El hombre acudió a la cita, lo habían llamado por los vínculos oficiales; sin embargo, cuando llegó le pidieron que no entrara por la puerta principal, era peligroso que lo vieran.
El anciano lo saludó, haciendo un gesto que denotaba condescendencia, lo tomó de la mano, y disimuladamente lo obligó a que se sentara a su lado, de inmediato lo asaltó un sentimiento de incomodidad, no por el lujo de la sala, era por la mirada incisiva de los otros hombres invitados a la reunión, unos vestidos con trajes de colores y los otros cubiertos por ropajes negros, que contrastaban con el blanco que usaba el anciano.
El hombre, originario de un país tropical, intentaba sin éxito hacer bromas y provocar la risa en el grupo, ellos lo veían de manera extraña.
—Me preocupa, dijo el anciano, que tanta gente te siga, la mayoría sin tener claro qué persigues con esa filosofía.
El hombre comenzó a enfadarse, sin lugar a dudas no quería ninguna interferencia.
—Le diré, si me lo permite, nuestros métodos no difieren significativamente de los suyos, en todo caso, me preocupa que esta reunión sea un intento por sacarme del negocio.
Los hombres de negro se tensaron y los de trajes de colores cambiaron de posición al instante. El anciano sonrió benevolente.
— Te juzgamos mal, parece que tienes claro lo que deseas
—En realidad, te citamos únicamente para dejar claro el alcance y delimitación de los espacios de acción, de esa forma evitamos cruzarnos en el camino del otro, esto permitirá, ¿cómo decir?... organizar las cosas.
El hombre pensó que esa negociación parecía una escena de "El padrino" y de inmediato escuchó en su cabeza "una oferta que no puedes rechazar".
La siguiente hora la pasaron demarcando sectores de influencia, definiendo las estrategias para no estorbarse, lo más importante era que ambos pudieran seguir con sus actividades sin problemas.
Al final de la reunión el hombre se sentía seguro.
–Obrigado, dijo en su idioma natal, agradezco su deferencia, agregó, si alguna vez van por Brasil cuenten con mi apoyo.
Los hombres de negro sonrieron levemente.
—Por cierto, dijo el anciano, ¿me darías el nombre de tu decorador? Por las fotos que han circulado en internet y tus apariciones en televisión, creo que podríamos usar algunas de sus ideas en la costrucción de una nueva sala de trabajo en Castel Gandolfo.
Yan Pol Lepup
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