jueves, 27 de noviembre de 2008

Thanksgiving day 2008 3/3

Fue más o menos el catorce de noviembre que el tipo me llamó: broder, le cuento que todo salió bien, sólo que con la crisis la comisión se redujo, le tocarán unos cinco mil pesos, algo es algo, pero lo demás está hecho, su parte completa y la de su ex también, sólo hay un problema, lo quieren vacío para el viernes.

Me fui de culo, era miércoles, así que llamé a todos los cuates que recordé y, con los que se dejaron, pasamos toda la noche trasladando los chunches para la casa de mis padres: una cama pequeña, un gavetero, una tele de veinticinco pulgadas, un equipo de sonido, viejísimo pero que suena de a huevo, con tornamesa para acetatos, y cuatro cajas de mis libros y discos favoritos, no era mucho, pero nos tardamos un chingo porque con cada cosa paraba recordando a la Marcela y sus histerias.

El jueves amanecí de goma, pero me levanté para ir al chance, a medio día bajé a echarme unas chelas. Mario volvió a aparecer, acompañado de la morena escultural, quien resultó ser su amiga, conversamos un rato, le dije que había estado en la fiesta de Halloween y que no lo había visto, solo a su acompañante, respondió en forma evasiva, sin dar mayor explicación, al menos no mencionó a la Marce.

El viernes, en el windshield del carro, encontré una invitación de Mario, para acompañarlo a la cena de thanksgiving, no me fijé en la dirección, solo guardé la tarjeta.

Jueves de thanksgiving bajé de la oficina y me encontré a un sonriente Mario, vestido de gala, me dijo: no, no, no, no podés decirme que no vas conmigo a la cena; me tomó del brazo, hice un leve forcejeo, me apretó un poco, ya no pude negarme.

Creo que empecé a alucinar cuando me metió en el edificio donde vivía hasta hace unos días, luego me topé, de frente, con el pavo inflable, en la puerta de mi antiguo apartamento, una sonriente Marcela abrió la puerta, traía puesto un lindo delantal de encaje y un traje escotado, la fantasía de mucama francesa que siempre me ha rondado la cabeza. La mesa estaba puesta y todo estaba decorado con aquellas cosas grotescas que tenía almacenadas quien sabe donde.

Fingiendo naturalidad, entré y me senté en un sofá de cuero, que crujía espantoso, igual al que nunca quise comprarle. Mario me ofreció una cerveza, que me empiné y bebí de un trago.

Me salvó el timbre, dos parejas entraron juntas y comenzaron a sacarme plática, reconocí de inmediato a la secretaria del gerente de la oficina, qué chiquito es el mundo pensé; casi detrás de ellos llegó la morena grandota, la que conocí en la fiesta de Halloween. Marcela me presentó como el acompañante de Mario, por lo que todos pensaron que yo era gay. Me sentía incómodo, pero por alguna puta razón no me animaba a irme. Marcela oficiaba la fiesta, como sacerdotisa, yo sentía que en cualquier momento me atravesaría con el cuchillo, igual que lo estaba haciendo con sus ojos en ese momento.

La morena guitarresca puso el pavo sobre la mesa y todos nos abalanzamos a devorarlo.

En ese momento Marcela besó a la morena y le dijo: mami, corta tu el pavo, la cabeza me quería explotar, no sabía si estaba excitado, emputado, engañado o ¿qué?.

Comí despacio, bebí mucho y luego me dispuse a disfrutar la noche. Me hice el loco y me emborraché, no tengo ni puta idea del resto, ni cómo llegué a la casa de mis padres.

Por la mañana, en la claridad, en la oficina, con una pesada goma, pensé, ojalá que esa chava no me de color. Para medio día todos sabían que yo era gay. Al salir, a la hora del almuerzo, encontré a Mario, sonriente, en la puerta, invitándome a almorzar; le dije que no; él no era feo, pero de plano que no nací para esos rollos; insistió, pero volví a decirle que no, sin levantar la voz, solo agregué, conformate con haberte llevado a Marcela; se fue, pero antes de voltear, hizo una mueca y luego sonrió, loco cerote, dije murmurando.

