lunes, 28 de abril de 2008

Mala espina

El día había terminado como todos los días. Ver a Ruthilia, despedirme de ella justo a tiempo para recoger a mis hijos; no menciono en donde porque habría que decir que fue en la casa de mi ex-mujer y eso me provoca un sentimiento de desesperación, su sola presencia me produce una rara sensación de asfixia. Los tuve que esperar afuera durante diez minutos. Ya dentro del carro, Juliancito subió haciendo el usual berrinche pasajero, el que le provoca su hermano quien siempre anda molestándolo, se calma luego de amenazarlo con quitarle el juguete de turno, por estos días es un PSP que le regalé en su cumpleaños, acaba de cumplir seis. Yo iba un poco molesto porque no tenía ni un centavo en la bolsa, porque el cajero automático de la oficina no servía, tengo que mencionar que casi se tragó mi tarjeta, me debitó cien quetzales y no me los dio; entonces tenía que buscar un cajero en el camino a casa, porque no había cenado y, de plano, algo tenía que comprar para quitar el hambre. Justo en la salida a la Roosevelt, en donde se termina la Mateo Flores, hay una gasolinera y un cajero automático, pero para acceder tuve que hacer una maniobra, no tan peligrosa, pero significaba recorrer una pequeña distancia en contra de la vía, igual soy anárquico. Ya con el billetito de a cien entre la billetera me relajé bastante, la falta del bendito dinero siempre los estresa a uno. Mi hijo mayor iba entretenido con el videojuego y el pequeño alargaba la cabeza para tratar de ver un poco.

Uno nunca sabe cuando las cosas rutinarias van a causar un problema, entonces pasé a la panadería, compré dos panes integrales, un bocado de reina, luego retrocedí un poco hacia la tienda y pedí cuatro salchichas para ponerlas en los panes y completar la cena. Ya en la casa hice café, los patojos se acomodaron, comí tranquilo, pero con la hueva que siempre me da el sólo pensar que debo lavar mi ropa del día anterior, tenderla y entrar la que se quedó tendida; hasta aquí no imaginaba lo que estaba por pasar. La cena terminó, terminé los quehaceres, me dispuse a ponerme cómodo, a descansar pues, fue entonces cuando sentí la molestia en la garganta, me tragué un pelo pensé, esas son cosas que suceden más o menos seguido, todo mundo sabe cual es el procedimiento para expulsar un pelo de la garganta, se carraspea un poco, como quien quiere escupir una flema, y casi siempre el pelo o lo que sea que esté trabado sale. Pero ahí está que no salió, pues le doy más duro dije, y así lo hice, carraspié, carraspié y el objeto trabado en la garganta no pude expulsar, me provoqué vomito y nada, pasaron cinco minutos y nada, diez minutos y nada, quince y nada, cuarenta y cinco y nada. ¡Ah puta! dije, bueno, no lo dije pero lo pensé, esto no es nomás, así que decidí llamar a Ruthilia para que me llevara al hospital más cercano, ella es lo mejor que me ha pasado en la vida, tengo que decirlo, y como nos vamos a casar, entonces esta fue su primera prueba para demostrar aquello que dice: "en la salud y en la enfermedad", así que nos dirigimos a uno que está en Las Charcas; luego de una gran vuelta llegamos, ese hospital es infame, de verdad, no tiene cuartitos para atender a los pacientes en la emergencia, sólo tienen unas cortinas, que gacho pensé, no voy a venir aquí a decir que por lo menos soy afortunado de poder ir a uno privado, que tendría que pensar en los que van al General. Vino un doctor calvo, a quien se le veían unas ganas terribles de irse a su casa, con esa actitud me abrió la boca, me bajó la lengua con una paleta, casi vomité; por simple inspección dedujo que tenía inflamado, que por eso tenía la molestia en la garganta y había que nebulizarme. La enfermera me nebulizó, después me hizo esperar a que regresara el doctor, él me vio de nuevo, le dije que seguía con la molestia, le pregunté si podía llamar a un otorrinolaringólogo, lo hizo a regañadientes, habló con él, después me dijo: "el doctor no puede venir ahora, lo voy a dejar internado y mañana viene él y lo examina"; mi huevo dije yo, bueno, no lo dije, pero no me quise quedar. Pagué la cuenta y de inmediato le mencioné a Ruthilia que me sentía estafado, porque tuve que pagar y no me habían curado, tengo la costumbre de alegar y exigir mis derechos, juro que es cierto; pero como eran ya casi las doce de la noche mejor decidí irme tranquilo, rumiando mi inconformidad; de alguna manera esperaba que dormiría tranquilo y al despertar la molestia en la garganta habría desaparecido.

