A la distancia, oyó el pitido del afilador de cuchillos y recordó cuando su abuela se apresuraba a sacar, de entre ollas agujereadas, sartenes despeltrados y cucharas dobladas, una gran cacerola llena de cuchillos, sin cacha, romos y sin filo.
Salía a la puerta con el cargamento de chatarra, que sonaban a campanillas de iglesia, y se encontraba con un afable viejito, quien sonreía mostrando sus últimos cuatro dientes. Se acomodaba y daba vueltas, por medio de un pedal destartalado, a una piedra afiladora.
Al ritmo de la rueca contaba la historia de cómo unos gitanos lo abandonaron y fue criado en el bosque por una familia de mapaches; el cuento era rematado por una frase inintelegible, desde niño imaginaba que provenía de un dialecto magiar. La abuela sacaba unas monedas de la bolsa de su delantal, las ponía en las manos del viejo; él agradecía haciendo una reverencia, al tiempo que levantaba las manos y la mirada hacia el cielo.
Volvió a escuchar el pitido y, emulando aquel recuerdo de su infancia, corrió a sacar, de su empaque original, cuatro cuchillos que había utilizado pocas veces; los compró en rebaja, en uno de esos hipermercados.
Se había afanado en cortar una bolsa hermética, desmenuzar un pavo importado, deshuesar un pato, filetear un pescado, rodajar un lomo de cerdo, pero todos los intentos fallaron, por lo que decidió regresarlos a su estuche, resignado a lucirlos como adornos en el trinchante, o convertirlos en escultura conceptual.
En medio de la evocación, y con los cuchillos en la mano, dudó, pues pensó que la piedra afiladora, del descendiente de gitanos, sucumbiría ante el acero inoxidable.
Abrió la puerta, se encontró con tres tipos; uno le ofreció arreglarle los zapatos; otro las goteras del techo; el tercero, que tenía el pito en la boca, le arrebató los cuchillos, sacó un afilador de batería, marca Craftsman, y de inmediato se puso a trabajarlos
Se quedó absorto ante la pericia del afilador, hasta ese momento cayó en la cuenta que ya no era necesaria aquella piedra de sus recuerdos.
La conversación entre los artesanos lo sacó de su trance. Hablaban de un tal Chiqui, a quien habían conocido en la cárcel, contaban de lo hábil que era con las navajas de acero inoxidable, decían que para comprobar el filo se las pasaba en medio de la lengua, dejando salir un hilo de sangre, que luego se daba gusto tragándolo. Cuando estaba seguro que tenían suficiente filo rebanaba la punta de la nariz a alguno de los compañeros de cuadra, sus víctimas eran conocidos como los chatos; pero su máximo placer lo obtenía cuando las navajas se quedabn sin filo, y con ellas arrancaba orejas a diestra y a siniestra. No tenía dudas, el Chiqui era un tipo interesante, como el viejo criado por mapaches; la historia lo tenía capturado.
Después de cinco minutos el afilador le devolvió los cuchillos y le dijo: Son ochenta quetzales. Se quedó como quien recibe un directo a la mandíbula, recordó que lo pagado por los cuchillos no llegaba a cuarenta quetzales.
Buscó entre las bolsas del pantalón, se sacó unos cuantos billetes, se los dio al afilador, quien luego de contarlos le dijo: esto no alcanza.
Aturdido, y con miedo, metió una pierna entre la puerta y el marco, y se deslizó hacia adentro, al tiempo que decía: No tengo más, llévese los cuchillos, quizá el Chiqui se los compre.
Victor Inox
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6 comentarios:
Genial como de costumbre, maestro.
Bacano este cuento. Muy bacano.
Ya ve pues que como crítico no me ganaría el pan... Pero "me gusta" o "no me gusta" son crítica suficiente a falta de argumentos. ENtonces, me gusta.
Saludos.
Bastante bueno.
Un abrazo!
X: Gracias por pasar maestro, buena onda.
Juanito: Me gusta y no me gusta son las críticas más contundentes que hay, lo demás es paja.
Bacano que haya pasado a leer.
Quimera: Un abrazo maestra.
Salú pue.
¡Qué divertido! Yo tengo un mi viejito afilador de cuchillos pero siempre quedo en el precio con el ANTES de que comience a afilarme los cuchillos. Así, todos tranquilos.
Miss Trudy: Creo que es lo mejor maestra, hacer el trato antes de que le den a uno el servicio, así no hay sorpresas.
Salú pue.
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