Cada año sé que ha empezado la temporada navideña por una señal definitiva: aparecen los primeros indigentes muertos de hipotermia. Siempre es uno o dos, pero su aparición es necesaria para que yo me sienta a pleno en la época. No basta que inicien los anuncitos pendejos en la radio, que prendan lucecitas de colores en los centros comerciales, que inauguren los árboles gallo o que pongan el guaro en rebaja, yo necesito que aparezcan, fríos y tiesos en alguna acera, y ahora sé que no soy el único.
La vez pasada estaba en la tienda de doña Licha, allá por los campos del Roosevelt. Allí venden unos panitos con pollo, de esos con salsa de tomate de la deaverdá y no la porquería de ketchup que se atranca la gente hoy en día. Pues ahí estaba yo a mediodía y que se para enfrente una patrulla. Los tiras seguro iban a echarse un su panito pero en eso que se abre una puerta y sale corriendo un tipo enchachado. Doña Licha puso el grito en el cielo, literalmente, porque tiene un galillo tan potente que se le podría escuchar a un kilómetro de distancia. No sé si fueron los gritos de la doña que hayan azurumbado al delincuente o la poca agilidad que todavía conservaban los tiras –lucían galanas panzas– la que resolvió el asunto. Lo cierto es que a media calle fue sometido el pobre chara –ahora podía distinguir toda su pinta y se le notaba que era chara– con todo lujo de fuerza, como escriben en Nuestro Diario.
Doña Licha salió corriendo hacia el lugar de los hechos y hasta les ayudó a los tiras a patear al pobre bolito. Doña Licha a veces me recuerda a mi mamá. Una vez íbamos al mercado a comprar aserrín para el nacimiento y hacía un frío de aquellos perros. Una doñita con un patojito a tuto y dos a rastras se nos acercó y nos dijo: una ayudita por vidita suya. Mi mamá, así como era de grande y gritona, le contestó: andá trabajá güevona, andá a pagá tus calenturas, mirate, llena de chirices. La mujer le contestó algo así como "tu madre" y se fue moqueando por la calle. Entonces doña Conchita, que así le decíamos de cariño, se le fue encima con toda su fuerza y para qué les cuento cómo la dejó.
Ya instalados nuevamente enfrente de nuestros panes, doña Licha platicaba muy amable con uno de los polacos. Mire usté, le decía, así de vergueados deben aparecer todos estos ladrones güevones. Lástima que no quedó mi coronel, y que al panzoncito aquel con planta de robocop, el canchito, hombre, lo hayan fregado los desagradecidos esos. Pero ustedes nos pueden dar a nosotros los guatemaltecos honrados nuestro regalito de Navidad, ¿verdá?
Rayo Chapín
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2 comentarios:
buenos textos. jamás habrá que tomarse en serio. ese es un mandamiento divino.
Julio, la seriedad es cosa de gente grande, seguiremos tu consejo. Gracias por la lectura.
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