Le decíamos el coyol porque cuando era patojo su mamá lo rapó completamente y le dejó la cabeza lisa.
Éramos adolescentes y no habíamos salido nunca de Poptún cuando apareció el John. Venía con el cuerpo de paz o algo por el estilo, tenía unos treinta años, era un chavo sin más oficio que fumarse la hierba que cultivaba en los huertos familiares de las doñitas del pueblo, los que, por cierto, él enseñaba como se hacían.
Doña Lucía le cogió aversión cuando lo descubrió viendo fijamente al coyol, quien tendría unos dieciséis años, pero estaba pasando a convertirse en un hombrón; bueno, en realidad no muy grande. Resulta que un día unos patojos se pusieron a chingar al coyol; él era calmado, pero si llegaban a sacarle la madre, entonces respondía con toda su furia, eso sucedió; eran cuatro ellos, y como no dejaban de fastidiarlo, finalmente se cansó y a puño limpio los fue dejando tirados, a uno por uno. Fue por eso que el John se entusiasmo.
La cosa es que el gringo dio en traer cosas para doña Lucía: que un delantal nuevo, que dulces, que chocolates, que collarcitos y, poco a poco, se fue ganando la confianza de la doñita, ella en reciprocidad le decía Juanito y le daba almuerzo todos los días.
Un día John llegó con una caja de pizza y Pollo Campero, durante el almuerzo trató de convencer a la doña de prestarle al coyol por unos meses; él le pagaría por la molestia, con ese dinero ella podría invertir más en la tienda, comprarse una máquina de coser, y ayudarse para la comida de sus otros hijos; pasado ese tiempo, si el patojo aprendía bien lo que John le iba a enseñar, se lo llevaría a los Estados Unidos, y le aseguró que el muchacho le enviaría unos mil dólares mensuales.
La doñita se hizo de rogar, lloro un poco, incluso fue a pedirle consejo al cura; ambos llegaron a la conclusión que no podía ser cosa buena lo que ese gringo quería, que todo era muy sospechoso. La decisión final la tomó cuando la vecina le dijo: no tenés hijas y si ese gringo quiere con tu patojo, pues, ¿qué de malo le puede hacer? Además el dinero nunca está de más. Ese argumento la convenció y dejó que se lo llevaran.
El John se fue a la capital y se llevó al coyol; como cinco días después regresaron con equipo para hacer ejercicios, ropa nueva y otras cosas. El cura hizo que el doctor examinara al patojo, para saber si no le había pasado algo raro, pero el diagnóstico fue que estaba enterito.
Durante los siguientes seis meses el coyol no hizo otra cosa que comer bien, hacer ejercicio, mucho ejercicio, por la mañana y por la tarde, pegarle a una bolsa que colgaba del techo. El John le enseñaba a hablar en inglés, a caminar bien, a peinarse, a vestirse, y otras cosas que yo también aprovechaba. Aprendimos inglés y nuestros cuerpos se hicieron fuertes.
John insistía en que el coyol no saliera mucho al sol, que no hiciera trabajos físicos, menos si implicaban que podía lastimarse las manos, para eso le pagaba a la mamá, decía cada tanto tiempo. Todos veían raro al coyol, pero doña Lucía se quedaba calladita, porque recibía buen pisto. Al final, era buen negocio para ella.
Pasados los seis meses el John dijo que el patojo estaba listo y que había llegado la hora de llevárselo a los Estados Unidos. La madre lloraba a mares, pero cuando le recordaban que estaría recibiendo sus dolaritos cada mes, entonces se consolaba.
Cuando el coyol se fue para los estados, yo me fui para la capital, con el cuerpecito que tenía conseguí trabajo en un gimnasio, pronto uno de los clientes, un viejón él, me prometió un apartamento nuevo y como yo pensaba que lo mismo estaba haciendo el coyol, pues no me pareció mala idea. De vez en cuando regresaba a Poptún, doña Lucía recibía puntuales sus dólares, muchos más de los mil que le habían ofrecido y la tienda estaba de lujo; de esa forma pasaron los años.
Hace unos días, ojeando una revista de esas que le gustan al don con el que vivo ahora, observé las fotos de un tipo pelón, a quién habían nominado al Globo de oro, así se podía leer. Puta no puede ser, ese es el coyol, dije, ese es, claro que si, volví a decir en voz alta. Ya más atento me puse a leer, había un historial de sus trabajos en el cine, contaban como se había convertido en actor después de haberse lesionado la rodilla, por eso no pudo seguir su carrera como boxeador, que desde sus inicios en Top Gun no había aceptado un papel tan arriesgado como el que hizo en Tropic Thunder, en donde se burlaba de él mismo, por eso la prensa extranjera había nominado a Tom Cruise.
—Que de a huevo, ya Tom Cruise, ya Top Gun, coyol más cabrón, si Tomás Cruz de Poptún es que se llama el cerote.
Oliverio Estont
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
Va pues, a ver si alguno quiere este regalo de navidad.
Al visitante No. 33333 le haré un cuento pajero, siempre y cuando me cuenten una pequeña anécdota.
Salú pue.
Chanfle!
Y cómo sabe uno el número de visitante que es?...
Vos no me esperaba este final te lo juro. Casi me ahogo con un pedazo de hielo de la impresión. O sea que al final es nuestro paisano el Tom...Le voy a preguntar a una tía que vive en Santa Elena Petén a ver si lo vió algún día por allá..
Te la echaste buena vos Oliverio.
¡Llegué tarde! me tocó el 33388, snif... pero te invito a leer mis anécdotas en mi blog
;o)
saluditos
ups, olvidé decirte que lo que más me sorprendió no fue ese final, el del coyol (que a lo lejos pude medio percibir, pero igual me sorprendió), sino el final del que habla en primera persona. En serio, Johan, deberías de publicar un libro. Eres un excelente narrador de historias pajeras. Mi favorita será siempre la de la abuelita asesina.
apapachos
Qué genial relato... saludos.
Como nadie quiso el cuento, le hice uno de regalo a la Prosódica.
Filis: Para la próxima, hasta abajo hay un contador.
Pensé que todo guatemalteco sabía la historia de Tomás Cruz, pero veo que no.
Nancy: Un día de estos te escribo un cuentito, además tus anécdotas son excelentes, siempre las leo, ¿cómo perdérmelas? Con lo del libro, uno de estos días me animo, lo que pasa es que no me gusta andar chaqueteando editores. En fin.
Aguafiestas: Gracias por el comentario maestro, bienvenido a esta tu casa de paja.
Salú pue.
Publicar un comentario