Esto de los equívocos me tiene, cómo decirlo, un tanto emputado. Y es que uno quiere ser simplemente lo que es en el mundo, y no que lo anden por ai confundiendo como si no fuera ya suficiente ser extranjero, pobre, negro, íngrimo y solo, sin una negra que por las noches diga aquí está tu becho, morocho, aquí tu apapacho, venga que le doy calor.
Como ya comenté, vivo en el centro de la ciudad. Y me encanta vivir acá. Y también creo que no podría hacerlo en otra parte de este pueblón encerrado y oscuro que da claustrofobia. Y no por caquero sino porque difícilmente tendría otra opción. Abandonado por la burguesía desde hace décadas, el centro ha sido asaltado por una fauna bastante entretenida: artistas suicidas, rockeros oscuros, que no negros, conste, drogadictos aferrados, maricones alegres y bulliciosos, pervertidos, indigentes labiosos, locos, travestis, poetas jóvenes, actores viejos, pornógrafos… En fin, una faunita para asustar a las buenas conciencias. Así que también los pelados —católicos, protestantes, mormones o wannabes— se fueron a sus colonias de casitas fabricadas en serie, con aire de residenciales y garita, pero con cuartos donde no cabe una cama queen size, o cabe justito pero ya no hay espacio ni para una lámpara, y aquí quedaron muchos apartamentos vacíos y a muy buen precio. Así que era vivir acá, que me gusta mucho, no me quejo, o irse a las afueras, a un barrio popular, a una colonia oscura, devastada.
Pero la vez pasada me encontré con Chepe León, un conocido de los tiempos en que, recién venido, buscando chamba y entrándole a lo que se pusiera enfrente, paré de animador de barra show. Chepito era de los clientes asiduos del local, y cada semana "reestrenaba chava" como él decía. Y ahora, desde el exótico caribe dominicano, la sensual Daaaayaniira, decía yo, y presentaba a la Mayra, una patoja de Coatepeque con dos hijos a los que adoraba y un hijueputa que se los hizo. El caso es que a los clientes no les gustaban las cicatrices de cesárea que le habían dejado los partos, y al poco tiempo la dueña le recomendó un oficio diferente. Así paró viviendo en mi casa, haciéndome cariñitos por las tardes en que nada había por hacer, paseando por la sexta desde el parque hasta la dieciocho, cocinándome de vez en cuando, haciéndome el amor. Hubo un momento en que llegué a quererla, en que hice planes e imaginé años iguales y apacibles. Pero mi suerte es negra, y no es una ironía, porque eso fue justo el día anterior a aquel en que la vi bajando del Nissan Sentra del tal Chepe León.
—Y usté, ¿qué se ha hecho? —me dijo un aliento a tabaco rancio sobre el hombro, justo a la altura de la trece calle y sexta avenida. No lo había visto, baboso como estaba echándole el ojo a una canchota que trabaja en un almacén de electrodomésticos.
—Pues allí, mire, pasándola como siempre —me agarraba desprevenido pero era ya tarde como para mirarlo con rencor, enfrentarlo, echarle en cara la suerte de la Mayra. El dolor, el odio, eran ya sólo un recuerdo.
—¿Y qué hace ahora usté? —me preguntó, como con verdadero interés.
—Soy escritor.
—Ah…. Puta —me dijo, y todavía no podría distinguir si lo hizo con respeto o con ironía. —Bueno, el caso es que ya no voy mucho por allá, usté sabe, se volvió muy peligroso, y uno pues tiene sus necesidades. Y de repente usté pues, bueno, me podría echar una manita consiguiéndome unos mis reestrenitos, ji ji. Claro que yo se lo reconocería adecuadamente, ji ji.
No le dije nada, en realidad me dieron ganas de pegarle un trancazo en pleno hocico, pero me contuve. Miedo, pues. Había mucha gente.
—Bueno, ¿y dónde está viviendo? —me preguntó al ver la cara de mula que de seguro le estaba mostrando.
—Aquí en el centro.
—Ahhh —me dijo—. ¿No se habrá vuelto hueco, verdá usté?
Y Chepe León no ha sido el único que me ha creído hueco por vivir acá. También la señora donde lavo la ropa, el chavo de la tienda, unos discípulos que tengo en el taller… La vez pasada la doña de la limpieza me dijo que había un inquilino nuevo en el 44 y, guiñando el ojo, me recomendó que lo invitara a un su cafecito. No tengo nada en contra de los gays o de ser gay, algunos de mis amigos lo son, pero quisiera dejar constancia acá de que no soy homosexual, que nunca lo he sido y que no tengo planes de serlo. Además, quiero aclarar otros equívocos que pesan sobre mí últimamente.
