lunes, 7 de julio de 2008

Trans-Metro

Se subió al transmetro sin fijarse demasiado. Buscó un sitio y lo encontró justo donde el carro se dobla y se sentó viendo hacia adentro, le dio igual, estaba cansada.

Se acomodó de lado, se puso el suéter bajo la nuca para poder dormir un poco, nunca es suficiente el sueño, iba pensando en que hacer de almuerzo mañana, abrazando la lonchera, la que acariciaba como que fuera un cachorrito, se fue quedando dormida.

Un golpe la despertó, de pronto cayó en la cuenta que no estaba en el transmetro. La cara de un hombre negro la veía desde un poster, la lonchera se había tranformado en un niño pequeño que se acomodaba sobre su regazo. Las luces parpadeaban y la gente comenzaba un murmullo apagado, que fue creciendo hasta convertirse en exclamaciones.

De repente la luz se fue, la iluminación quedaba a cargo de las lámparas de emergencia, su luz, extrañamente blanca, se difundía por todo el recinto (fuck, merde, ya se jodió esta mierda).

Las voces en todos los idiomas, algunas reconocibles, otra ininteligible, parecía japonés o tal vez coreano, para ella todos los chinos eran iguales.

El asunto es que fue ella, la mujer asiática, la primera que se puso histérica, los demás la miraban extrañados, mientras se ponía de un color que no era identificable (blanca como el papel), (puta, que china mas babosa, she's nuts).

No gritaba, era más bien un llanto callado, y su compañero, que parecía ofendido, la miraba contrariado, como intentando esconderla; el gemido era constante, medido con metrónomo, paraba y volvía (fucking woman, is driving me crazy, vieja idiota).

Pero él se hartó y se puso de pié a gritarle, gesticulando mucho, como hacen todos los orientales enojados (dicen). Ella seguía llorando por lo bajo, cuando Luis se despertó y preguntó mamá, ¿qué pasa? Y ella no sabía que decirle, porque a duras penas comenzaba a recordar que había venido a este país a mejorar. Y también comenzaba a entender que ese niñito era suyo.

El tiempo pasaba y no se movían, la mujer seguía gimiendo y su compañero, parado al lado, parecía ofuscado, avergonzado, pero aparentando una dignidad afectada. Ella miraba por la ventana la grotesca oscuridad del túnel, no eran fantasmas, pero algo se movía entre los rieles y el metro no se movía ni un milímetro.

Un sonido que no había notado antes, el sistema de música de ascensor, ahora daba la noticia: un apagón, lo arreglarán, esperar.

Luis parecía tranquilo, ella se contentaba con acariciarle el pelo, no quedaba más que esperar.

Los hombres estaban nerviosos, uno sacó un cigarro y rápidamente fue confrontado por otro, que no quería que lo encendiera, las únicas tres mujeres en el vagón se miraban con miedo, pero eran dos ancianas y ella, además de la asiática, que seguía gimiendo cada vez más fuerte.

Why you can't control your stupid wife? el hombre se paró frente al coreano, mientras lo desafiaba con la mirada, por respuesta el hombre sacudió los hombros de su mujer, que se calló por un momento, para luego comenzar a gritar más fuerte.

Poco a poco, todos los hombres se juntaron al lado del coreano, las miradas traslucían esa ira que los demás sentían, ira por el encierro, del que comenzaban a culpar a la mujer, que seguía gimiendo.

Uno tras otro retaban al hombre, con palabras amenazantes, con insultos, con alusiones en doble sentido. Sus puños y sus rostros se acercaban a pocos centímetros, el hombre lucía impávido, pero los nudillos blancos revelaban una furia que seguía creciendo.

Uno de los hombres sacó, entonces, un enorme cuchillo, los demás retrocedieron, pero antes que nadie hiciera algo tomó el cuchillo y lo acercó al cuello de la mujer que lloraba.

Ella intentó cubrir los ojos de Luis y cerró los suyos con fuerza, presintiendo lo que venía, y luego una sacudida y otro estruendo la trajeron a la realidad. Los gritos y las voces, ella sintió que soltaba la lonchera, que cayó al suelo, y se asustó al ver los ojos abiertos de la mujer asiática, partida de un tajo por el metal del transmetro que se enroscaba para adentro. Veía la mueca de incredulidad del chofer del tráiler que había chocado de lado al enorme bus y ella, viva, a pocos centímetros de ser aplastada, tuvo la seguridad que en ese momento buscaría cómo pagarle al coyote.

Jorge Arenas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi primera visita a tu blog y encantada con tu cuento pajero. Onírico, inesperado, delirante, ...
fascinate.

Un saludo de Insomnia Delirata.

Johan Bush Walls dijo...

Gracias por la visita Insomnia, espero que sea asidua. Tu blog es muy bueno.

Esta es tu casa.

Salu pue