martes, 22 de diciembre de 2009

Milagro de navidad

Era víspera de Navidad y le quedaban en la cartera cincuenta quetzales, con eso a duras penas podría comer, ni pensar en comprar ropa y juguetes para los niños.

Imaginó la casa sin decoraciones, la esposa desencajada, la mesa con un par de tamales enviados por la madre de ella, repartidos en cuatro platos; hasta pudo escuchar la frase que siempre repetía: para que te casaste con ese bruto.

Caminaba por un callejón angosto, todos los comercios estaban cerrados, menos uno. Sintió curiosidad, entró deslizándose por debajo de una persiana de metal a medio cerrar, aquello era una venta de paca, no como la Mega Paca, aquí todas las cosas estaban en el suelo, aunque al fondo tenían un par de anaqueles en donde exhibían algunos juguetes.

Se puso a registrar. Encontró un traje negro, completo; una camisa de seda y una corbata. Sabía que aquella ropa, aunque usada, era fina; de las marcas que él solía vestir antes de la crisis; antes que su cartera de clientes quedara a cero. Pensar que dos años atrás todo era diferente, incluso compraba fuegos pirotécnicos, el paquete de lujo; y la fiesta de fin de año siempre en hotel de cinco estrellas, a la orilla de la playa. Ya el año anterior la cosa había sido diferente, pocos regalos, sin pavo, sin viaje. Este año no quedaba nada, los intereses de las tarjetas se lo habían comido, literalmente.

Siguió registrando, sin ganas de regresar a su casa; por algún lado apareció un robot transformer, el mismo que su hijo deseaba tanto, no tenía empaque, pero estaba en perfecto estado. Levantó una bata vieja, frente a su cara apareció una pijama violeta, de mujer, nueva, todavía con etiquetas, de la talla de su esposa. Que suerte, ahora solo necesito un oso de peluche, dijo en voz baja. Volteó la cabeza, al fondo pudo ver un oso de peluche blanco y esponjoso.

Se sintió como niño en mañana de navidad, imaginó que los cincuenta quetzales no le alcanzarían, pero se armó de valor, preguntó y casi llora cuando el vendedor le dijo: mire, ya quiero cerrar , le dejo todo eso que encontró por treinta quetzales, pero váyase ya.

Pidió unos minutos más. Entró al vestidor, se puso el pantalón, se abrochó la camisa, se colocó la corbata, aquella ropa estaba hecha a su medida; se vio como en sus mejores tiempos; se peinó, guardó los jeans gastados en una bolsa. Cuando salió, el dependiente lo miró y se quedó perplejo, de inmediato lo acosó el espíritu navideño: allá en la esquina hay unos zapatos negros, son talla 42, se los regalo, no se puede poner ese traje con tenis, le dijo, al tiempo que agarraba un abrigo de hombre, largo, negro, con cuello de gamuza, y agregó: no le queda a nadie por aquí, usted es alto y allá afuera hace frío, lléveselo. Parecía un aristócrata inglés saliendo del teatro.

Caminó con confianza, estaba feliz, en una bolsa llevaba la ropa vieja y en otra los regalos.

Encontró abierta una tienda de barrio, una mujer muy amable le empacó todo con cariño. Siguió caminando, unas diez cuadras lo separaban de su casa.

Como había frío, acomodó los paquetes en una mano y la otra la metió en la bolsa del abrigo; se encontró con un papel arrugado, lo sacó, al verlo sus ojos no daban crédito, era un billete de cien dólares.

Emocionado le hizo alto a un taxi, aunque faltaba poco quiso apresurarse. Imaginó la cara de sus hijos y su esposa, sería una navidad perfecta; además, con los cien dólares saldrían a comer y a divertirse, como en los buenos tiempos.

Un par de cuadras adelante el taxista paró el carro, sacó una pistola:

Dame las tarjetas y el celular.

No tengo.

La respuesta enfureció al atacante. Un hilo de sangre corrió por su rostro, luego de sentir el golpe de la cacha de la pistola. Sin darse cuenta, tres hombres más habían aparecido; lo sacaron del auto, lo registraron, le quitaron la cartera y el billete de cien dólares; al no encontrar más lo golpearon. Fueron unos cinco minutos de absorber los golpes de seis piernas que lo impactaban en forma alterna; no le dispararon, pero quedó inconsciente, tirado en la cuneta.

Despertó cuando llegó la madrugada, una mujer que pasaba se le quedó viendo, y lo reprendió: bueno está, por borracho te pegaron, pero es navidad, tené estos dos quetzales para tu camioneta, le dijo y siguió caminando. Los regalos habían quedado en el taxi; agradeció estar vivo y maldijo a la paca. Tenía el abrigo lleno de lodo, la camisa manchada de sangre y le faltaba un zapato; la peatones lo confundían con un mendigo y se alejaban, nadie más le habló.

Llegó a su casa, la esposa salió a recibirlo, lo miró de pies a cabeza, de inmediato se puso a llorar, y a gritarle: ni siquiera pensaste en nosotros, te compraste ropa lujosa y zapatos nuevos, hasta un abrigo, y jurás que no tenés dinero, seguro te emborrachaste con tus amigos en saber qué fiesta, ni me contés nada, los niños ya se fueron con mi mamá, solo te esperé porque todavía confiaba en vos, me voy, pero cuando regrese no quiero que estés aquí, ya no te soporto.