Debido al éxito del blog de los cuentos pajeros, ya me estoy dando paja, recuerden que soy escritor pajero, andan averiguando quién soy, dónde vivo, qué hago, con quién ando, lo cual me ha favorecido porque ahora llega más mara al taller. Como hay gente que se ha sentido aludida, la vez pasada quisieron agredir a un jamaiquino que vende CDs de reggae. Ese que anda con un sombrerote, caminando por toda la sexta. El agresor, dicen, se llamaba Pedro Pérez, y se sintió ofendido porque uno de los posts fue firmado por el bloque antipiedralista. De negro malnacido, andá a chingar a tu madre no bajó. Aunque su agresión me pareció, eso sí, más ingeniosa desde el punto de vista lingüístico que la de un crítico literario, quien de alguna manera, no se por qué, se ha sentido identificado con uno de los muchachos que escriben en el blog. El mencionado crítico salió en defensa de la sacrosanta academia, cosa plausible por supuesto, sobre todo para alguien que hace crítica literaria siendo licenciado en educación, algo que admiro mucho, pero acabó por llamarme José Joaquín. Lo que más me extraña es que también lo han hecho algunos que han colgado comentarios en el blog. Así que juro por el abakuá que mi madre me puso por nombre Johan Bush Walls y que nunca he usado otro nombre que éste. Vaya usted a saber usted por qué el tipo se sintió aludido, yo no me meto con nadie, porque soy paranoico. Les cuento que últimamente hasta me he sentido perseguido.
No se refería a mí el joven poeta, cuando afirmó, en su blog, que a los otros que escriben blogs, aunque son ingeniosos, les falta cayo. Digo esto porque algunos de mis discípulos han acudido a mí bastante interesados en cotizar un su cayito allá en las costas de mi natal Belice. Seguramente, el poeta se refería a que les falta callo, con doble l, es decir, algo así como sustancia, oficio, mordacidad. Claro que con tan excelso trabajo, a cualquiera se le perdona que no sepa escribir, que use frases hechas, que recurra al inglés y al portugués o que tenga sus faltitas de ortografía.
No soy el tío de Wingston González. Aunque no me ofendería serlo.
No soy miembro de Al-Qaeda, ni estoy haciendo terrorismo en contra del establishment cultural guatemalteco. Nunca he planeado asesinar a Tasso Hadjidoudou.
Sí tengo mis papeles en orden: residencia, permiso de trabajo, cédula de vecindad, licencia de conducir tipo C, y no, entiéndase bien, no formo parte del Pen Club Guatemala.
Sólo soy un escritor pajero, recuerden eso, pajero.
Johan Bush Walls
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6 comentarios:
No sos escritor pajero, sos escritor re-pajero!.
Cierto, es callo, no cayo. Cayó bien su aclaración, me parece que hizo usté bien porque a pesar de todo, no se lo calló.
La literatura comparada no pudo distinguir que se trataba de dos tipos diferentes, que ni siquiera conocían de la existencia del otro, ni mucho menos de su blog.
Un poco de humildad y buena onda vendría bien por ahí. Aceptar las críticas y sátiras sin sulfuramientos, también es de sabios. Quizás hasta se nos quite el miedo de comprar sus libros. Nadie va a quitarle el lugar si ni siquiera aspira estar en él.
Saludos pues don Johan, siga dando paja, que algo queda ya vió.
Filistea: Eso jamás lo negaré. Y si ahora me decís re-pajero, quieres decir que voy ascendiendo en la escala.
José Joaquín: Bien lo has dicho, aceptar la opinión de los demás es cosa de sabios; es decir, si se es sabio, entonces se sabría aceptar la crítica, pero si no se es sabio, entonces no se sabrá aceptarla. ¿Entonces chato?
Salud pue.
Sí, tal vez la palabra no es aceptar, sino soportar, porque una crítica se puede rechazar, pero no hay necesidad de gastar hígado en el asunto.
A propósito: "Así que juró por el abakuá" debe ser una errata.
José Joaquín: tenés razón, corregido en el acto.
yep, pues se vale, no estaría mal que fuera mi tío, bush; jeje. buen felling.
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