El uno de diciembre salí de vacaciones, el gerente me repitió mil veces que no le molestaba adelantarme esos días, la semana santa del próximo año y del decenio próximo, con tal de no volver a ver a Mario rondando la oficina, tarde o temprano a todos se nos sale lo homofóbico. Parece que otra vez tendré que pasar la navidad en el puerto. FIN.

Jorge Arenas

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Thanksgiving day 2008 2/3

El treinta y uno de octubre salí tarde del trabajo, había quedado con unos cuates para ir a echarnos las cervezas, además era viernes, podríamos viajar a Pana o al puerto. Como a las cinco me llamaron, no podemos vos, como cosa del diablo ambos habían peleado con sus esposas y no podían salir.

Algo emputado me fui para mi casa, pensando que de plano alguna vez los había dejado plantados cuando Marcela se ponía a llorar y exigía quedarme con ella, en vez de ir por cervezas.

Cuando me subí al carro encontré, en la guantera, la invitación de Mario. El lugar quedaba a tres cuadras, dejé el carro en el parqueo y no me amedrenté por el rótulo: venir disfrazado, cargaba una gabardina y un sombrero de fieltro con plumita, recuerdos del viejo mundo, así que me compré una pipa con unos artesanos de banqueta y me fui a la fiesta.

No digo que haya sido un éxito, pues lo del detective de gabardina es un viejo clisé y no cuaja con la muchachada actual, casi toda la mara era menor de veinticinco, excepto Mario que tiene veintiocho, y yo con mis treinta y dos, me sentí medio fuera de lugar.

Me arrinconé por ahí a echarles un ojo a las patojas, cierto que una fiesta gay es increíble, el problema es saber quién es y quién no.

Había entablado conversación con una morenaza, de un metro ochenta y caderas de guitarra, cuando apareció una rubia anoréxica, casi desnuda, cubierta por una especie de camisón de gasa, transparente, se le colgó del cuello y la besó apasionadamente.

Nel, me dije, tampoco soy tan moderno, así que me fui para el parqueo, con un par de cervezas nada más, y terminé la noche en el apartamento. No niego que extrañé las horrorosas decoraciones de Marcela, alusivas al día, pero a ella no.

Como no me había emborrachado, al otro día llegué justo a la hora del almuerzo a la casa de mi madre. Laura, mi hermana, había invitado a alguien que estaba interesado en comprar el apartamento y que, según ella, todavía me daría alguna ganancia.

Un almuerzo informal con mi madre, sollozando y jurando, como todos los años, que este es su último fiambre, mi padre jugando poker y estafando a los pobres cuñados, y los sobrinitos haciéndome preguntas y comentarios idiotas: mi mamá dice que Marcela era mala, ¿es cierto tío?, ¿entonces, si la veo ya no tengo que decirle tía?, y la peor, de mi sobrina adolescente, que bueno que te la quitaste de encima, es una looser.

Me pasé la tarde hablando con el cuate de mi hermana, resultó ser buena onda, y cerramos el trato, según él, a mediados de noviembre podría cobrar mi comisión, darle su parte a Marcela y todavía quedarme con mi parte del trato.

Tuve que reconocer que mi madre hace todavía los mejores garbanzos dulces del mundo, y me gané unos pesos en el pokarito de mi padre, el nuevo mes pintaba de lo mejor.

Jorge Arenas
Continuará, la tercera y última parte será publicada el jueves 27-11-08

martes, 25 de noviembre de 2008

Thanksgiving day 2008

Otra vez la navidad se adelantó. Este año, como estoy solo, mi madre y mi hermana han insistido desde octubre que me vaya con ellas para navidad.

La verdad es que, en septiembre, al tiempo que miraba las primeras ofertas navideñas, admití mi crisis financiera; las ofertas van a tentarme, pero la situación me hará resistir.

La vi por esos días, firmando al fin el odiado documento. Lo absurdo es que ni siquiera estábamos casados, pero el apartamento lo compramos entre los dos; aunque ella puso menos de la mitad. Yo lo estoy pagando pero ella dio el enganche y aquello se convirtió en un lío enorme. Tres abogados y amigos la convencieron que lo mejor era dejarme venderlo, para luego repartir el dinero.

