Me había acomodado en el sillón para ver una película, aquella donde un joven norteamericano cae en medio del clima del París de mayo del 68 y se involucra en un ménage a tròis con una pareja de hermanos un poco raros. Me encanta la escena cuando la chica entra en la habitación, desnuda, con unos guantes negros larguísimos y la piel tan blanca que parece una Venus de milo atravesando la puerta, los guantes negros confundiendose con la cortina negra, parece que no tuviera brazos.
Andrés comenzó a jugar con mi pelo, intentando convencerme de apagar el DVD y ponerle, "por favorcito", el aburrido juego del Real Madrid que estaba a punto de comenzar. No es que él sea poco solidario, pero es que, Andrés y yo, somos intelectualmente diferentes, aunque a veces se dispara unos análisis de miedo, casi siempre se emboba con la pelota que corre, pero yo intentaba explicarle hasta dónde llegó la rebeldía del 68, trataba que él entendiera como estas cosas llegaron a configurar una generación y todavía influyen en el imaginario mundial. A mitad de mi discurso sobre Simone y Jean Paul, me aturdió con una avalancha de caricias y besos y me perdí la película en medio de uno de esos rapidines memorables, que me recuerdan porqué sigo con este chavo.
Mientras Andrés veía su partido en la tele de plasma, yo me dedicaba al embellecimiento. Cubierta por una batita de baño y en sandalias, intentaba pintarme de rojo carmesí las uñas de los pies. Yo no soy de entrarle a eso de la belleza, pero Andrés tiene ese fetichismo que me hace cuidármelos, fuera de eso ni maquillaje me pongo.
Tocaron la puerta y Andrés, refunfuñando, salió a atender. Vivimos en el nivel doce así que difícilmente se trataba de vendedores.
Escuché risas y reconocí la voz de Gerardo, el papá de Andrés, quien extrañamente aparecía de visita. Me apresuré a vestirme y salí del dormitorio con el pelo amarrado con una toalla.
Gerardo es un tipo jovial, a pesar de tener más de sesenta años. Como es de esperar no se lleva muy bien con Andrés, que es el más joven de sus cinco hijos y el único de su segundo matrimonio.
Nos sentamos en la salita y Gerardo sacó un paquete: salmón, quesos, fruta y dos botellas de vino. Fui por platos y vasos, porque no tenemos copas. Andrés no apagó la tele, levantaba la mirada para concentrarse en no sé quién que llevaba la pelota. Gerardo estaba nostálgico, sirvió el vino y preparó un plato con todo lo que traía, aquello evidenciaba sus gustos de gourmet. No habían transcurrido cinco minutos cuando Andrés se pasó al dormitorio a ver el partido, dejándome con Gerardo en la salita.
Mi suegro, acostumbrado como está al rechazo de sus hijos, comenzó a darme una clase de enología y a describir el maridaje del vino con la comida. Me sentí incómoda, Gerardo me cae bien pero eso de echarme los vinos con el suegro, que además estaba nostálgico, no me hacía gracia. Para no hablar decidí volver a encender el DVD, pero la película catalizó emociones que yo desconocía en Gerardo. "Quitala patoja", me dijo, "es precisamente de París, de donde vengo huyendo hoy".
Apagué el DVD y durante los siguientes cuarenta minutos me enteré de la vida secreta de Gerardo en París, sus amantes, su intento de estudiar ciencias sociales en una época en que aquello era mal visto en Guatemala. "Mija, cómo me gustaría que Andrés entendiera". Cada palabra y frase de Gerardo me intrigaban más. ¿Por qué Andrés siempre había dicho que su padre era un vulgar neoliberal y explotador? Recordaba alguna de sus intervenciones en la universidad, cuando él mismo criticaba la indolencia de los viejos y su comodidad en cuanto a mantener su zona de confort y no contaminarse con ninguna lucha. Gerardo describía la violencia de París en ese mayo, cuando él comenzaba a estudiar en La Sorbona, aprovechando la nacionalidad materna. Reseñaba la imagen de los jóvenes enardecidos, en las plazas, la paliza que le dieron a su amante en una incursión, las piedras que volaban. Me describió, paso a paso, como se arma un cóctel molotov, y el final donde, igual que el protagonista de la película, al calor de los acontecimientos, simplemente huyó, dejó a la novia herida, se vino de regreso a Guatemala, sin terminar sus estudios, a retomar su vida anterior, a terminar una carrera de medicina que le había dado fama, su postgrado en Houston, su matrimonio con la chica de "buena familia" y su vida profesional en Chicago.
"No podíamos regresar, no era el momento, nos dedicamos a apoyar a la guerrilla, a enviar dinero. Los amigos que se quedaron en París y el resto de Europa eran los más solidarios, los que vivíamos en Estados Unidos mandábamos menos dinero. En 1980 me regresé, mi matrimonio ya había terminado y conocí a la mamá de Andrés, que estudiaba allá, ella me convenció de retornar. Andrés nació en el 81. El clima en Guatemala era duro, tiempos de Ríos Montt, Liliana estaba involucrada con la guerrilla, pero yo traía dólares y prestigio. Pronto se habituó a la vida burguesa, la casa bien equipada, que heredé de mi padre, en principio era una fachada magnífica para poder llevar a los compas y ocultarlos, pronto nos desligamos. Nos fuimos a Costa Rica, huyendo para que los amigos no nos hicieran nada, y recién en el 96 regresamos. Patoja, la vida de Andrés no ha sido fácil, creeme, aún cuando ahora estudia en una universidad cara, su odio a las revoluciones tiene mucho sentido".
El partido terminó y Andrés salió del dormitorio con una gran sonrisa, al parecer había ganado el Real Madrid. Gerardo se había tomado, él solo, la primera botella y procedía a abrir la segunda, para convidarnos. Entonces percibí un vestigio de camaradería entre ellos. Se sentaron uno al lado del otro y procedieron a catar el vino y a hacer bromas familiares, de esas que nadie más entiende. En ese momento entendí hasta dónde penetró París y como se habían enconado en ellos las diferencias de ese mundo polarizado. Cuando Gerardo se fue me dije, las manzanas nunca caen demasiado lejos del árbol.
Solange Nin
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2 comentarios:
que buen cuento, relata las 2 posturas o la lucha o la familia,
para mi hubiera sido la familia
Luna: siempre las disyuntivas, cada quien hace lo que le convenga. Gracias por la visita
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