viernes, 13 de febrero de 2009

Lunático

La luna se metió por la ventana, por el espacio que la cortina dejó descubierto, olvidé revisarla antes de ir a la cama. Sentí cuando se levantó y, con prisa, bajó las escaleras; el cansancio impidió que fuera tras él, no pude, aunque eso significaba que pasaría la noche escribiendo, como lo hace cuando el sueño me vence.

El brillo lunar de las noches de otoño, cuando el campo y la ciudad se vuelven fantasmas, lo afecta. Hace meses que el médico me entregó un frasco de láudano, para dárselo en las noches de luna, supongo que el trajín de la casa me impidió aplicarlo en su té, ahora me arrepiento.

Por la mañana lo encontré aún con la mirada desencajada, bebía algo, caminaba de un lado a otro, midiendo sus pasos; se acercó y me dijo: escucha como suena, se refería a su corazón, el sonido lo tenía obsesionado, creía que todos podíamos percibirlo.

En la noche me pidió algo difícil de cumplir: quería que lo encerrara en la bodega de vinos; pretendía escapar de la luna, deseaba descansar, por eso accedí. No olvidé poner las gotas de láudano al té, le llevé un colchón con mantas, lo dejé recostado y cerré la puerta; sentí miedo al poner el cerrojo y la aldaba, dudé un momento, pero me fui a dormir.

Pasada la media noche la luna me despertó, se había colado de nuevo, me alteré al escuchar el palpitar de un corazón, aunque el propio quería salir de mi pecho, los latidos eran de otro; la casa palpitaba a ritmo distinto, sentí temor, él yacía en el sótano, me apresuré a bajar a verlo; el silencio y la quietud lo invadían todo, dejando que el corazón resonara.

Cuando llegué a la puerta de la bodega los latidos ya eran débiles, su respiración sonaba asfixiada. Abrí la puerta, estaba tirado fuera del colchón, las últimas gotas de un garrafón de vino se escapaban del frasco y caían al suelo, haciendo un sonido arrítmico. Él dormía en medio de un charco amarillo, así lo dejé. Cerré de nuevo la puerta, subí las gradas sonriendo, en un par de semanas habrían nuevas historias, esas que los fantasmas del sótano le cuentan a Edgar.

Vicky de Poc

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno!
Antes de leer el nombre de Edgar ya me recordaba "El corazón delator" y, aunque lo esperaba, has mantenido la intriga hasta el final.
Creo que también lo relacionas con el Barril del amontillado, pero ahora no recuerdo de qué iba. Hace más de quince años que leí a Poe y ahora que se cumplen 200 años de su nacimiento es un buen momento para volver a leer sus relatos.

Esteban Dublín dijo...

Pensé que ibas a cerrar por otro lado. Y aunque ese final tal vez me hubiera gustado más, creo que siempre es bueno un giro sorprendente.

Nancy dijo...

Qué buenísimo. Comparto los pensamientos de Parsimonia y a lo mejor imaginaba un final diferente como le ocurrió a Esteban. Pero al final, como suele sucederme con tus cuentos, me sorprendiste de nuevo. Eso sí, nada como el de la viejita asesina, jajajaj
;o)

Anónimo dijo...

Apenas si tengo tiempo para pasar a la carrera y dejar un comentario que es pura paja: el vino... ¿qué marca era?

Fernando Ramos dijo...

Cada tanto tiempo es bueno revisitar a Poe, tanto que aprenderle al viejo, que es un decir, porque murió muy jóven.

Saludos

el Kontra dijo...

Master Johan, leyendo este su cuento pajero de doña Vicy de Poc, se me antojo un vino, pero mejor en un lugar abierto no vaya a ser me encierren a mi también. Salud.

Johan Bush Walls dijo...

Parsimonia: Es una forma pajera de tratar de entender el genio del Edgarito.

Esteban: Igual me gusta que te haya sugerido cualquier otra cosa.

Nancy: Cada vez que mencionas a la viejita asesina voy a releer el cuento, veo que tienes razón.

Gemelo: El vino era un amontillado maestro, pero quizá sea paja.

Fernando: Claro maestro, son los textos que nunca hay que dejar de leer.

Kontra: Mejor maestro, no se encierre mucho, hay que salir, el vino sabe mejor así.

Salú, a todos, pue.