Yo le dije que no valía la pena, igual, la gente siempre tira para el norte, y ahí se quedan, bien jodidos pero buscándose la vida que no hay manera de tener aquí.
Pero él insistía, y tal vez tenía razón, se quiere mejorar, o sea pasar de mal comer un par de platos de frijoles a tener los tres tiempos.
La cosa es que pasamos meses practicando, y ni a huevos nos salía, yo hablaba tan despacio y aunque intentara bailar, se me atoraban las patas en las de la Lucrecia.
Ahora que en el campo éramos otros, y es que el Luciano gambeteaba como nadie, parecía brasileño el condenado, probamos suerte unas diez veces en equipos y nadie nos veía, el Luciano era más alto, un metro setenta y cinco, en el pueblo parecía gigante, yo soy pequeñito así que para que les cuento.
Total que nos aventamos, la eliminatoria iba a ser en Guatemala y nos fuimos a meter al proyecto gol a trabajar de jardineros.
Nos tocaba cuidar que la gramilla estuviera lista para los seleccionados, y sabíamos que también llegarían los visitantes.
El primer día hicimos contacto con dos gringos, luego aparecieron los cubanos: querían ron. Ni me pregunten como metimos el ron de contrabando, a la una de la mañana los jugadores parecían niños, echándose los tragos a escondidas. Y el Luciano hasta les dio hierba y todo.
Se hizo amigo de un chavo que tenía su misma edad, su misma estatura y su color, increíble pero era el único que parecía algo indito entre ellos.
Pero para que se las hago larga, ayer vi a Luciano gambetear en televisión, en un juego de la eliminatoria de Concacaf y luego no sería raro que se lo llevara otro equipo, total, los jugadores cubanos desertan todos los días y todos los gringos los quieren.
Diego Iespien
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