viernes, 28 de agosto de 2009

De la serie negocios fabulosos -6-

—Está bonito ese su camión cisterna.

—¿Verdad que sí?, lo acabo de añadir a la flotilla.

—¿Y cuántos tiene pues?

—Ya ajusté ocho.

—O sea que el negocio camina.

—Fíjese que sí, va sobre ruedas, a pesar de los tiempos tan difíciles.

—Si hombre, tan cara que está la gasolina

—Eso es lo paradójico, porque vio que el agua ya casi se vende al mismo precio de la gasolina.

—Pero a nosotros, que andamos en el negocio de vender agua, eso nos conviene.

—¿Cómo así? No tenía usted una agencia de viajes pues.

—Siempre, ¿se acuerda que organizo tours hacia Egipto? Pues ahora también estoy vendiendo agua.

—Púchica, pero como que le está yendo bastante bien.

—Apenas estoy empezando, estos tres meses han sido para encarrilarme.

—No chingue, ni modo que sólo tres meses y ya hasta compró ese Mercedes, yo llevo toda mi vida en esto y, aunque no me quejo, el negocio no da para tanto.

—Todo es cuestión de estrategia.

—Pues páseme el chivo.

—Mire pues, me asocié con una empresa de teléfonos, con otra que emite tarjetas de crédito, el resto fue sencillo, hasta fue fácil adaptar la campaña de publicidad.

—¿Qué dice pues?

Boleto de avión a Egipto, con tour incluido: US$2,500.00. Llamada telefónica: US$10.00. Un vaso de agua en el desierto, no tiene precio. Hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás existe Maestro Card.

—¿Y le funcionó entonces?

—Ya vio que siempre hay gente que se pierde en los tours.

Water Mercado

lunes, 24 de agosto de 2009

Diálogos incongruentes IX

—Vos, ¿será que aquel tu cuate? Ese que es editor hombre, el que vos decís que te publicó un libro, ¿será que lee mis textos?

—Dejame decirle, aquel es buena onda, a mí me publicó y no me cobró nada.

—Púchica muchá, ¿cómo así? No se supone que es el editor quien tiene que pagarle al escritor para poder publicar su libro pues.

—Nel, aquí no es así la cosa, aquí o tenés cuates que sean cuates de los editores o si vos sos cuate del editor, entonces te publican.

—Simón, vaya que yo me logré meter a ese círculo, pero ustedes no se ponen las pilas.

—Y ¿cómo te metiste mano?

—Lo que pasa es que cuando salí de la U hice mis prácticas en la editorial de aquel, pero después de terminar me dio la oportunidad de seguir corrigiendo textos, buena onda aquel, no me pagó pero gané bastante experiencia; eso sí, ya me publicó mi librito.

—Que rayado mano.

—Puta, yo no entiendo nada, ¿vos decís que le trabajaste gratis y que por eso buena onda?

—Gratis no vos, porque, al final, me publicó mi libro.

—Mirá mano, yo tengo un cuate que sale a chupar con un chavo que tiene una editorial, hasta compadres se hicieron, y a ese cuate, poeta él, ya le publicaron tres libros.

—Mirá pues, que buena onda ese editor, hasta su compadre lo hizo.

—Uña y mugre son, y así ni le cobró la edición.

—No muchá, ustedes son algo mulitas, pero si siguen así, de seguro, más de algo les publican.

—Vos sos el mula, regalando tus textos en internet y encima nadie te lee.

—Al menos no estoy como esas viejitas de pueblo, primero tuvieron que echarse a la bolsa al editor, luego pagaron de su bolsa el libro, la presentación la hicieron con su pisto; se han vendido como tres ediciones y a ellas no les han dado ni un centavo; lo bueno, como ustedes dicen, es que no les cobraron la segunda y tercera edición, esas corrieron a cargo del editor, quien encontró un buen negocio, el libro lo utilizan como texto en un instituto público, que tiene más de 3,000 estudiantes. Y a vos, decime, ¿cuánto te pagaron por tu libro?

