jueves, 22 de julio de 2010

Los niños de Caracas —8—

La clínica estaba ubicada a unos cincuenta metros del agujero. Había algo curioso, las paredes de todas las casas de la cuadra tenían pintas que decían: Mara Salva Ranas; la piel se me erizo y Watson, mi Watson, se puso a temblar. Me detuve, me puse frente a ella, la miré a los ojos y le di un fuerte abrazo; sin pronunciar palabra alguna traté de decirle que yo la protegería de cualquier cosa.

Por fin encontramos la casa, al frente tenía un portón negro, metálico; hicimos sonar una aldaba de esas que tienen forma de mano, era pequeña, pero el golpeteo retumbó producto del eco; escuchamos unos pasos y unos instantes después la cara de una viejecita se asomó por una ventanilla, se nos quedó viendo de pies a cabeza, cuando estuvo segura, ¿de no sé qué?, nos dejó entrar.

Atravesamos un muy bien cuidado jardín, en el que se podían ver restos de la arena volcánica caída en los días previos, en el centro había una fuente, me sorprendí cuando me di cuenta que se trataba de una enorme rana de piedra, automáticamente hice la relación con la mara Salva Ranas.

La clínica era pequeña, con sala de espera igual que todas; es decir, sillones raídos, revistas viejas que reposaban sobre una mesita de vidrio, poca decoración, posters de anuncios de medicina; el ambiente era silencioso, no había nadie más en la salita. La anciana nos invitó a sentarnos, luego se fue hacia adentro; mientras caminaba dijo: Pónganse cómodos, el doctor los atenderá en unos minutos.

Pasaron diez minutos, empezamos a sentirnos inquietos, pues nadie apareció, me levanté para ver si podía husmear por ahí, justo estaba asomando la cabeza dentro de un cuarto, cuando apareció de nuevo la anciana, traía una bandeja con café y pastelitos, que nos ofreció con mucha cortesía. Puso todo en la mesita de vidrio y se sentó frente a nosotros. Quise conversar con ella, lo primero que se me ocurrió fue preguntarle su edad, a lo que respondió: Tengo catorce años. Watson, mi Watson, volteó a verme, ambos quedamos sorprendidos, porque al menos se le podían calcular unos setenta años a la señora.

Terminado el café y los pastelitos, la anciana levantó la bandeja y volvió a dejarnos solos. Un minuto después el médico se asomó por el pasillo. Era un tipo común y corriente, como de unos cincuenta años, con mucho pelo y sin una cana, nada que pudiera delatarlo como alguien especial; venía acompañado de un niño de al menos diez años, de inmediato me hizo recordar al niño que semanas antes había visto al lado de Chávez, fue sorprendente, pero logré quedarme callado.

El médico le dijo unas palabras al niño, quien salió corriendo en dirección al jardín. El médico entró a la salita, se sentó en diagonal a nosotros y con voz chillona dijo: ¿En qué les puedo servir?

Continuará

Danilo Brownie

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Maese, mi fe atraviesa por una turbulenta etapa. Por favor, ilumíneme el camino con algún salmo pajero.

Johan Bush Walls dijo...

Maestro Maese: Ya lo dijo el Sai Baba y el Sri Lanka, y algunos lo atribuyen a Niestzche, todo aquello que nos parece turbulento, antes fue transparente, y lo mismo pero en sentido contrario.

Déjeme terminar la novela y de inmediato estaré publicando unos salmos pajeros.

Salú pue.

Elo dijo...

Por favor, me avisas cuantas entregas son en total... No soporto leerla por partes y quedarme con la duda jajaja
Un abrazo!

Anónimo dijo...

Maese, ese Sai Baba (alias shaca-shaca) es buena pieza, va? Casi casi como el cashito Luna.

Órale pues.

Verónica Calvo dijo...

No se por qué me da que esos pastelitos y ese café...
Bueno, habrá que esperar.

No tardes, por favor!!!

Johan Bush Walls dijo...

Quimera: Ya no faltan muchas entregas, pero si unas cuantas, jeje.

Venga a leer por acá, para mí será un gusto atenderla.

Maestro Maese: Creo que tienen una alianza estratégica, cuando uno de sus fieles ya no es tan fiel se lo mandan al otro.

Ananda: Ya verá, ya verá. Arribita hay otro capítulo de la saga. Gracias por pasar a leer.

Salú pue.