Conocí a Gary por azares del destino, era inicio de los años 70 y la efervecencia revolucionaria había hecho que mi padre, militante patria o muerte él, viajará a México para un encuentro con Trotsky. A los niños nos dejaban en una pequeña sala, lejos del salón principal. Gary era un niño huraño, pero taimado, como lo demostraría años más tarde. Yo por mi parte era tímido y me mantenía jugando con aquellos muñequitos que mi padre me había enseñado a colocar, de forma ordenada, sobre el pequeño cuadrado. El juego nunca me gustó del todo, pues aún los movimientos básicos eran complicados; diagonales, columnas, escaques, aquello se complicaba mientras se avanzaba en el conocimiento, hubiera querido tener un videogame portátil, pero claro que entonces no existían. De alguna forma, las largas horas en aquel espacio hicieron que termináramos jugando, Gary me rogó que le enseñara como se jugaban aquellas figuritas, llamó su atención una en forma de caballo. En realidad le costó un poco aprender el movimiento de cada pieza, pero para el final del día habíamos disputado varios enfrentamientos y aunque no me logró ganar, me quedó la impresión de que el jueguito le había gustado. Aquella reunión quedó al final como una anécdota que me atrevo a contar ahora que leo en los periódicos que Gary Kasparov aspira a ser el nuevo presidente de Rusia, pero lo que más me sorprendió es leer en su currículum que años atrás fue campeón mundial de Ajedrez y que es considerado, por muchos, como el mejor jugador que jamás haya existido.
Roberto Pescador
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