Entró a la casa, se quitó el abrigo y el traje, por costumbre revisó los bolsillos, ella siempre le reñía por dejar cosas adentro. Casi metido en el forro del saco encontró un anillo de compromiso, tenía un diamante enorme, incrustado en oro en oro blanco.

Acarició al gato, mientras pensaba que, de seguro, algún hombre se había salvado de un matrimonio. Examinó el anillo con habilidad de conocedor, agradeció estar vivo y bendijo a la paca. Sería suficiente para empezar de nuevo, en algún lugar lejano; solo, por supuesto.

Ebenicer Escrush

PD. Maestros y maestras que visitan esta casa de paja, con este cuentín les deseo feliz navidá y que el año 2010 sea de éxitos. Por ahora tomaré un descanso, nos leemos en enero.

Salú pue.

martes, 15 de diciembre de 2009

Fiel creyente

Cumplía con el evangelio y sus preceptos, vivía para la Iglesia, compraba todos los años el mismo turno para la procesión de viernes santo, había viajado a El Vaticano, Lourdes, Guadalupe y todos los años visitaba Esquipulas; lucía el cromo de la virgen en el carro, portaba un crucifijo en el cuello y, sobre todo, jamás discutía ni argumentaba sobre lo que no entendía; su cristiandad era perfecta.

Tenía una debilidad, su nieto, un niño hermoso, de ojos enormes, pestañas volteadas y sonrisa pegajosa. Lo amaba más que a sus hijas, era su vida entera.

El niño creció, fue educado según el evangelio, recibiendo el catecismo a su debido tiempo y cumpliendo con los sacramentos de la Iglesia; incluso el cura lo eligió para acólito. Con orgullo, todos los domingos, se sentaba en primera fila, para observarlo mover el incensario; disfrutaba verlo con la ropa roja y la campana, su nieto estaba cada vez más cerca de Dios.

Pasada la adolescencia, poco después de cumplir 18 años, el nieto se volvió distante, cambió su actitud, al grado de ponerse violento.

La situación se tornó insoportable, no aguantaba más, era incocebible que su criatura angelical, por quien daba la vida, se hubiera revelado. Decidió pedirle ayuda al cura.

Llegó temprano y se dirigió a la sacristía, empujó la puerta, sin previo aviso, justo en el momento que el cura se subía los calzoncillos y su nieto se incorporaba, todavía sin ropa. No supo que decir, dio la vuelta y se fue rumiando su impotencia.

Fue ahí que comprendió el por qué de la actitud del nieto. Así es la vida, no se puede competir con la juventud, pensó. Con voz entrecortada dijo: que sea feliz, aunque nunca podré perdonarlo, él era el amor de mi vida, le pagaré con la misma moneda, deben existir muchas iglesias con párrocos jóvenes.

Jean Pol Le Pup

viernes, 11 de diciembre de 2009

Frases pajeras

Bill, es necesario que arregles las ventanas de nuestro dormitorio.
Melinda Gates

¿Cómo un hombre que se apellida Puertas pudo haber creado un programa llamado Ventanas?
Steve Jobs

Por cada puerta que se cierre una ventana se abrirá.
Bill Gates

Por cada ventana que se abra un pirata nacerá.
Jack Sparrow

Es mejor dar que recibir.
Mike Tyson

Es mejor recibir que dar.
Don King

No olviden que la paz se consigue al final de la guerra.
B. Obama

jueves, 3 de diciembre de 2009

De la serie diálogos incongruentes X

—¿Quién llamará a esta hora? Aló.

—¿Con Fulano De Tal?

—No señor, ¿qué necesita?

—Yo sé que usted es Fulano De Tal.

—Ya le dije que no, pero ¿qué necesita?

—No cuelgue, después le digo. Su mamá se llama Fulana De Tal.

—No señor, está equivocado, voy a colgar.

—Espere, ¿su papá se llama Mengano?

—La verdad que no, usted debe estar buscando a otra persona.

—Tiene dos hijos, Fulinito y Menganito, y vive en la zona 7.

—No pega una ¿verdad usted? Nada que ver.

—¡Alaputa! Y no me diga que su esposa tampoco se llama Perenceja.

—Pendeja si es, pero no se llama así, además es ex esposa.

—No me chingue, ¿y qué número marqué pues?

—Uno que no es el de la persona que busca.

—De plano me dieron el número equivocado.

—Es lo que le estoy diciendo.

—Mire, ¿de casualidad usted no conocerá a Fulano De Tal?

—Fíjese que no.

—Bueno, ya no lo molesto más, tengo que colgar, porque me quedan muchas llamadas por hacer, ya vio que uno trabaja sobre metas y objetivos.

—¿Para qué necesitaba al señor Fulano De Tal pues?

—Ah, es que quería extorsionarlo, sus datos me los dieron en el banco, la compañera que está comisionada en la ventanilla, pero ya vio que la gente no hace bien su trabajo, ahora tendré que conseguir otro prospecto, pues la cuota hay que llenarla.

—Yo si no estoy interesado, quizá en otra oportunidad; además no tengo dinero, entonces sería mal negocio.

—Está bien pues, gracias por su tiempo, espero que su situación mejore, de esa forma podría ampliar mi cartera. Que tenga buen día.

Héctor Sionador