Ella pretendía quedárselo, pero sin pagarme, por supuesto, argumentaba que le produje daños psicológicos irreparables. Yo no quería darle gusto, además, el vecindario se me hacía pesado y el precio se encaramaba hacia las nubes, como dijo mi hermana: sacale ganancia a la cosa.

Para que nos aceptaran la deuda firmamos un compromiso matrimonial, y ahora lo más difícil era deshacerlo.

Mi madre todavía cree que la navidad pasada yo estaba triste porque había peleado con ella, y que por eso no estuve con la familia, lo cierto es que siempre me la paso más de a huevo en el puerto que en cualquier otra parte.

A mediados de octubre me topé con Mario, el amigo gay de Marcela, por cortesía le acepté el café y nos sentamos en una terraza, uno de esos cafés de la zona viva que se la llevan de cosmopolitas, el clima de octubre me encanta así que la plática salió sin esfuerzo. A pesar de mi homofobia, el cuate me cayó bien. Hablamos de fut, de la sele, de libros, de películas. Increíble, pero el cuate tenía cerebro y además era irónico y picante.

Me despedí con la firme intención de no volver a verlo, pues de seguro la próxima vez las palabras: Marcela te extraña, saldrían de su boca. Pero me equivoqué, al siguiente día me lo encontré, por casualidad, a la salida del trabajo. Estaba lloviendo y no me quedó otra que ofrecerle jalón, lo pasé dejando en su edificio, no sin que antes me deslizara una tarjeta en la mano, es por Halloween, estará bueno, no es una fiesta gay, habrá mucha gente, y siguió tratando de explicarme que habría la posibilidad de conocer nuevas chicas, y que las mujeres liberadas eran más fáciles de conectar y otras cosas por el estilo.

Creo que me estaba sintiendo como traidita, o sea acosado. Era obvio que el cuate quería algo conmigo.

Jorge Arenas
Continuará. La segunda parte será publicada el miércoles 26-11-08.

martes, 18 de noviembre de 2008

Aforismos pajeros

  • Escribir poesía siempre fue un ejercicio doloroso, hoy día los poetas encontraron la forma de quitarle el dolor, la clave está en la inmediatez.

  • No tiene importancia perder un ojo mientras escribes, si logras inventar un reino de ciegos.

  • Divide y vencerás. Yo digo, divide y te tocará la parte más pequeña.

  • Dos cabezas piensan mejor que una; pero si alguien las tuviera, de seguro, terminaría en un circo.

  • Si conoces nombres como: Arthur Rimbaud, Charles Bukowski, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, y los mencionas oportunamente en el círculo que frecuentas, entonces estarás in; después de leerlos pensarás, que cool; si llegas a entenderlos te darás cuenta que estás out.

  • En el fútbol el rival siempre tiene más fe, pues cuando se espera un milagro nunca sucede a nuestro favor.

  • Si algún editor se ofrece a publicar tu trabajo, hazte de rogar, que te lo pida un par de veces; si tu libro resulta malo, siempre podrás decir que fuiste presionado.

  • La posmodernidad es producto de la bulimia de algunos escritores y el reflujo de quienes los leen.

Johan Bush Walls

jueves, 13 de noviembre de 2008

Los brujos

—¿Eres tu Mariana? ¿Qué tratas de decirme? Sabés, con el paso de los años mis sospechas se hicieron mayores, pero que sentido tenía, nada que yo hiciera cambiaría lo sucedido, nada te devolvería a mis brazos, y ella ha sido buena mujer, me ha querido, aunque yo nunca pude olvidarte.

El nunca pude olvidarte, pronunciado como una especie de grito, despertó a la abuela. No era común que el abuelo hablara dormido, quizá por eso fue la discusión, aunque ella siempre le reclamaba que no la había querido como a Mariana, cosa que él nunca pudo desmentir. Junto a mi madre bajamos a su habitación, para ver que la cosa no pasara a más; pues ambos abuelos rebasaban los ochenta años.

