Le faltaba poco tiempo de suplicio. Después de esa penosa y última tortura estaría listo para lo que tanto había esperado. Amarrado con lazo burdo a un tronco suficientemente grande como para golpearse la cabeza, yacía Máximo, en posición vertical y sobre tizones ardientes. Sus pies no sufrían ningún deterioro visual, pero la sensación de los negrirrojos tizones bajo sus blancos pies era insoportable. Sabía que faltaba poco. Pronto sería liberado. Después, La gloria.
Provenientes de un distante lugar de donde Máximo saldaba cuentas, comenzaron a escucharse unas jocosas risas. No podía creerlo. Era insólito. Las risas eran muy parecidas a las que le habían producido la ocasión en que asesinó a su esposa con una granada, intentando eliminar la monstruosa libélula-alacrán que yacía sobre la cama. Si no fuese por la cantidad de heroína que había consumido aquella noche, ahora no estaría allí. Pero, seguramente, algún otro problema se habría conseguido y la pena sería mayor y para siempre.
Aquello distrajo a Máximo de su doloroso sufrimiento. El hombre amarrado sabía la dirección desde donde provenía aquel escalofriante bullicio. Las risas venían del fondo del precipicio que estaba justo a sus espaldas. Lo único que recordaba haber visto en el fondo de aquel tenebroso y ancho agujero, antes de que sus verdugos procedieran a someterlo, eran las continuas columnas de humo grisáceo que se elevaban desde el interior y que se disipaban en la superficie. Algunas líneas de humo llegaban hasta donde Máximo estaba. Eran frías y le producían la sensación de laceraciones abiertas sobre su piel cuando éstas se deslizaban sobre la misma hasta desaparecer. Por ello le parecía extraño que alguien en tal situación tuviera la posibilidad de reírse.
Máximo recordó que el descenso al precipicio no parecía cosa imposible. Sin embargo, pensaba que debido al trato en aquel lugar, habría sido arrojado hasta el fondo quien en ese lugar purgara, pues aquello no era un lugar vacacional sino de purificación. Con su imaginación trazó la trayectoria de las risas en ascenso, pues cada vez eran más perceptibles. Antes de que estas avanzaran un poco más, algo pasó de prisa tras sus espaldas. Iba rápido y parecía que volaba. El ímpetu de aquello hizo que la columna grisácea se extendiera considerablemente hasta donde Máximo estaba, lo cual le causó tal dolor que le arrancó un grito desesperado y unas lágrimas sin llanto. Cuando alzó un poco la vista, recuperado del dolor, para intentar reconocer lo que había pasado velozmente, pudo visualizar en el aire a un hombre alado cuyo vestido parecía estar rasgado en diferentes lugares. Todavía seguía con la vista al hombre alado que se alejaba, cuando el sonido de las risas las pudo sentir casi junto a él.
De pronto, vio frente a él a un joven desnudo. Tenía la piel oscura, el cabello largo y un rostro extrañamente humano. Seguía riéndose. Parecía no poder parar de reír. Cuando vio a Máximo las risas se convirtieron en carcajadas que casi hacen que el joven cayera al suelo desmayado. Máximo estaba confundido. – Seguramente debe ser una pena horrorosa, pensó. Pero recordó no haber visto, ni haber escuchado, que alguien fuera condenado a tal suplicio.
El joven llevaba en una de sus manos un papel blanco y arrugado, que parecía haber querido ser incinerado, pues tenía las líneas cafeoscuro del papel quemado. El joven aseguró el papel entre la gruesa cuerda que pasaba justo sobre la garganta de Máximo. Mientras lo aseguraba seguía riendo estrepitosamente. Máximo sintió las frescas gotas de saliva que saltaron de las carcajadas del joven. No le tomó mucho tiempo asegurar el papel en el cuerpo de Máximo. Después de eso se retiró de prisa. Parecía que sabía a dónde dirigirse. Se perdió en el marrón horizonte.
En el papel se veía escrito algo. Eran letras doradas. Con su boca logró liberar el papel. En ese mismo momento se acercaban sus verdugos. Máximo decidió preservar el papel en su boca. Los verdugos alados liberaron a Máximo de su última pena. A continuación, le explicaron los trámites a seguir, pero Máximo estaba distraído por la curiosidad del contenido del papel que tenía en su boca. Cuando sus verdugos alados habían terminado de dar instrucciones se alejaron.
Inmediatamente sacó el papel de la boca. Cuando lo leyó, vino un momento de silencio. Luego, comenzó a reír a carcajadas. Había leído:
"Lucy, te veo donde siempre. No olvidés tu traje rojo.
Teo"
Nonualco
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5 comentarios:
Bien escrito Nonualco, me ha gustado.
Me gustó el uso del término "negrirrojos"
Saludos y gracias.
De buenas intenciones está plagado el infierno.
Pésimo: decir
doloroso sufrimiento
muy mala escritura.
Clarice.
"Lucy, te veo donde siempre. No olvidés tu traje rojo.
Teo"
me gusto
El peor.
sutilmente sutil
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