jueves, 25 de septiembre de 2008

Sarah

Conocí a Sarah hace años, en ese entonces su apellido era Plain, a ella le parecía bastante simple; se dejó venir a Guatemala con un grupo de jovencitas de su iglesia. Esa tarde estaba sentada en el atrio de la iglesia en San Andrés Sajcabajá, su aspecto era similar al de las menonitas que vivían en la misión; ella no era menonita, pero eso no impedía que se viera igual, a excepción de la cofia, que cambiaba por un peinado recogido y excesivamente laqueado. Parecía el casco de un soldado alemán.

A sus diez y seis años estaba convencida del demonio del comunismo e intentaba persuadir a los pobres indígenas de Guatemala acerca de las ventajas del capitalismo. Con sus faldas de algodón y las medias remendadas, que vestía, no se miraba muy convencida y su discurso parecía artificial, pero daba igual.

Platicamos un par de horas, mi torpe inglés y su pobre español no facilitaron las cosas. La chica era intransigente, si yo decía: mi esposa va a trabajar, no quiero hijos, por ejemplo; ella decía: puedes tener ambos; y si yo decía: las mises son unas tontas; de inmediato alzaba la voz, diciendo: yo voy a ser linda y famosa.

La verdad es que resultó ser cargante. Era mandona, pero intentaba actuar como una mujer común; fingía debilidad, para que alguien más le llevara sus cosas, pero en la menor oportunidad agarraba la escopeta y disparaba para cazar un venado, sin mostrar la menor emoción ante la sangre. Los chavos estaban fascinados con ella, a mí me parecía una pesada.

A la hora de la prédica era la que más gritaba, hasta parecía Jimmy Swaggart, lloraba, se movía de un lado al otro del escenario; el pobre traductor hacía lo que podía para seguirla, pero las palabras más fuertes no las traducía; cosas como: los indios deben trabajar y no ser haraganes, o las mujeres que usan anticonceptivos se van al infierno, el traductor no era religioso y aquello le parecía demasiado.

Dos días después se fue, con el grupo, a otra ciudad. Mi tío los había alojado en una de las pocas casas bonitas del pueblo, así que, para agradecer, decidieron invitarlo a ir con ellos a Escuintla, su siguiente parada; como él no podía dejar los negocios, entonces me convenció para que los acompañara.

Los días en Likín, a donde yo nunca había ido, fueron hermosos. Alguien les prestó un chalet, ahí las ocho jovencitas y los cuatro gringos adultos, quienes venían de gélidos inviernos, se sentían a sus anchas entre la arena negra. La primera reacción de Sarah, ante la arena, fue de asco: uff, esto parece un chiquero, dijo, aunque poco después ella también estaba disfrutando del calor.

El segundo día me animé a proponerle que paseáramos solos, caminamos por ahí y logré robarle un beso; entonces pude notar que el disfraz de menonita sólo ocultaba una furia y un deseo que yo no conocía, y me asustó.

Los adultos dijeron que antes de ir a la capital pasaríamos por Palín, pues había feria. Sarah, como cualquier chica de su edad, se subió a todas las ruedas, fingiendo miedo; poco tiempo pasó para que descubriera el tiro al blanco, y de inmediato se convirtió en el terror de todos los puestos, pues su puntería era formidable y ganó un montón de premios; aún con los rifles de mira torcida, truco que entendió rápidamente. Yo la seguía como un perrito, hasta que se encontró con otro gringo. Se pusieron a conversar en inglés, yo no entendía mucho, pero cuando ella le dijo su apellido, Plain, el se puso a reír: Oh, yes, just as you are. Ella se enojó y le dio una cachetada, él la tomó por un brazo y la besó a la fuerza. Me dejaron esperando en la esquina, mientras se escondían entre los rincones.

Cuando los adultos no la encontraron me regañaron, pues decían que era mi responsabilidad vigilarla; alcancé a entender algo: not again, this girl is a big trouble; luego me enteré que la madre la había enviado a Guatemala para deshacerse de un problemita; de eso habían pasado un par de meses, y ahora volvía a las andadas. Sus padres pensaban que su recién adquirida fe podía ponerla a salvo de todo aquello.

Apareció al siguiente día, muy confiada me dijo que no me preocupara, que sabía cuidarse, bueno, le dije, pero Palín no es el mejor lugar para perderse, agregué.

Hace unos días, cuando vinieron a mi casa los del servicio secreto, para hacerme firmar un acuerdo de confidencialidad, pude darme cuenta que Sarah sigue siendo la misma, ni los años, ni la política la han cambiado, lo único que cambió fue su apellido; me dio risa que escogiera Palin, el lugar donde perdió su virginidad, como por quinta vez.

Jorge Arenas

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Palito en Palín con la Palin.

Ch.

miquelet dijo...

Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Salud.

Enric Tomàs dijo...

Gran historia, sí señor!

Anónimo dijo...

muy bueno, que buen sitio

el Kontra dijo...

Si llega a la Guayaba ojalá y se recuerde del palito.

Johan Bush Walls dijo...

Ch: Eso fue lo que sucedió y sigue sucediendo, ahora Palin ofrece echarle un palito a Irán.

Miquelet: Y vieras que la señora está muy mona.

Enric: Quién sabe en que terminará esta historia.

Anónimo: Buen gusto el tuyo, muy bueno.

El Kontra: De seguro maestro, si llega a la guayaba, querrá echarle un palito a todo el mundo.

Salú pue maestros.

Esteban Dublín dijo...

De Plain a Palin sólo hay un pene de distancia, mi querido Johan, así que no ha debido de extrañarte el cambio de apellido.

Diego Fonseca dijo...

W, Tus recorridas por la historia detrás de la historia me gustan porque realizás uno de mis deseos: mentir hasta sobre lo que no puedo/quiero (Nota: puedo/quiero es un par único --distinto a perder/buscar/perder).

Diego Fonseca dijo...

Te dejo un enlace:
http://www.diegofonseca.com/2008/09/vote-hockey-mom-for-miss-teen-usa.html

Johan Bush Walls dijo...

Esteban: Y muchas veces las distancias son más cortas. En estos tiempos ya nada nos extreña.

Diego: Tus palabras son contundentes, lo mio es oficio de escritor pajero y tu texto está muy bueno.

Salú pue.

PROSÓDICA dijo...

:) Me gustó mucho.