I
La técnica utilizada en las pinturas fue calificada de revolucionaria, los críticos y curadores estaban asombrados por los destellos que despedían aquellas obras, algo nunca antes visto, las opiniones vertidas calaron de tal forma en los asistentes a la exposición, por lo que de inmediato se armó la subasta, la noticia se extendió a otros países, llegaron las llamadas telefónicas, las ofertas millonarias, todos querían uno de aquellos cuadros, no habían luces escondidas, ningún tipo de truco. Alguien que estaba dispuesto a pagar una suma millonaria pidió una demostración en vivo, quería tener la seguridad de estar comprando algo auténtico. Ante los ojos de todo mundo, aquel pintor flaco, de rizos largos, quien lucía una playera blanca, de manga corta, doblada, como quien simula tener grandes músculos, tomó el pincel y al contacto de la pintura con el lienzo los trazos adquirieron esa luminosidad que tenía asombrado a todo mundo. Luego vino el colocho, después el de barbilla filuda, todos, uno a uno tomaron el pincel y deslumbraron, literalmente, a la concurrencia.
II
Todo el grupo de pintores se quejaba, aquello era de todos los días, se reunían al final de la tarde, a cenar, pero siempre decían que el café estaba muy claro, que los frijoles estaban fríos, que los huevos tenían demasiado aceite, que el aceite era muy viejo, que tenía sabor a rancio, que las mesas estaban sucias, que no lavaban el baño, que cada vez se tardaban más en atenderlos, que el ruido de las máquinas de video del local vecino no los dejaban conversar tranquilos, que las televisiones de la venta de electrodomésticos tenían muy alto el sonido, que las cucarachas andaban por todos lados; lo peor era cuando las sorprendían saliendo del recipiente del azúcar o cuando venían nadando en el café, sin contar cuando alguna caía del techo y quedaba con las patas para arriba, en medio del plato. Acostumbrados como estaban a la situación, nunca le dieron importancia, aquella cafetería de la sexta avenida era como su segunda casa, en los últimos diez años habían cenado ahí todos los días, sin falta, hasta el fatídico día cuando los dueños murieron y los hijos no supieron darle continuidad y fue cerrada.
III
El empleado de la venta de electrodomésticos, que los vio por primera vez, se asombró por el tono luminoso que despedían aquellos bichos, al principio pensó que eran luciérnagas, pero cuando los enseñó a los demás llegaron a la conclusión que eran cucarachas. El gerente de la tienda los sorprendió y sin mostrar mayor sorpresa les indicó que dejaran de estar perdiendo el tiempo, que por su haraganería la tienda se había llenado de animales y ahora entre todos tenían que limpiar, incluso adentro de los televisores que estaban en exhibición, —No quiero volver a ver una cucaracha por estos rumbos, hay clientes que se han quejado que los aparatos están infestados, no podemos seguir vendiéndolos en esas condiciones—, dijo en tono grave y se fue a su oficina. Ese día trataron de matar a todas las cucarachas, pero fue imposible, en la medida que abrían los televisores el resplandor se hacía más fuerte, por lo que optaron por asustarlas y, en un inicio, sin darse cuenta las enviaban camino a la cafetería de a la par, luego lo hicieron con malicia. La rutina se repitió día tras día, luego no sabían si las cucarachas nacían ahí, o si regresaban cuando necesitaban otra dosis de radioactividad, lo cierto era que ellos las seguían enviando a la cafetería.
IV
Luego de aquella brillante exposición los pintores no montaron otra. Su tiempo de las tardes lo emplearon, durante meses, en buscar otro lugar para la cena de cada día, probaron en varios, pero ninguno llenaba sus expectativas. No era la comida, ni las condiciones, menos el servicio, eso nunca les importó, era que necesitaban sentirse cómodos, imaginar que estaban en casa. Así fueron descartando lugares, hasta que se acomodaron en aquel pequeño café de Cuatro grados norte, ese donde venden sándwiches italianos. No les fue fácil, pero al cabo de los meses se acostumbraron. Entre ellos comentaban que su etapa luminosa había pasado. Nunca supieron como había llegado, nunca supieron como se fue; es la sensibilidad de la época dijo más de alguno. Tampoco le daban mucha importancia al hecho que ahora todos pintaban figuras que semejaban panes baguette.
