El treinta y uno de octubre salí tarde del trabajo, había quedado con unos cuates para ir a echarnos las cervezas, además era viernes, podríamos viajar a Pana o al puerto. Como a las cinco me llamaron, no podemos vos, como cosa del diablo ambos habían peleado con sus esposas y no podían salir.
Algo emputado me fui para mi casa, pensando que de plano alguna vez los había dejado plantados cuando Marcela se ponía a llorar y exigía quedarme con ella, en vez de ir por cervezas.
Cuando me subí al carro encontré, en la guantera, la invitación de Mario. El lugar quedaba a tres cuadras, dejé el carro en el parqueo y no me amedrenté por el rótulo: venir disfrazado, cargaba una gabardina y un sombrero de fieltro con plumita, recuerdos del viejo mundo, así que me compré una pipa con unos artesanos de banqueta y me fui a la fiesta.
No digo que haya sido un éxito, pues lo del detective de gabardina es un viejo clisé y no cuaja con la muchachada actual, casi toda la mara era menor de veinticinco, excepto Mario que tiene veintiocho, y yo con mis treinta y dos, me sentí medio fuera de lugar.
Me arrinconé por ahí a echarles un ojo a las patojas, cierto que una fiesta gay es increíble, el problema es saber quién es y quién no.
Había entablado conversación con una morenaza, de un metro ochenta y caderas de guitarra, cuando apareció una rubia anoréxica, casi desnuda, cubierta por una especie de camisón de gasa, transparente, se le colgó del cuello y la besó apasionadamente.
Nel, me dije, tampoco soy tan moderno, así que me fui para el parqueo, con un par de cervezas nada más, y terminé la noche en el apartamento. No niego que extrañé las horrorosas decoraciones de Marcela, alusivas al día, pero a ella no.
Como no me había emborrachado, al otro día llegué justo a la hora del almuerzo a la casa de mi madre. Laura, mi hermana, había invitado a alguien que estaba interesado en comprar el apartamento y que, según ella, todavía me daría alguna ganancia.
Un almuerzo informal con mi madre, sollozando y jurando, como todos los años, que este es su último fiambre, mi padre jugando poker y estafando a los pobres cuñados, y los sobrinitos haciéndome preguntas y comentarios idiotas: mi mamá dice que Marcela era mala, ¿es cierto tío?, ¿entonces, si la veo ya no tengo que decirle tía?, y la peor, de mi sobrina adolescente, que bueno que te la quitaste de encima, es una looser.
Me pasé la tarde hablando con el cuate de mi hermana, resultó ser buena onda, y cerramos el trato, según él, a mediados de noviembre podría cobrar mi comisión, darle su parte a Marcela y todavía quedarme con mi parte del trato.
Tuve que reconocer que mi madre hace todavía los mejores garbanzos dulces del mundo, y me gané unos pesos en el pokarito de mi padre, el nuevo mes pintaba de lo mejor.
Jorge Arenas
Continuará, la tercera y última parte será publicada el jueves 27-11-08
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
¿Y qué pasó con Mario?
¿De qué llegó disfrazado?
Es increíble, yo no conozco las discos hetero, sólo las gay, y es muy raro ver mujeres, y menos verlas besándose de esa manera. Me parece que los hombres son más exhibicionistas...
En fin...
Hoy no sé qué pajas escribirte...
salutis tutis frutis
lo más pajero del cuento es alejarse al ver a dos mujeres tan bellas besándose. aunque, a decir verdad, a algunos -como ese jorge arenas- no les gusta.
triste lo de las nenas... era tu oportunidad dentro de esa selva liberal... lo del disfraz, bien, te sacó de apuros la pipa.
lo de tu madre, no me pasa, sólo que mi mamá que ya pasó su cumpleaños 45 aprox. decidió que ya desde ahora no cumple más... no se que le bajó con eso porque yo no creo que este vieja.
pero bueno... son esas cosas pajeras que nos pasa a todos a ratos no?
suerte!
Pao.
Un buen día: teniendo dinero fresco a la vista y una imagen lésbica como material imaginativo.
Salud.
Nancy: Ahora te cuento que pasó.
Juan Carlos: Ese Jorge Arenas es un tipo raro, de seguro.
Hija: Los cuarentas suelen ser unos años difíciles, los cincuentas también, y el resto de lavida.
Miquelet: Pues viéndolo así la cosa pintaba bien, pero ese Jorge debe tener todavía en la mente a Marcela.
Salú pue.
Publicar un comentario