jueves, 23 de julio de 2009

De la serie el cuento de la muerte -2-

Había un pueblito en donde la gente se moría de la risa. Algo difícil de creer, pero totalmente cierto. Era un pueblo triste, nadie quería morirse, menos hacerlo en plena carcajada, porque se quedaban con la boca abierta y luego era imposible hacer que la cerraran; cuando tal cosa sucedía era necesario romperles la quijada y así ponerla en su lugar.

Las funerarias eran creativas pues cuando la persona moría encogida de la risa, deteniéndose la panza, y no lograban enderezarlo a tiempo, los ponían en una caja cuadrada.

Durante un tiempo la gente se cagaba de la risa y después caía muerta, ese fue el primer diagnóstico; sin embargo, estudios posteriores demostraron que la gente se cagaba después de haberse muerto de la risa.

Cierta vez llegó al pueblo un tipo circunspecto, serio, Ruperto se llamaba, quien afirmaba que sólo una vez en la vida había soltado una carcajada, fue en el circo, pero luego de ver a aquel payaso su vida fue lúgubre, por eso le resultó fascinante la idea de vivir en aquel lugar; su lógica era, y lo gritaba a viva voz: si nada me provoca risa seré inmortal, si muero por fin seré feliz.

Lanzó un reto, después de afirmar que aquel pueblo no le haría ni cosquillas, dijo que se casaría con la mujer que lo hiciera reir, que estaba dispuesto a cederle toda su fortuna y a morir en el lugar.

La hija del alcalde aceptó el reto y de inmediato se hicieron los arreglos para la boda. El cura bendijo el matrimonio, la novia lloró de la emoción, tanto que las lágrimas hicieron que se le corriera todo el maquillaje; cuando el flamante esposo levantó el velo, de golpe le vino el recuerdo de aquella vez en el circo.

El padre de la novia lanzó un suspiro, mientras leía la inscripción que había mandado a poner en el regalo de bodas, la lápida decía: Aquí yace Don Ruperto, muerto de la risa, quinto esposo de Rosita, la hija del alcalde, quien nunca aprendió a manejar sus emociones, ni a maquillarse.

Rigo Mortis

6 comentarios:

Esteban Dublín dijo...

Mejor muerto de risa que muerto de envidia.

Un abrazo, mi querido Johan Bush Walls.

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Este estilo de historias me gustan mucho, tienen un desborde de imaginación maravilloso.

Silvia dijo...

De suerte que no nací en ese pueblo, porque estuviera muerta.
...Aunque, igual que Ruperto, hubiera muerto felíz!

el Kontra dijo...

Pinche pueblo, yo nacía muerto ahí. Salud Johan!

Anónimo dijo...

Maese, en ese pueblo, y con esta su gran paja, usté sería un asesino en serie.

(+)

Johan Bush Walls dijo...

Esteban: La envidia es una cosa muy fea, no se la recomiendo.

Abrazo maestro.

Alejandro: Cuendo la imaginación se desborda hay que estar pendientes, porque se puede escapar.

Silvia: La sección que más me gusta de la revista selecciones es aquella que se llama: La risa, remedio infalible. Así es.

Kontra: Ya vio pue, todo con medida, nada con exceso, pero es chilero eso de reirse a carcajadas.

Anónimo (+): Suena interesante eso de ser un asesino en serie, matando de la risa.

Salú pue.