive en el penthouse y por eso no podemos dejar de invitarla), y Mario, (su famoso amigo gay). En total doce personas, fue totalmente prohibido incluir suegras.
A las seis llamó Mario: "no puedo llegar, hay que trabajar hasta tarde y no estamos en los states, así que no hay feriado, y bla, bla, bla. A las diez cenamos ella y yo, sin tocar el pavo. No quise seguir oyéndola llorar y lamentarse de: este paisito insensible lleno de gente ignorante que no reconoce las buenas tradiciones. Me dediqué a lavar los platos, envolver los restos y dejarle un mensaje a la señora de la limpieza, para que hiciera con la comida lo que le diera la gana.
Unos días antes de Navidad Laura echó, a gritos, a mi sobrina de cinco años, por romper un reno de cristal, la pobre niña lloraba, mi hermana y Laura gritaban tanto que pensé se agarrarían del cabello. Decidí que el mejor lugar para pasar la fiesta en paz era el puerto.
Las doce me sonaron en Monterrico, cantando rancheras con un par de gringos viejos y borrachos. El Año Nuevo lo pasé en Pana.
La bienvenida me la dio un apartamento sin muebles, y el piso de la entrada cubierto de tarjetas de navidad, algunas aún dirigidas a ambos, como pareja.
El membrete de un orfanato cercano me recordó a Laura y supuse que sería una advertencia para que ella dejara de echarles el carro encima y gritarles mareros a los muchachos. En realidad decía algo así: ignoramos por qué decidieron preparar una cena de thanksgiving para nosotros, gracias por compartir su alegría familiar, muchas bendiciones y que su vida sea tal como la han soñado.
Laura Ingalls
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7 comentarios:
Por un thanksgiving con tamalitos...
y brindemos con boj, amigo.
gracias por la visita.
Mano, que buen cuento, si me pongo a decir porque me gusto voy a parecer de esos que se la llevan que saben mucho y no saben nada, por eso solo puedo decir, que buen cuento, no solo me cague de la risa sino que me vi en él. Orales.
Henoc, creo que tarde o temprano encontramos al Wannabe que todos llevamos dentro. Saludos.
un gran relato maestros y maestras. Saludos
Eres un poco wannabe tambien al oir rancheras,no son de Guatemala
Anonimo: Could you imagine, i want to be like a mexican.
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