—Buena onda aquel, el 20% me dio, imprimió 100 libros y me dio 20, me rayé, porque a otros sólo les dan el 10%.

—No te digo pues, te rayaste vos.

—Si muchá, son meros mulitas ustedes, a’i pagan las chelas pues, porque yo ya me voy.

Tedito tulibrito perochiniunlen

martes, 18 de agosto de 2009

De la serie negocios fabulosos -5-

—Ay mi amor, no lo sé, ¿será buena idea?

—Te digo que sí, ya lo calculé bien, además no es mucha la inversión.

—Pero es que, mmm, ¿qué tanto podemos ganar con eso?

—Bueno, ya se sabe, el que no arriesga no gana, pero aquí el riesgo es mínimo.

—Tengo mis dudas, hay mucha diferencia, ¿de ginecólogo a panadero?

—Ah, pero no pienso dejar la ginecología, la panadería será un complemento.

—¿Cómo así?

—Y no es que vaya a vender pan, el negocio es asegurar el futuro del recién nacido.

—No entiendo.

—Ay mi amorcito con vos, es sencillo, ¿has escuchado decir que los niños vienen con el pan bajo el brazo? Pues yo garantizaré que así sea, y luego lo cobro en el precio del parto.

Dr. Panito

martes, 11 de agosto de 2009

De la serie el cuento de la muerte -5-

Estaba la muerte un día dibidí, sentada en su escritorio dobodó...

El canto de los niños le cayó encima, claro y a todo volumen, le resultaba imposible abstraerse, ellos palmeaban y reían al ritmo de la vieja tonada. Alicia, su asistente, le había solicitado permiso para tenerlos en la oficina durante unos días, mientras resolvía algunos problemas familiares. Tomó la hoja y se dispuso a revisar la carta que hacía un instante Alicia había puesto en su escritorio, junto a la humeante taza de café. Respiró profundo, se tapó los oídos, cerró los ojos, pero el ruido seguía ahí; sintió ganas de pedirle que se los llevara, pero se contuvo; sin embargo, aunque la oficina era amplia, los niños se metían debajo de la escalera que estaba pegada a su despacho, justo atrás de su cabeza.

...buscando papel y lápiz dibidí, para escribirle al lobo dobodó...

La redacción estaba impecable, como siempre, Alicia era eficiente, no podía negarlo. Dio un sorbo largo al café, tomó la pluma de nácar, herencia de la abuela, mojó la plumilla de oro en la tinta china, detestaba los bolígrafos y las plumas fuente, firmó y selló, luego colocó la carta en un sobre con membrete, derritió el lacre, una carta a la antigua, como debe ser. Posó el sello de bronce, también heredado, y dejó marcadas las iniciales BM, rodeadas de una corona de laurel. Alicia tomó la carta y se alejó. "Decile a tus hijos que vayan a jugar a otra parte y traeme dos aspirinas", le dijo, sin gesto de enojo.

...el lobo le contestó: que si, que no...

El dolor de cabeza no había cedido en todo el día. Acomodó la frente sobre el filo del escritorio, con las manos también hizo lo mismo, cerró los ojos, suspiró, estiró la mano derecha y abrió una gaveta, buscando sus píldoras para el corazón sintió el frío del metal.

...la muerte se enojó...

Imaginó la cara que pondrían sus hijos cuando se enteraran que no había herencia, la empresa estaba casi muerta, las deudas eran impagables, la liquidación de los activos únicamente serviría para cubrir un porcentaje. Alicia lo sabía, pues era la única empleada que quedaba, su última tarea consistía en preparar los papeles de la liquidación; por eso no le extrañó que aquel hombre irrumpiera, eso se había vuelto costumbre; intentó detenerlo, sin hacer mayor esfuerzo, no tuvo éxito. El sonido de la puerta fue lo último que escuchó, una nube negra cayó sobre sus ojos, la convulsión hizo que sus manos apretaran la orilla del escritorio.