Amaneció y ¡oh, sorpresa!, la molestia seguía ahí. ¡Qué pisados! dije, bueno, no lo dije, lo pensé, iré donde un otorrinolaringólogo a medio día. Hice la cita, espere la hora de almuerzo y fui. Ya en la clínica me examinaron, me bajaron la lengua, me metieron un bajalenguas más grande, pero nada se veía, "venga", me dijo el doctor, le haré una laringoscopía, ¡puta! dije yo, ya saben, no lo dije, lo pensé, así que me meten una cámara por la nariz y empiezan a hurgar en mi garganta, unos segundos de búsqueda, que en esos casos uno siempre siente que son horas y ¡zas! una espina cerota estaba clavada detrás de la gargola, golgota, golgotina, úgula, si, eso es úgula o campanita pues, bueno, así sonaba pero en realidad se llama úvula. El procedimiento para extraerla era sencillo, mantener la cámara dentro de mi garganta, meter una pinza y ya. Pero puta, eso si lo estoy diciendo, no fue tan sencillo, resulta que la espina cerota estaba muy adentro y la pinza no alcanzaba y el bajalenguas me provocaba nausea y lo escupía y cerraba la boca y el doctor decía aguante no trague relájese métase el bajalenguas en el culo viejo cerote pensaba yo me dejaba tranquilo un rato y después otro intento con un bajalenguas más grande pero nada la espina no cedía vamos a otro lado vamos a intentar de otra forma acuéstese ahí extienda el cuello un bajalenguas más grande abra la boca ya la vi ya la vi la tengo la tengo puta que mierda (eso lo pensó el doctor) la pinza es muy pequeña relájese voy a conseguir una pinza más grande pero ya la vi ahora si la saco acuéstese media hora después ni mierda. A todo esto yo había dado varias vueltas por la clínica, pataleado en la camilla, aguantado como los machos, el dolor era intenso, llegó otro médico, me habían metido y sacado unas cuatro veces la cámara de la nariz, el otro doctor dijo, "a ver, voy a probar yo, sólo por probar", que deahuevo pensé yo, pero que otra, tuve que dejar que interviniera y nada. "Voy a hacer un último intento con la cámara", dijo el primer doctor, si no pues lo hospitalizamos, lo dormimos y sacamos la espina. De nuevo la cámara por la nariz, buscando y buscando, pero la espina ya no estaba, ¿qué putas se hizo?, dije yo, bueno no lo dije, lo pensé. Ya no está dijo el doctor, con aire de satisfacción. Yo no estaba convencido, hubiera querido verla atrapada en la pinza, la deducción fue que de tanto verguiarme la garganta, con una pinza, con otra, con el bajalenguas, y todo eso, la espina se desprendió y me la tragué. Ahí quedó todo, bueno eso no fue todo, porque después vino la gran clavada con la cuenta y el pago del parqueo, otra espina, esta vez clavada en mi billetera. A estas alturas tengo las molestias de la gran arrastrada que me dio el doctor, me quedó la insatisfacción de no ver el artilugio que provocó todo, pero ya terminó. Al menos eso espero, porque sigo con la cosa de que no vi salir la espina.

Julian Espinoza

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