Era víspera de Navidad y le quedaban en la cartera cincuenta quetzales, con eso a duras penas podría comer, ni pensar en comprar ropa y juguetes para los niños.
Imaginó la casa sin decoraciones, la esposa desencajada, la mesa con un par de tamales enviados por la madre de ella, repartidos en cuatro platos; hasta pudo escuchar la frase que siempre repetía: para que te casaste con ese bruto.
Caminaba por un callejón angosto, todos los comercios estaban cerrados, menos uno. Sintió curiosidad, entró deslizándose por debajo de una persiana de metal a medio cerrar, aquello era una venta de paca, no como la Mega Paca, aquí todas las cosas estaban en el suelo, aunque al fondo tenían un par de anaqueles en donde exhibían algunos juguetes.
Se puso a registrar. Encontró un traje negro, completo; una camisa de seda y una corbata. Sabía que aquella ropa, aunque usada, era fina; de las marcas que él solía vestir antes de la crisis; antes que su cartera de clientes quedara a cero. Pensar que dos años atrás todo era diferente, incluso compraba fuegos pirotécnicos, el paquete de lujo; y la fiesta de fin de año siempre en hotel de cinco estrellas, a la orilla de la playa. Ya el año anterior la cosa había sido diferente, pocos regalos, sin pavo, sin viaje. Este año no quedaba nada, los intereses de las tarjetas se lo habían comido, literalmente.
Siguió registrando, sin ganas de regresar a su casa; por algún lado apareció un robot transformer, el mismo que su hijo deseaba tanto, no tenía empaque, pero estaba en perfecto estado. Levantó una bata vieja, frente a su cara apareció una pijama violeta, de mujer, nueva, todavía con etiquetas, de la talla de su esposa. Que suerte, ahora solo necesito un oso de peluche, dijo en voz baja. Volteó la cabeza, al fondo pudo ver un oso de peluche blanco y esponjoso.
Se sintió como niño en mañana de navidad, imaginó que los cincuenta quetzales no le alcanzarían, pero se armó de valor, preguntó y casi llora cuando el vendedor le dijo: mire, ya quiero cerrar , le dejo todo eso que encontró por treinta quetzales, pero váyase ya.
Pidió unos minutos más. Entró al vestidor, se puso el pantalón, se abrochó la camisa, se colocó la corbata, aquella ropa estaba hecha a su medida; se vio como en sus mejores tiempos; se peinó, guardó los jeans gastados en una bolsa. Cuando salió, el dependiente lo miró y se quedó perplejo, de inmediato lo acosó el espíritu navideño: allá en la esquina hay unos zapatos negros, son talla 42, se los regalo, no se puede poner ese traje con tenis, le dijo, al tiempo que agarraba un abrigo de hombre, largo, negro, con cuello de gamuza, y agregó: no le queda a nadie por aquí, usted es alto y allá afuera hace frío, lléveselo. Parecía un aristócrata inglés saliendo del teatro.
Caminó con confianza, estaba feliz, en una bolsa llevaba la ropa vieja y en otra los regalos.
Encontró abierta una tienda de barrio, una mujer muy amable le empacó todo con cariño. Siguió caminando, unas diez cuadras lo separaban de su casa.
Como había frío, acomodó los paquetes en una mano y la otra la metió en la bolsa del abrigo; se encontró con un papel arrugado, lo sacó, al verlo sus ojos no daban crédito, era un billete de cien dólares.
Emocionado le hizo alto a un taxi, aunque faltaba poco quiso apresurarse. Imaginó la cara de sus hijos y su esposa, sería una navidad perfecta; además, con los cien dólares saldrían a comer y a divertirse, como en los buenos tiempos.
Un par de cuadras adelante el taxista paró el carro, sacó una pistola:
—Dame las tarjetas y el celular.
—No tengo.
La respuesta enfureció al atacante. Un hilo de sangre corrió por su rostro, luego de sentir el golpe de la cacha de la pistola. Sin darse cuenta, tres hombres más habían aparecido; lo sacaron del auto, lo registraron, le quitaron la cartera y el billete de cien dólares; al no encontrar más lo golpearon. Fueron unos cinco minutos de absorber los golpes de seis piernas que lo impactaban en forma alterna; no le dispararon, pero quedó inconsciente, tirado en la cuneta.
Despertó cuando llegó la madrugada, una mujer que pasaba se le quedó viendo, y lo reprendió: bueno está, por borracho te pegaron, pero es navidad, tené estos dos quetzales para tu camioneta, le dijo y siguió caminando. Los regalos habían quedado en el taxi; agradeció estar vivo y maldijo a la paca. Tenía el abrigo lleno de lodo, la camisa manchada de sangre y le faltaba un zapato; la peatones lo confundían con un mendigo y se alejaban, nadie más le habló.
Llegó a su casa, la esposa salió a recibirlo, lo miró de pies a cabeza, de inmediato se puso a llorar, y a gritarle: ni siquiera pensaste en nosotros, te compraste ropa lujosa y zapatos nuevos, hasta un abrigo, y jurás que no tenés dinero, seguro te emborrachaste con tus amigos en saber qué fiesta, ni me contés nada, los niños ya se fueron con mi mamá, solo te esperé porque todavía confiaba en vos, me voy, pero cuando regrese no quiero que estés aquí, ya no te soporto.
Entró a la casa, se quitó el abrigo y el traje, por costumbre revisó los bolsillos, ella siempre le reñía por dejar cosas adentro. Casi metido en el forro del saco encontró un anillo de compromiso, tenía un diamante enorme, incrustado en oro en oro blanco.
Acarició al gato, mientras pensaba que, de seguro, algún hombre se había salvado de un matrimonio. Examinó el anillo con habilidad de conocedor, agradeció estar vivo y bendijo a la paca. Sería suficiente para empezar de nuevo, en algún lugar lejano; solo, por supuesto.
Ebenicer Escrush
PD. Maestros y maestras que visitan esta casa de paja, con este cuentín les deseo feliz navidá y que el año 2010 sea de éxitos. Por ahora tomaré un descanso, nos leemos en enero.
Salú pue.
5 comentarios:
¡Bonito cuento!
Lo de "la pijama" hacía muchos años que no lo escuchaba (desde que salí de Venezuela).
Gracias por los deseos y reciba los míos por unas Felices Fiestas.
Me gusta que no sea el clasico cuento de navidad con final feliz. Este no tiene un final, sino un comienzo. Me gusta mucho mucho. A parte, esta medio ácido.
FELICES FIESTAS!
Tanta alegría navideña cargada de estupendos deseos huecos me aterra, así que Johan, BRAVO.
Ahí nos diste!!!
Una historia muy cruda llena de realidades.
Disfruta en buena compañía y nos vemos en enero, por supuesto.
Un abrazo.
¿Medio ácido? ¡está súper ácido! Pero igual, si hubiese terminado bien habría sido casi decepcionante. ¡Felicidades a todos!
Bwana: Felices fiestas, éxitos para el año 2010.
Tereza: Gracias por tu lectura, espero tenerte siempre de visita por acá.
Ananda: Abrazos para tí. Que bueno que te gustó el cuento.
Book: Está ácido maestro, pero así es la vida.
Salú pue
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