lunes, 3 de marzo de 2008

De milagro

Hice el primer milagro cuando era bebé, aunque por aquel entonces no estaba consciente de haberlo hecho. Aunque no lo crean, recuerdo que esa vez mi mamá me dio a tomar agua hervida en la pacha, pero como no me gustó y mi paladar sólo tenía registrado el sabor agrio, salado, de la leche materna, pensé: yo quiero leche, no había terminado de pensar en eso cuando el agua cambio de color y de sabor. Como nadie me cuidaba, en ese momento, tal evento pasó desapercibido.

Antes de llegar a ser adulto mis necesidades eran pocas, por eso no era frecuente que hiciera algo fuera de lo común; sin embargo, cuando mis amigos o compañeros de estudio lloraban por cualquier cosa: una herida leve, un raspón, porque les robaban la refacción, porque habían olvidado la tarea, cosas así; entonces solo me bastaba pensar un momento en el problema y de inmediato todo quedaba resuelto.

Como es sabido, al tiempo que van pasando los años, van apareciendo las dificultades, de ahí que puse en práctica, con más frecuencia, mi habilidad para hacer cosas sobrenaturales. Luego de cubrir mis necesidades, noté que podía compartir mi don con otras personas, hacer el bien, sin mirar a quien. Pensé: todo será muy fácil, pero seré prudente, nunca intentaré revivir un muerto, cualquier cosa, menos eso, sanaré enfermos, eso sí. Me dirigí a la emergencia de los hospitales públicos, a clínicas privadas, visité casas, asilos, centros de salud, sigilosamente iba curando a todo los que llegaban, sin que nadie lo notara. Todo iba bien hasta que el índice de enfermedades disminuyó, al grado de que muchos médicos se quedaron sin empleo. Lo medité un poco y dije, mejor alimento a los hambrientos, fui de pueblo en pueblo, multiplicando almuerzos ejecutivos, menús de hamburguesas, menús de pollo frito, comida china, el pan de cada día, en fin, hice que la comida sobre abundara. Sobrevino, entonces, un gran desempleo, porque las cadenas de comida rápida cerraron, al tiempo que la gente que subsistía de sus pequeños negocios se quedó sin dinero para sus otras necesidades; es decir, había comida, pero no había dinero, que complejo, murmuré. Sin desistir, intenté otras posibilidades, pero todo lo que hacía traía un efecto negativo: si convertía el agua en cualquier otra bebida, las fábricas cerraban; si reparaba vehículos en mal estado, los mecánicos se quedaban sin trabajo; si generaba dinero, en lugar de bienes, los bancos iban a la quiebra; en mi desesperación, hasta llegué a resucitar a los muertos, pero entonces quebraron las funerarias, los cementerios se quedaron vacíos, la población aumentó de tal forma que la comida no alcanzaba; fue en ese momento cuando desistí.

Me retiré a un pueblo pequeño, en el cual pude pasar desapercibido. Así fue hasta el fatídico día en que el hijo del brujo se enfermó; después de ver que todo lo que hacía era inútil y que el niño se moría, no tuve más remedio que intervenir. Todo fue tan rápido, en un abrir y cerrar de ojos, el brujo había convocado a medio pueblo, acusándome de ser el diablo, las piedras no se hicieron esperar, me hirieron con tal intensidad que caí desmayado, no siguieron porque me dieron por muerto, poco faltó para que me crucificaran, a cambio me tiraron a un barranco. Cuando desperté me curé a mí mismo y decidí esconderme para siempre.

Jonás Ungido

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