martes, 11 de agosto de 2009

De la serie el cuento de la muerte -5-

Estaba la muerte un día dibidí, sentada en su escritorio dobodó...

El canto de los niños le cayó encima, claro y a todo volumen, le resultaba imposible abstraerse, ellos palmeaban y reían al ritmo de la vieja tonada. Alicia, su asistente, le había solicitado permiso para tenerlos en la oficina durante unos días, mientras resolvía algunos problemas familiares. Tomó la hoja y se dispuso a revisar la carta que hacía un instante Alicia había puesto en su escritorio, junto a la humeante taza de café. Respiró profundo, se tapó los oídos, cerró los ojos, pero el ruido seguía ahí; sintió ganas de pedirle que se los llevara, pero se contuvo; sin embargo, aunque la oficina era amplia, los niños se metían debajo de la escalera que estaba pegada a su despacho, justo atrás de su cabeza.

...buscando papel y lápiz dibidí, para escribirle al lobo dobodó...

La redacción estaba impecable, como siempre, Alicia era eficiente, no podía negarlo. Dio un sorbo largo al café, tomó la pluma de nácar, herencia de la abuela, mojó la plumilla de oro en la tinta china, detestaba los bolígrafos y las plumas fuente, firmó y selló, luego colocó la carta en un sobre con membrete, derritió el lacre, una carta a la antigua, como debe ser. Posó el sello de bronce, también heredado, y dejó marcadas las iniciales BM, rodeadas de una corona de laurel. Alicia tomó la carta y se alejó. "Decile a tus hijos que vayan a jugar a otra parte y traeme dos aspirinas", le dijo, sin gesto de enojo.

...el lobo le contestó: que si, que no...

El dolor de cabeza no había cedido en todo el día. Acomodó la frente sobre el filo del escritorio, con las manos también hizo lo mismo, cerró los ojos, suspiró, estiró la mano derecha y abrió una gaveta, buscando sus píldoras para el corazón sintió el frío del metal.

...la muerte se enojó...

Imaginó la cara que pondrían sus hijos cuando se enteraran que no había herencia, la empresa estaba casi muerta, las deudas eran impagables, la liquidación de los activos únicamente serviría para cubrir un porcentaje. Alicia lo sabía, pues era la única empleada que quedaba, su última tarea consistía en preparar los papeles de la liquidación; por eso no le extrañó que aquel hombre irrumpiera, eso se había vuelto costumbre; intentó detenerlo, sin hacer mayor esfuerzo, no tuvo éxito. El sonido de la puerta fue lo último que escuchó, una nube negra cayó sobre sus ojos, la convulsión hizo que sus manos apretaran la orilla del escritorio.

...y un tiro le metió.

La risa de los niños acompañó el sonido del disparo, que se incrustó en la pared después de haber agujereado el respaldo de la silla. Un segundo antes don Bonifacio había dejado de existir.

Rondo Lirondo

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Tétrico y magnífico, maestro.
Me gustó mucho.
Besos.

Anónimo dijo...

upps! no se anda con tonterias, eh...que miedo!! pero muy bueno
no puedo evitar imaginar un escritorio dobodo!!..=0)


saludotes!

Andresen dijo...

me gusta la canción, solo la canción. BUeno y tambnien la idea de los niños cantando y riendo mientras se comete un crimen

elultimodepaz dijo...

Hoy encontré tu libro en la editorial Palacios, lo empecé a leer y, no lo pude comprar porque no llevaba suficiente efectivo.
Me pareció y voy a regresar.
Felicitaciones.

Johan Bush Walls dijo...

Parsimonia: Que bien que le haya gustado.

Sonia: Ponga de su parte, verá como se lo imangina, dabadá.

Andresen: Cantemos todos juntos, dobodó.

El último de Paz: Espero que regrese maestro, ahí me cuenta. Gracias por las felicitaciones.

Salú pue.

Anónimo dijo...

Ese viejo con los lentes a medio poner, salió más pajero que vos Johan.

Johan Bush Walls dijo...

Anónimo: Es que estoy creando escuela.

Salú pue.