...y un tiro le metió.

La risa de los niños acompañó el sonido del disparo, que se incrustó en la pared después de haber agujereado el respaldo de la silla. Un segundo antes don Bonifacio había dejado de existir.

Rondo Lirondo

lunes, 10 de agosto de 2009

Habemus libro

Estimado público que lee y que visita este blog, está página electrónica, este su rincón de la cultura; en esta oportunidad se me ha encomendado venir a ofrecerles lo que es esta pequeña publicación, este novedoso objeto de sabiduría, este pequeño libro. El mismo se llama Cuentos pajeros vol. I y le trae lo que es la recopilación de una serie de relatos, narrativas, cuentos, que se inscriben dentro del género pajero.

Este ejemplar, publicación, hermoso libro, no está a la venta en librerías, únicamente por el día de hoy se me ha autorizado para que se lo ofrezca a usted especialmente.

Su colección de cuentos, recopilación, hermoso libro, le tiene un valor simbólico de Q30.00, sólo treinta quetzalitos, los que equivalen a unos US$3.64, mucho menos de lo que le cuesta comprar una cerveza o un libro de otros autores menos reconocidos.

Si usté hace su pedido al correo electrónico jobuwa@gmail.com le estaremos enviando lo que es su libro, Cuentos pajeros Vol. I, directamente en la puerta de su casa, sin que eso le signifique recibir cargos extras.

Escriba ya.

EL LIBRO TAMBIÉN LO PUEDEN ADQUIRIR PERSONALMENTE EN:

COPIMAX
8a AVENIDA 20-44 ZONA 1
(Frente al edificio de Finanzas)

jueves, 6 de agosto de 2009

De la serie el cuento de la muerte -4-

La muerte no me asusta, me asustan los vivos que huelen a muerto, decía mi abuelita, mientras buscaba su suéter en el ropero, de donde salía olor a bolitas de naftalina.

Mi abuelito, más sabio, tenía en el tapanco un ataúd que había comprado hace ya varios años. Desde que lo compró siempre hubo discusiones con la abuelita, ella opinaba que nadie debería comprar su propio ataúd, porque eso era llamar a la muerte.

Yo siempre fui más apegado a mi abuelito, él me compraba dulces, me hacía juguetes de madera y, lo mejor de todo, dejaba que subiera al tapanco, ahí me ponía a jugar al muertito, aunque no siempre me gustaba esa sensación de miedito que experimentaba, pues a pesar que no cerraba del todo la tapa, imaginaba que, de repente, el gato pasaría corriendo y dejaría trabada la aldabita y no podría salir de la caja; entonces abría de un manotazo y salía a respirar, feliz de no haberme asfixiado.

En las reuniones familiares salía el tema del ataúd del abuelito, todos se mostraban a favor de la postura de la abuelita. Así fue durante años, pero en cuanto tuve edad para opinar el abuelito tuvo un aliado. Él nunca daba argumentos, sólo los escuchaba, por eso cuando gané mi primer sueldo, para demostrarle mi apoyo, compré mi propio ataúd.

Con el paso de los años las reuniones familiares tenían cada vez menos asistencia y, llegado el momento, sólo nos juntábamos para cumpleaños y funerales.

El abuelito lloró mucho cuando murió la abuelita. Ya ninguno de sus hijos lo pudo consolar, los nietos que quedaban vivían en el extranjero, pero yo no me separé de su lado.

Después del entierro subió al tapanco, decidido a usar el ataúd, pero las polillas habían hecho de las suyas. Me pidió que bajara el cajón y que lo tirara a la basura. Con un poco de esfuerzo lo conseguí. Terminado el asunto, él se sentó en su silla preferida, conversamos un rato, luego se quedó dormido.

Vladimiro Tepeu