Pablo Pinto
La técnica utilizada en las pinturas fue calificada de revolucionaria, los críticos y curadores estaban asombrados por los destellos que despedían aquellas obras, algo nunca antes visto, las opiniones vertidas calaron de tal forma en los asistentes a la exposición, por lo que de inmediato se armó la subasta, la noticia se extendió a otros países, llegaron las llamadas telefónicas, las ofertas millonarias, todos querían uno de aquellos cuadros, no habían luces escondidas, ningún tipo de truco. Alguien que estaba dispuesto a pagar una suma millonaria pidió una demostración en vivo, quería tener la seguridad de estar comprando algo auténtico. Ante los ojos de todo mundo, aquel pintor flaco, de rizos largos, quien lucía una playera blanca, de manga corta, doblada, como quien simula tener grandes músculos, tomó el pincel y al contacto de la pintura con el lienzo los trazos adquirieron esa luminosidad que tenía asombrado a todo mundo. Luego vino el colocho, después el de barbilla filuda, todos, uno a uno tomaron el pincel y deslumbraron, literalmente, a la concurrencia.
II
Todo el grupo de pintores se quejaba, aquello era de todos los días, se reunían al final de la tarde, a cenar, pero siempre decían que el café estaba muy claro, que los frijoles estaban fríos, que los huevos tenían demasiado aceite, que el aceite era muy viejo, que tenía sabor a rancio, que las mesas estaban sucias, que no lavaban el baño, que cada vez se tardaban más en atenderlos, que el ruido de las máquinas de video del local vecino no los dejaban conversar tranquilos, que las televisiones de la venta de electrodomésticos tenían muy alto el sonido, que las cucarachas andaban por todos lados; lo peor era cuando las sorprendían saliendo del recipiente del azúcar o cuando venían nadando en el café, sin contar cuando alguna caía del techo y quedaba con las patas para arriba, en medio del plato. Acostumbrados como estaban a la situación, nunca le dieron importancia, aquella cafetería de la sexta avenida era como su segunda casa, en los últimos diez años habían cenado ahí todos los días, sin falta, hasta el fatídico día cuando los dueños murieron y los hijos no supieron darle continuidad y fue cerrada.
III
El empleado de la venta de electrodomésticos, que los vio por primera vez, se asombró por el tono luminoso que despedían aquellos bichos, al principio pensó que eran luciérnagas, pero cuando los enseñó a los demás llegaron a la conclusión que eran cucarachas. El gerente de la tienda los sorprendió y sin mostrar mayor sorpresa les indicó que dejaran de estar perdiendo el tiempo, que por su haraganería la tienda se había llenado de animales y ahora entre todos tenían que limpiar, incluso adentro de los televisores que estaban en exhibición, —No quiero volver a ver una cucaracha por estos rumbos, hay clientes que se han quejado que los aparatos están infestados, no podemos seguir vendiéndolos en esas condiciones—, dijo en tono grave y se fue a su oficina. Ese día trataron de matar a todas las cucarachas, pero fue imposible, en la medida que abrían los televisores el resplandor se hacía más fuerte, por lo que optaron por asustarlas y, en un inicio, sin darse cuenta las enviaban camino a la cafetería de a la par, luego lo hicieron con malicia. La rutina se repitió día tras día, luego no sabían si las cucarachas nacían ahí, o si regresaban cuando necesitaban otra dosis de radioactividad, lo cierto era que ellos las seguían enviando a la cafetería.
IV
Luego de aquella brillante exposición los pintores no montaron otra. Su tiempo de las tardes lo emplearon, durante meses, en buscar otro lugar para la cena de cada día, probaron en varios, pero ninguno llenaba sus expectativas. No era la comida, ni las condiciones, menos el servicio, eso nunca les importó, era que necesitaban sentirse cómodos, imaginar que estaban en casa. Así fueron descartando lugares, hasta que se acomodaron en aquel pequeño café de Cuatro grados norte, ese donde venden sándwiches italianos. No les fue fácil, pero al cabo de los meses se acostumbraron. Entre ellos comentaban que su etapa luminosa había pasado. Nunca supieron como había llegado, nunca supieron como se fue; es la sensibilidad de la época dijo más de alguno. Tampoco le daban mucha importancia al hecho que ahora todos pintaban figuras que semejaban panes baguette.
Pablo Pinto
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