Su ego era tan grande, tan grande, que cada vez que miraba para abajo, a la gente real, al populacho, se mareaba, al grado de sentir ganas incontenibles de vomitar; entonces levantaba la mirada, rápidamente, tan rápido que el vomito se le derramaba en la cara, le escurría por el cuello, hasta quedar acumulado en la camisa. Por eso evitaba hacerlo y se buscaba amistades que estuvieran "a su nivel", para no ver hacia abajo.
No podía negar que se trataba de un ego muy bien alimentado, ese que nace en casa con el primer: "Ricardito es el niño más lindo del mundo"; que luego crece con cada: "esa maestra tonta no te entiende"; se nutre de las lágrimas de las noviecitas ingenuas que aceptan un poema que dice: "pues bien yo necesito decirte que te quiero" ( y se lo comen a besos por tan extraordinaria inspiración); y crece cuando los amigos en la universidad le dicen: "de ninguna manera, tus poemas no se parecen en nada a los de Otto René, son visiblemente mejores".
Así que el bichito se convirtió en un ser desahuciado, bueno para nada y presumido; hasta el día del milagro: "Oh señor, que maravillosa suerte tienen los que no se bañan". La frase le venía como anillo al dedo, pues llevaba exactamente un mes de no bañarse, olía a miados y vomitadas de bolo, pero recién había recuperado la cordura, luego de que la noviecita pronunciara aquella exquisita frase: "estoy embarazada". Esa noche en casa de su abuela, la única que aún le daba posada, intentaba rezar, con las escasas palabras que recordaba, metido en el maloliente garage, en donde le permitían dormir, adentro de un carro descompuesto.
Sus plegarías fueron escuchadas, como una revelación, encontró un manuscrito alucinado; firmado por un tío, ya muerto, quien había militado en la guerrilla; a la par del cuaderno encontró un par de puritos, un retrato del Ché y otra parafernalia de la época; cosas que a nadie le importaban (en la familia opinaban que el tío había sido oreja), pero él lo tomó como su legado, así que decidió no contarle a nadie lo que habìa encontrado escondido en el forro del asiento del viejo volkswagen, pintado al estilo hippie.
Tonto no era, las siguientes dos semanas las pasó transcribiendo, laboriosamente, la novela. La noviecita le prestó para las copias y para las fotos, lo demás salió de un gavetazo que le dio a la abuela. Envió el texto al concurso, pero no se sentó a esperar; se las ingenió para conocer al viejito que daba su nombre al certamen, le hizo la barba, le llevó vino, le leyó en voz alta (el viejo ya no podía leer), lo llevó al baño, le cantó canciones de cuna; lo demás es historia: el jurado aseguró que la novela era maravillosa, que la madurez de la voz narrativa se palpaba, incluso consideraban inaudito aquel suceso, pues nada tenía que ver la fuerza del texto, así se podía leer en el acta, con el patojito malcriado que había ido a recoger el premio. Nadie alegó (nadie podía), los muertos a descansar en paz y él a vivir del premio y la fama.
Así fue como definió el camino a seguir: escribir un texto y adular al viejo de turno; entonces vinieron más premios, espacios en los periódicos locales, mismos que cerró alegando que ningún diario nacional estaba a su altura; de esa forma se ganó un lugar en el panteón literario y la posibilidad de hablar mal de otros (su deporte preferido) en sus críticas literarias. A nadie le extrañó tampoco que jamás volviera a escribir con aquella calidad, no era raro, alli estaba Camilo José Cela y la imposibilidad de recrear su obra maestra ( y también estaban otros que sí podían), además tenía de su lado a la crítica, embelesada con su "encanto" y a los viejitos de turno que lo apadrinaban.
Se olvidó de la abuela, de la novia, el hijo jamás tuvo un padre amoroso, su enorme ego le impedía dar amor, ni tan siquiera cosas materiales.
Los años pasaron, llegó a la tercera edad, su camino como crítico había sido mejor que el de escritor (hablar mal de los demás es fácil y da tanto crédito).
Leyó la noticia en el periódico, no podía ser de otra manera, pensó; "de tal palo tal astilla" dijo en voz alta, su error de juventud, su hijo, había ganado el más importante premio nacional de poesía. Sin esperar la publicación del poemario, sin haberlo leído (muchas veces había vertido así sus críticas), hizo la mejor reseña de su vida, hizo énfasis en la fuerza de los versos, la originalidad de las imágenes, aquel texto fue un desborde de elogios. Cuando el libro de su vástago le llegó a las manos, lo abrió con ansiedad, esperaba una dedicatoria, pero sólo encontró un sentido agradecimiento al ministro de cultura (el viejito de turno), leyó con emoción los versos, aquello fue alucinante, "la post-modernidad", viejos jingles publicitarios hilados magistralmente como poemas.
Gabriel Borja
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6 comentarios:
Uyyy!!
Tremendo esto.
tremendo nunca me han dicho, si mucho "cosa más grande amigo", pero no sé a que se refieren, tal vez es algo genético.
Jaja, viste pues siempre hay una primera vez, al menos yo fuí la primera aquí, como te quedó el ojo?.
p.s.
Es que vos, este cuento pajero, está más real que cualquier otro, quién te mira vaa!
Buena pajero mayor, te vi en la hora el periodico te publicaron esta paja y la verdad esta buena. Saludos
Cristian: Gracias por la visita y por la lectura. Saludos.
Buen resumen de la vida de Mario Roberto Morales!
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