jueves, 16 de diciembre de 2010

The Twelve Days of Christmas

La carretera que lleva a su casa está llena de tierra y de baches. Suele quejarse de las autoridades, que no hacen nada para arreglarla y por culpa de ellos la suciedad llena su vehículo; pero luego piensa que si hubiera asfalto no habría plantas y animales, todo sería gris.
Del campo de girasoles, atrás de su casa, salen volando dos aves que se posan sobre una verja, se hacen arrumacos y vuelan juntas.

Son dos tortolitas, dos palomas silvestres de cola festoneada; las mira y de pronto se sorprende a sí misma cantando: Two turtle doves, And a partridge in a pear tree..., y sonríe, mientras recuerda a un tenor obeso, quien intentando meter aire a los pulmones, cantaba, el día 10, de un mes cualquiera, hace unos años, en un acto de navidad de la escuela.

Es la canción de navidad que más le gusta, porque no es religiosa, porque habla de cosas bonitas, que no hay en todo el mundo; porque le recuerda su casa, sus amigos; y porque no la han traducido a este idioma ajeno. Ya le arrebataron su: Deck the Halls, lo cambiaron por: Alegría por doquier, que no dice nada, que no significa lo mismo.

Hoy es 13 de diciembre, faltan doce días para navidad. Un chorro de lágrimas amenaza con salir de sus ojos. Recuerdos de navidades felices, de cantos navideños en un idioma que ya no es el suyo; de nieve que cae, dulce como flores, sobre sus manos enguantadas.

El sol la quema, abusivo; siente la tierra que se cuela por el vidrio, la falta de civilización se vuelve importante y solloza. Se queda estática, no se baja del carro, a pesar de sentirse asfixiada por el calor del trópico; afuera hará unos veinticinco grados, demasiado caliente, no parece navidad.

Las tórtolitas regresan, saca la cámara y toma una foto, y otra, y otra. Imagina las doce fotos en su perfil de Facebook, todos sus amigos comentarán y se reirán de su navidad tropical. Tiene las tórtolas, pero no encontrará la perdiz sobre un árbol de peras; tampoco hay jóvenes rubias ordeñando leche, ni jóvenes lords dando brinquitos, ni siquiera los cinco anillos de oro, o las aves graznando, o las gallinitas francesas del libro ilustrado que su madre le leía cuando faltaban doce días para navidad.

Entra a la casa, encuentra sobre la mesa las campanas de barro y los ángeles de tusa que él ha comprado. El olor del pino y la manzanilla es distinto al de pie de manzana, al de la cidra. No está en casa, pero esta tendrá que ser su casa.

Mery Crismas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Maese, ¿Abandona el género?

Por cierto, no sé por qué pero su relato me provoca cierto deyavú ¿lo había publicado antes?

ho,ho,ho, merry chrismas and a happy new year to you, Maese.

Johan Bush Walls dijo...

Maestro Maese: Uno nunca deja de ser pajero, aunque a veces lo parezca.

Pues debe ser el bendito estilacho, el que hace que el cuento le parezca conocido.

Felices fiestas para usté también.

Salú pue.