lunes, 24 de marzo de 2008

El cero Maya - I -

Como todos los días, la abuela de Pocomché se levantó muy temprano a moler el cacao, pues había que hacerlo sencillo para pagarle el tributo al rey, quien era el único en el reino que podía comerse el dinero, la abuela colocó una semilla de cacao a la izquierda de su piedra de moler. Pocomché se despertó y tomó su jícara, llena de maíz quebrado o Guaronxej, que tenía fermentando desde hace unas semanas; dio un sorbo y contuvo la respiración hasta que, de pronto, dejó escapar un sonoro eructo que la abuela reprendió de inmediato; Pocomché se carcajeó y salió corriendo, sacando polvo, a lo que la abuela respondió lanzándole la semilla de cacao en la espalda, misma que al rebotar cayó justo a la derecha de un vaso, en donde estaban unas inscripciones de números que identificaban a Pocomché como discípulo del sacerdote maestro, el sabio que veía las estrellas. Pocomché se quedó quieto, viendo la semilla al lado del vaso, la abuela pensó que había quedado así por el golpe, intentó preguntar, pero no tuvo tiempo, porque Pocomché salió corriendo.

Sólo después de preparar la cena que el sacerdote maestro había ordenado supo lo que había sucedido. Esa noche se hizo público el descubrimiento, las palabras del sabio fueron: "por casualidad y con imaginación (muchos años después Einstein utilizaría la frase "la imaginación es más valiosa que el conocimiento"), la semilla de cacao cayó del lado derecho de los números inscritos en el vaso, fue así como Pocomché descubrió que el cero podía tener un uso a la derecha y cambiar el número por múltiplos a conveniencia".

Poco tiempo después Pocomché volvió a salirse con la suya cuando convenció a todos que debían construir un enorme barco al que luego llamaron Arca, porque vendrían días de lluvia interminable y la ciudad de Tikal desaparecería del mapa, producto de las inundaciones. Fueron muchos quienes lo siguieron, tanto así que la ciudad fue abandonada y ellos se trasladaron a unos cientos de kilómetros adentro del mar, exactamente a una isla llamada Atlántida, la misma que muchos decenios después corrió igual suerte.

Michael Ixbalanque

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