Al otro día la abuela seguía enojada. A pesar de los años transcurridos desde la muerte de Mariana, ella toda la vida demostró que el tema le molestaba. Mariana era su prima, pero estuvo comprometida con el abuelo; fue el día del funeral que aprovechó para consolarlo, luego siguieron saliendo juntos y así han permanecido hasta ahora. El abuelo le pidió que olvidara el asunto, que haber soñado a Mariana no tenía ningún significado; pero ella no dio indicios de haberlo escuchado. Yo la oí susurrar: No te lo llevarás, no te lo llevarás.

Después de aquella noche los abuelos no fueron los mismos, ella incrementó sus reclamos, pensamos que de plano era el inicio de la senilidad; el griterío llegó a ser insoportable. El silencio sobrevino hasta que el abuelo aceptó, en el tono más grave de voz que le recuerdo, que era cierto: Mariana fue la mujer de mi vida, tu nunca pudiste llenar su vacío.

Para aislarme de la bulla, me encerraba a escuchar a mi grupo favorito y le ponía todo el volumen al equipo. Mamá golpeaba la puerta y decía que le bajara a la música, nunca le gustaron Los brujos, mi grupo favorito, decía que sus canciones eran satánicas. Yo no le hacía caso, subía aún más el sonido, mientras ignoraba sus gritos. Llegada la hora de la comida tenía que salir, entonces si que se desquitaba; más cuando le pedía dinero, se negaba a dármelo, pues argumentaba que ya no quería que comprara aquellos discos diabólicos; ese si fue un problema, pues llevaba algunas semanas reuniendo para comprar lo último que habían lanzado Los brujos.

Como no llegaba a la suma requerida, opté por robar algo de la cartera de mamá y salí corriendo a la tienda. Ingenuo que fui, pensé que nunca se daría cuenta. Horas más tarde, cuando regresé me esperaba en la puerta de mi cuarto, con tremendo gesto, en voz alta me pedía el dinero robado, diciendo que me había convertido en delincuente por culpa de esos brujos, que eso demostraba que eran cosa del diablo. En esas estábamos cuando escuchamos: se lo llevó, se lo llevó, Mariana se lo llevó. Bajamos corriendo, encontramos a la abuela llorando sobre el cuerpo del abuelo, mi madre me vio con resentimiento, me arrebató el disco de Los brujos, que yo todavía tenía en las manos, lo tiró por la ventana y no paraba de decirme: vos tuviste la culpa, esa tu música satánica se llevó a mi padre.

Justo después del entierro del abuelo, casi al llegar la noche, mi madre encontró muerta a la abuela, esta vez no hubo gritos, pero entre sollozos incrementaba sus reclamos, decía que mi necedad la había dejado huérfana. Casi me desmayé, ante la evidencia no había más que aceptar la culpa, se me erizó la piel y no sabía que decir, me acerqué a consolarla, a pedirle perdón; acomodé los brazos de la abuela, encima de su pecho, fue entonces que descubrí la nota: No podía pelear con una muerta, no fue suficiente haberla matado, él nunca dejó de quererla, por eso lo envenené, como hice con ella hace cuarenta años; ahora voy a buscarlo, si no pude ser el amor de su vida, entonces seré el amor de su muerte.

Alfredo Ishco
Para el visitante 30,000

martes, 11 de noviembre de 2008

Cena con joyitas

Mantener la pose no le resultaba difícil, era cuestión de recitar, en cierto orden, un número de lecturas, realmente finito, o alguno de esos cánones modernos, de diez o doce que era indispensable conocer.

Con la música era más difícil, de eso se dio cuenta la primera vez que el grupo de amigos llegó a su casa; encontraron en su tornamesa un viejo disco de Andre Kostelanetz interpretando a los Beatles; a él le arrancaban profundas emociones las notas de Penny Lane en versión orquestal, con trompetas y trombones; lo hacían brincar y marchar los acordes de Yellow submarine y moría con All you need is love. Sus amigos le dijeron: que tornamesa más nave, pero tu colección de acetatos apesta. Mientras lo decían revisaban, uno por uno, los veinte acetatos de Ray Conniff y ABBA, que coronaban la pila. No son míos, se apresuró a decir, y aseguró que estaba revisando la colección de su padre, pues quería que se los pasaran a MP3; luego inventó que justo el día anterior había enviado la suya a digitalizar. Los amigos sonrieron beatíficamente, esa sonrisa que decía: si vos, así son los viejos, y pasaron a revisar la biblioteca.

Lo dejaron poner a Kostelanetz, después escucharon un disco de tangos que les pareció, a todos, maravilloso. La voz de Gardel se escuchaba en el apartamento, mientras intentaban analizar las vivencias del argentino; parecía un diálogo articulado con textos de la Wikipedia o monografías.com.

La velada recién daba inicio, pero ya fingía para no hacer evidente su incomodidad. La cena era su mayor temor, igual que la infaltable plática de sobremesa. El vino, las presunciones enológicas, aunque ellos no pasaran de consumir vinos de mesa chilenos, en presentaciones tetrapack. Quería morirse de una vez.

Una voz desde la biblioteca gritó: no puedo creerlo; supuso que habían encontrado las obras completas de J.K. Rowling, o mucho peor, el célebre libro de Spencer Johnson. Se encogió en el sofá, esperando la burla y el desprecio, pero el gritón lanzó otro alarido, mientras blandía un ejemplar enorme: un facsímil de la Biblia de Gutenberg; es un regalo de una novia europea que tuve, dijo con desgano. Todos se acercaron con fingida devoción y guardaron silencio, uno de ellos no pudo más: ¿muchá, quién putas es Gutemberg?. La carcajada general lo apaciguó un momento, obviamente todos pensaron que se trataba de una broma y no le hicieron caso al bromista.

La cena arrancó bien, hasta que alguien habló: este vino merece un buen maridaje, ni se te ocurra servir salmón, no es buena elección; pero como la cena era salmón, entonces decidieron buscar otro vino en su bodega, un mueble con hoyitos. Encontraron uno avinagrado y viejo, que el enólogo mayor clasificó como lo mejor de la noche y que a él le dejo un regusto a maderas podridas mezcladas con frutos del bosque.

Cerca de la media noche, se veía cansado, mareado por la conversación, intentando descubrir la relación entre la escuela de Viena y el manifiesto socialista, poniendo al día sus citas con las que mencionaban sus amigos; pensó: para estas cenas sería útil tener un buen fichero. Después de las dos de la mañana se fueron todos; en esos momentos era cuando más disfrutaba la soledad.

Cambió el disco, quería escuchar otro clásico, La vie en rose empezó a sonar; se sentó a fumar y tomarse un scotch; descansaría un poco, luego haría su tarea, tenía que averiguar todo sobre Bataille.

Tururu Capota

viernes, 7 de noviembre de 2008

Graduaciones y fiambre

Déjenme contarles que sucedió; pero lo haré en mi blog personal.

http://johanbush.blogspot.com/

Salú pue.

PD. Hoy estoy de oferta: Al visitante número 30,000 le haré un cuento pajero, siempre y cuando así lo quiera, y si me cuenta una pequeña anécdota.

Aclaro algo, el contador de este blog, está a punto de llegar a la cifra indicada, pero el contador del blog en donde se publica el texto llegará proximamente a los 3,000; una especie de coincidencia, entonces duplico mi ofrecimiento, si alguien quiere tomarlo. Solo que el 30,000 debe dejar su petición en este post, y el 3,000, en mi blog personal.

martes, 4 de noviembre de 2008

Election day

I
Michelle no paraba de reclamarle: ya no eres el mismo, desde que ganaste la nominación has cambiado demasiado. Él respondía, en voz baja, para no molestarla: no es mi culpa, mujer, ellos me han convertido en el blanco de sus ataques.

II
El viejo salió del baño, cuidadosamente rasurado, se vio por última vez en el espejo y peinó el poco cabello que le quedaba. Cindy lo observó y le dijo: hombre, parece que acabas de ver un muerto, cambia esa cara, si pierdes no pasa nada.

D. Cartaman

Disculpen la frivolidad